viernes, 22 de octubre de 2010




Escrito por Juan Domingo Perón

La sociedad “bien“ de la época nunca comprendió mi relación amorosa con Eva Perón.

MI CASAMIENTO CON EVITA.

Por Juan Domingo Perón

El 22 de octubre de 1945, Evita y yo nos casamos por civil en Junín.

El jefe de la sección primera, Hernán Antonio Ordiales, levantó el acta ante los testigos, Domingo Mercante y Juan Duarte.

Ese día el general Pistarini juro como vicepresidente de la Nación, quedaba en claro que nuevamente era la gente y no yo el que imponía a otro hombre fiel a la revolución del 4 de junio en aquel puesto estratégico.

Por eso afirmo que, en realidad la decisión del casamiento entre Eva y Yo fué el primer acto revolucionario que produjo el justicialismo.

Un oficial del ejercito argentino, casado con una artista, era una grave ofensa para la imagen de la institución, pero si a ello se agrega el echo de que ese oficial había cobrado una trascendencia insospechada, el cuadro de esa realidad se volvía, para muchos cortos de genio bochornosa.

Nuestro casamiento, encrespó a quienes, cuya ideología estrecha, no les permitía comprender actitudes opuestas al “virtuosismo”, no entendieron jamás que una persona como yo estuviese mezclado entre ellos, en el Colegio Militar y en compañía de personas que me valoraban como amigo y que a la vez, pertenecían a su núcleo de relaciones .

Cuando advirtieron mi decisión de unirme a Eva, primero trataron de disuadirme, luego el hecho les sirvió para justificar la razón por la cual mi desenvolvimiento en el ejercito se debió a una casualidad .

Yo no era de su estirpe, no merecía semejante honor, a pesar de haberlo obtenido demostrando mi “baja condición” uniéndome a “esa”.

La verdad, todo esto parecía un sin sentido, un culebrón de cuarta.

La sociedad “bien“ de la época nunca comprendió mi relación amorosa con Eva Perón.

Era lógico.

Que hombre comprendía a otro que se sentía feliz de ir a la cama todas con la misma mujer.

Ellos lo hacían, por cierto, pero nunca, nunca eran dos en el lecho, porque entre ellos se acostaba también la monotonía, la frigidez y en el mejor de los casos, la obsecuencia.

Evita fue siempre una mujer apasionada y su fervor no solo lo vaciaba en la política sino que se desplegaba en todos los actos de su vida.

Evita había vuelto a trabajar conmigo con más espíritu y mas pasión, pensábamos al unísono, con el mismo cerebro, sentíamos con la misma alma.

Era natural por ello que en tal comunicación de ideas y de sentimientos naciera ese amor con el cual enfrentábamos al mundo.

jueves, 21 de octubre de 2010


EL PRIMER PLAN QUINQUENAL (1947-1952)

Los estudios realizados por el Consejo Nacional de Posguerra, creado por decreto Numero 23817 en agosto de 1944 y que en aquel momento o etapa de nuestra historia, le fueron confiados Vice Presidente de la Nación, Coronel Juan Perón, abarcaron los posibles desequilibrios determinados por la repercusión inmediata de la terminación de la guerra y el pasaje a la Paz.

Por esto nació en nuestro país, una planificación económico-social, destinada a estudiar medidas concretas en los siguientes ámbitos: Comercio Exterior, Finanzas, Defensa Industrial, Colonización, Desocupación, Salud Pública, Enseñanza Profesional, Inmigración, Trabajos Públicos, etc. De esta manera, se consideraron y estudiaron los problemas nacionales, de carácter económico y social. La acción estatal no será en el futuro promovida por intereses particulares o medidas coyunturales como se denominan actualmente. La acción estatal velará por los intereses de lo Nación, que requirió un plan estable y realizable, para darle al pueblo, los impostergables beneficios económicos y sociales.

El Estado en consecuencia debió encauzar, las cuestiones sociales económicas, para alcanzar el máximo bienestar general, respetando lo libertad de los industriales, comerciantes, consumidores, etc. y las ley« nacionales, que protegían a las iniciativas de empresarios y capital« radicados en el país, para trabajar honradamente, por la comunidad argentina.

Todo el programa contenido en las numerosas leyes que integraron al plan quinquenal, nacieron de la contemplación y estudio de las necesidades que fueron saltando a su vista durante el período, no exento, De dificultades, por hechos de la política interna, y cumplido en el lapso en que funcionó el Consejo Nacional de Posguerra y que comprendió también a la Secretaría de Trabajo y Previsión.

Dicho programa debió reflejar las realidades vivas de un país en el que no había funcionado la solidaridad social y fue necesario mantener un permanente contacto con los organismos representativos del sector más carenciado, que pobló multitudinariamente la plaza mayor el día 17 de octubre. Tuvo en consecuencia la obligación de responder a la realidad de la clase obrera Argentina, tuvo por su noble criterio, por su percepción honrada de los problemas sociales, que estructurarse sobre un plan de justicia social que contemplase la primera necesidad nacional: la de que pudieran vivir decentemente los trabajadores argentinos.

En realidad el plan quinquenal no es más que el programa de la revolución convertida en acción, ante la fuerza histórica de una necesidad que se mostró en toda su desnudez ante los hombres honrados que hicieron esa revolución.

Este plan fue encauzado por las vías naturales de su mejor desarrollo y se constituyó en la mejor movilización de una serie de energías, que dieron cima a una fórmula de emancipación regional y convenciera a todos los hombres, que el país se disponía a salir de los laberintos en ruinas, de las pasadas fórmulas políticas.

En el frente externo del país, el plan quinquenal tuvo como objetivo: general, la renovación y reedificación de todo el Estado en su interior y en el frente interno se concretó la transformación radical de la estructura legal de la República.

Su gran objetivo fue la intensificación del desenvolvimiento económico sobre la base de un programa que reactivó y estimuló la explotación de todo e1 patrimonio argentino.

Tuvo este plan quinquenal, como principio sustancial, alcanzar la emancipación económica de la República y de todos sus habitantes.

Dijo su inspirador, el General Perón: "Aspiramos a una liberación absoluta de todo colonialismo económico, que rescate al país de la: Dependencia de las finanzas foráneas".

Al definir las bases económicas del plan, que constituye el objetivo Sustancial de este trabajo histórico, se expresó lo siguiente: "Para aumentar otras conquistas sociales, necesitamos aumentarla riqueza y aumentar el trabajo. Nuestro plan considera en esta segunda etapa, multiplicar la riqueza y repartirla convenientemente; y con ello las nuevas conquistas sociales han de salir fecundamente de nuestro propio trabajo, sin perjudicar a nadie. Sin bases económicas no puede haber bienestar social es necesario crear esas bases económicas. Para ello es menester ir ya estableciendo el mejor ciclo económico dentro de la Nación y a eso también tiende nuestro plan. Debemos producir el doble y a eso multiplicarlo por cuatro, mediante una buena industrialización, es decir enriqueciendo la producción por la industria; distribuir equitativamente esa riqueza y aumentar el estándar de vida de nuestras poblaciones hambrientas, que son la mitad del país; cerrar ese ciclo con una conveniente distribución y comercialización de esa riqueza; y cuando el ciclo de la producción, industrialización, comercialización y consumo se haya cerrado, no tendremos necesidad de mendigar mercados extranjeros, porque tendremos el mercado dentro del país y habremos solucionado con ello una de las cuestiones más importantes: La estabilidad social, porque el hambre es muy mala consejera de las masas... nosotros queremos dar al país una gran riqueza, pero consolidada por un perfecto equilibrio social. Queremos que en la extracción, elaboración y comercialización de esa riqueza, el capital y trabajo, sean asociado colaboradores y no fuerzas en pugna, porque la lucha destruye valores; sólo la colaboración, la buena voluntad y la cooperación son las fuerzas capaces de construir valores y de aumentar riquezas".

Esas fueron las bases económicas del primer plan quinquenal, su lectura serena y reflexiva, alejada de pasiones partidistas, no dudo permanecerá por siempre en la profundidad de la conciencia nacional Argentina y nuestra Patria para alcanzar la plena soberanía tendrá que lograr de aquí en delante la consolidación de las bases imprescindibles, destinadas al afianzamiento de un país que quiere ser libre y soberano en el ejercicio de sus realizaciones económicas.

Las consecuencias que se sucedieron en la aplicación de las muchas obras previstas y luego ejecutadas en este plan, fueron duras; pero el país siguió viendo y tocando con sus manos los diques, las represas, las escuelas, los hospitales, las rutas viales que emergieron como realidad viva de un país que retomó el camino de su verdadera independencia.

La aplicación de este plan, equivalió a un vasto proyecto ejecutado en las inversiones.

Dichas inversiones ascendieron ala suma de 6.662,7 millones de pesos, descompuestos en los siguientes rubros:

Acción Social ....... . . . .......... . 7,5%

Salud Pública ..... ........ .......... . . ... .9,4%

Acción agraria y forestal ‑ ...... . . .5,6%

Combustibles, energía y agua. ........ .... .. .33,6%

Transportes y comunicaciones . ...... . ............ 22,6%

Obras sanitarias .... . .. . ...... . 9,0%

Edificios públicos ... . ..... ... ........ 2,9%

Total. ........ . . . ............... .... ....... 100,0%

PRIMER PLAN QUINQUENAL SU CONTENIDO

Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (I.A.P.I.)

Nacionalización de los servicios públicos.

Creación de la flota mercante de ultramar.

Obras portuarias.

Nacionalización de los elevadores de granos.

Nacionalización de los servicios de gas.

Nacionalización de los servicios telefónicos.

Nacionalización de usinas eléctricas.

Nacionalización de servicios sanitarios.

Los transportes.

Creación de la Secretaría de Trabajo.

Los derechos del trabajador. estatuto del Peón.

Dirección Nacional de Asistencia Social.

tribunales del Trabajo.

Jubilación de los empleados de comercio.

Régimen de previsión para el personal de la industria y afines.

Ayuda social.

Fundacíón Eva Perón. solidaridad humana los derechos de la ancianidad. ciudad infantil.

la Justicia social. pequeños ahorristas.

educación. Bases de la obra educacional.

construcción de edificios destinados a colegios Nacionales.

Construcción de edificios destinados a escuelas Normales.

Construcción de edificios destinados a escuelas Industriales.

Construcción de edificios destinados a escuelas de Comercio.

Construcción de edificios destinados a escuelas Normales de adaptación reional.

turismo escolar.

Construcción de edificios destinados a escuelas Técnicas.

Régimen de trabajo y aprendizaje. escuelas Técnicas.

Universidad Obrera Nacional. Universidades Nacionales.

construcciones universitarias. cultura popular.

Vivienda. –

Hospitales. –

Los niños. Únicos privilegiados. –

Energía. –

Diques en construcción y proyectados. –

Usinas hidroeléctricas. –

Usinas térmicas. –

Obras fluviales. –

Petróleo. Destilerías. Desarrollo de la flota petrolera. –

Exploración de carbón minera –

Forestación. Agro. Producción y costo. Industrialización y comercialización. –

La tierra para quien la trabaja. Adjudicación de tierras agrícolas y pastoriles. Fomento agrícola. Panorama forestal argentino. Acción forestal. Desagües y saneamiento rural. La irrigación. Obras de riego, que se realizan. Fomento ganadero. – Producción pesquera.

Industrialización. –

Nuestros caminos. –

Provisión de agua. Desagüe cloacal Acueductos. –

Correos y telecomunicaciones. Aeropuerto Nacional Ministro Pistarini. –

Parques nacionales. Hoteles nacionales de turismo. –

Escuelas chacras, experimentales. –

Industrialización. Volumen físico de la producción industrial. Nuestro desarrollo industrial. Construcción de caminos. –

Plan de construcciones escolares, en todas las provincial argentinas

Planes trienales en todas las provincias

Edificios escolares­

Obras de energía.


Fuente: www.lucheyvuelve.com.ar

sábado, 16 de octubre de 2010


SENTIDO DEL 17 DE OCTUBRE
El pasado argentino tiene momentos claves, pero quizá ninguno tan importante como este.

Por Enrique Lacolla

A 63 años del 17 de Octubre de 1945 no estará mal echar un vistazo a lo que significó ese momento, que marcó una divisoria de aguas entre dos instancias de la historia argentina.

Pues el 17 de Octubre del 45 fue el campanazo que recuperó el protagonismo de las masas en nuestro país.

La vida política del pueblo había sido prácticamente suspendida desde la Organización Nacional.

El equilibrio al que se llegó tras el período de las guerras civiles configuró un país orientado hacia el exterior, regido por una casta oligárquica de naturaleza rentística y trabado por la insuficiente capacidad crítica de unos cuadros culturales en gran medida colonizados intelectualmente, que proveían al país de una estructura política de apariencia moderna, pero en la cual la voz del pueblo no tenía ocasión de hacerse oír.

En el 17 de Octubre esa voz se convirtió en un clamor que todavía no se ha apagado, pese a las experiencias devastadoras por las que hubo de pasar esta sociedad y que estuvieron dirigidas a sofocarlo.

El país había conocido un primer sobresalto para escapar del statu quo implantado por el régimen conservador salido de la organización nacional: el radicalismo irigoyenista.

Pero ese gran movimiento, que había movilizado a los estratos medios y dado protagonismo político a los descendientes de inmigrantes, no tocó las bases en que se asentaba el modelo productivo -los beneficios derivados de la renta diferencial brindada por el campo-, y no pudo escapar a la crisis que se derivó del crack financiero mundial de 1929, que derrumbó el precio de las commodities.

El irigoyenismo no pudo sobrevivir a su jefe, derrocado en 1930, y el radicalismo vio crecer en su seno a las corrientes antipersonalistas (es decir, antirigoyenistas) que terminarían por copar su estructura y convertirlo en un partido proclive a pactar con el sistema.

En la década que siguió al derrocamiento de Yrigoyen la oligarquía recuperó el mando pleno de los resortes del poder político, que había cedido en forma parcial en 1916, como consecuencia de la vigencia del sufragio universal conferido por la ley Sáenz Peña.

El rechazo de clase que la burguesía agroganadera sentía hacia las muchedumbres radicales, en las que percibía algo de la respiración épica de las guerras civiles -no olvidemos que Hipólito Yrigoyen era nieto Leandro Antonio Alén, un jefe mazorquero mandado fusilar por Urquiza en 1853, después del fracaso de la sublevación del coronel Hilario Lagos-, pudo más que el buen sentido y la determinó a movilizar a un militar, el general José Félix Uriburu, que compartía las teorías autoritarias de la época, para voltear al gobierno.

Las veleidades antipolíticas de este general llevaron al poder real que imperaba en la nación, a la oligarquía, a procurar su reemplazo a través de unas elecciones amañadas (en la medida que excluyeron al radicalismo de la competencia) y a instalar a otro general, Agustín P. Justo, en el gobierno.

Este se ciñó a los predicamentos del régimen, pero, por una de esas recurrentes ironías de la historia, se vio obligado a contemplar -y eventualmente a alentar- los primeros pasos que minarían el poder de este.

A lo largo de la década de los ´30, en efecto, como consecuencia de la crisis mundial, empezó un proceso de sustitución de las manufacturas importadas por otras producidas en el país, y este fenómeno imantó a cantidades cada vez más grandes de gentes provenientes del interior, que se sumaron a los núcleos proletarios ya existentes en Buenos Aires.

La fractura

La segunda guerra mundial, que limitaría aun más el flujo importador, incrementó ese proceso y generó la formación de una masa obrera que no se sentía representada por los organismos sindicales de la época, socialdemócratas o comunistas, absorbidos por -la batalla universal por la democracia-. Esta batalla no era, en el fondo, otra cosa que una lucha implacable entre las potencias imperialistas poseedoras y otras que pretendían reemplazarlas, pero no tenía nada que ver con los intereses reales de nuestro país, excepto en el sentido de que si los poderes que nos oprimían -las potencias anglosajonas- se encontraban en dificultades, ello podía facilitar el traspaso de Argentina hacia una existencia más soberana.

De ahí el neutralismo del nacionalismo militar, que se hizo con el poder el 4 de Junio de 1943, ante la posibilidad de que el sistema llevara al país a una intervención en la guerra al lado de las potencias aliadas.

Este hecho, sin embargo, se dio justo en el momento en que cambiaban las tornas en el conflicto mundial, haciéndose evidente que la Gran Alianza entre Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética iba preponderar sobre la coalición de las potencias del Eje.

La conformación ideológica pro fascista que tenían algunos de los integrantes del golpe militar, y el copamiento de las cúpulas culturales por personeros del catolicismo más conservador, no eran los instrumentos más idóneos para lidiar con la hora.

Ese perfil trasnochado aglutinó en su contra a la oligarquía y luego a las clases medias más permeadas por los valores o desvalores que informaban a esta, y que se distinguían por ser un remedo estéril de las categorías intelectuales e ideológicas de Europa, con el consiguiente rechazo al país profundo y una propensión a identificar al nacionalismo argentino con el totalitarismo de los países fascistas.

Al hacer esto no prestaban atención al detalle clave de que el nacionalismo de un país oprimido no tiene nada que ver con el de una nación opresora, aunque, por una fatalidad que suele estar en la naturaleza de los tiempos, ese despunte de originalidad vernácula recurra hasta cierto punto al ropaje y a los símbolos ideológicos de aquella.

El neutralismo, el catolicismo ultramontano y los pujos aristocratizantes eran intragables para la clase media.

En pocos meses se hizo evidente la inviabilidad política del nuevo régimen.

Sin embargo, dentro de este había ido creciendo la figura del coronel Juan Domingo Perón, cabeza de una logia militar que se interesaba mucho más en el desarrollo del país que en los debates abstractos.

Perón, desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, lanzó el Estatuto del Peón y anudó lazos con los sindicatos obreros (en especial con el de los obreros de la carne) que no se sentían representados por las direcciones socialista y comunista, dispuestas a postergar las reivindicaciones de clase en aras de la confraternidad –democrática- que imponía no entorpecer el abastecimiento de materias primas y proteínas a las potencias aliadas.

El rol del partido comunista -estalinista- fue repulsivo durante ese período y el posterior.

Sus dirigentes se asumían como correas de transmisión de las necesidades de Moscú antes que como expresiones de la masa trabajadora argentina.

En eso no hacían sino reproducir conductas que habían llevado a la catástrofe o al sabotaje del movimiento obrero y de la revolución nacional en China, España y Brasil, por ejemplo.

En Argentina este tipo de postura los llevaba a organizarse como fuerzas de choque del sistema al que deberían haber debido combatir.

Como quiera que sea, la Sociedad Rural no tenía intenciones de dejarse arrebatar el poder por un militar que se disponía a desempeñar, de forma vicaria, la función de una burguesía industrial incipiente, poco consciente de la naturaleza nacional de sus intereses y preocupada más bien por la mejoras en los sueldos que el gobierno decretaba para los asalariados, cosa que suscitaba en ella un rencoroso antagonismo.

Se asistió así, durante casi dos años, a un cambio rápido en las normas que habían regido la vida laboral en Argentina y a un incremento en la popularidad de Perón que iba de la mano con la creciente oposición que despertaba en la clase alta y parte de la media.

La aproximación de Perón a uno de los baluartes ideológicos de lo que podría denominarse el progresismo nacional la gente de FORJA, Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina- lo ayudó asimismo a liberar al gobierno de la tutela de aquellos a los que el coronel denominaría más tarde -los piantavotos de Felipe II-.

Este realismo lo induciría también a estimular al gobierno militar a decretar una muy retrasada declaración de guerra a Alemania, rasgo que no le valió la confianza del Departamento de Estado, por supuesto, pero que permitió que Argentina se encontrase entre los países fundadores de las Naciones Unidas, evitándole un mayor aislamiento mundial.

En este contexto, la antipatía de la clase alta y de gran parte de la clase media porteña, sumada a la presión extranjera (estadounidense, en particular), para desplazar a un gobierno que no se adhería a la solidaridad hemisférica y había sido renuente a declarar la guerra a Alemania, le complicaron la vida.

Estados Unidos se disponía a tomar el rol que Gran Bretaña había desempeñado en el desarrollo semicolonial de la Argentina, y su arrogante imperialismo no toleraba ningún síntoma de independencia a su diktat.

El poder del coronel Perón en el seno del gobierno militar, donde había llegado a sumar los atributos de vicepresidente, secretario de Trabajo y Previsión y ministro de Guerra, le resultaba intolerable.

La confluencia de todos estos factores fueron royendo la posición de Perón, que sintió también vacilar, en ese momento, a su respaldo militar.

Las Fuerzas Armadas, en efecto, también estaban divididas y parte de ellas era sensible a los llamados del establishment agroganadero.

En estas condiciones, a principios de octubre de 1945, poco después de terminada la guerra, una campaña de agitación pública y una coalición de partidos políticos y sectores de la Marina y el Ejército, aislaron a Perón y obtuvieron del presidente general Edelmiro J. Farrell, amigo de Perón, que librase este a su suerte.

Perón renunció a sus cargos y fue recluido en la isla Martín García.

Lo que sucedió después fue una sorpresa para los grupos de poder que habían organizado la expulsión de Perón y que se aprestaban a gozar de su triunfo y a repartirse los despojos.

El radicalismo, al menos en su sector nucleado en torno de la figura de Amadeo Sabattini, presumía que tras traspasar el poder a la Corte Suprema de Justicia llegarían unas elecciones que le asegurarían las mieles del éxito y lo devolverían al poder.

La oligarquía estaba tranquila: se había deshecho de su enemigo y sabía que el –democratismo- que se había encolumnado detrás de ella radicales, socialistas, comunistas y conservadores- podía ser manipulado, dejándole el poder real.

El sector nacional de las fuerzas armadas, que había sostenido a Perón, estaba disgregado a causa de que el jefe del Ejército, general Eduardo Avalos, de tendencia nacionalista, se había plegado a la presión de los conjurados.

Nada se oponía entonces, en apariencia, a la restauración oligárquica y al retorno de las pautas que habían distinguido a la -década infame-, interrumpidas por la irrupción del movimiento de junio.

Pero en ese momento la clase obrera de nuevo cuño, se movió.

Como ha dicho Jorge Abelardo Ramos entre las muchas páginas inolvidables de su Revolución y Contrarrevolución en la Argentina, desde ese momento se va a convertir en un actor bullente del proceso.

Nadie lo conocía aun.

Carecía de antecedentes y de domicilio preciso. No tenía nombre y su aspecto estaba lejos de ser presentable en una reunión de importancia. Pero este actor era el más importante del drama. Venía de abajo y su marcha era irresistible. Faltaban pocos días para conocerlo. Si había demorado en aparecer, lo cierto es que nadie pudo desde entonces olvidarlo jamás" (1).


Las bases de las organizaciones gremiales empezaron a actuar por cuenta propia en muchos puntos del país, reclamando el regreso de Perón.

Los barrios populares en Buenos Aires se agitaron y en la mañana del 17 de octubre de 1945 grandes núcleos obreros se encolumnaron y comenzaron a marchar sobre el centro de la Capital Federal desde el cordón proletario que la rodeaba.

No se podía sacar el ejército a la calle para controlar la situación, pues estaba dividido, la Policía era renuente a reprimir, el Presidente Farrell, amigo de Perón, era el último que hubiera dado esa orden, y la Armada, la fuerza más enconadamente opuesta al ex secretario de Trabajo y Previsión, no podía asumir por sí sola la represión del movimiento popular.

El resultado fue una serie de choques dispersos con la policía, y la concentración gradual de cientos de miles de personas frente a la Casa Rosada reclamando a voz en cuello el retorno de Perón.

Este había vuelto de Martín García y seguía el desarrollo de los acontecimientos desde el Hospital Militar, adonde había internado en virtud de una oportuna e inexistente- dolencia.

Hacia las ocho de la noche todo estaba decidido.
Radio Colonia anunciaba que en breve Perón hablaría por radio al país. Cosa que se concretó hacia las 23, desde el desde entonces mítico balcón de la Casa Rosada.

El golpe oligárquico y partidocrático había sido desmontado, gracias a la aparición de las masas en la calle.

Actualidad del 17 de Octubre

Esta aptitud para revertir desde abajo un curso en apariencia adverso, sigue siendo un factor latente en la Argentina y en el mundo.

Pese a los cambios introducidos por la era de la comunicación y el manejo televisivo de los acontecimientos, esa disposición a la expresión espontánea sigue existiendo.

La prueba más evidente la dio la frustración del golpe contra Hugo Chávez en Venezuela en 2003, cuando, en una situación en apariencia irreversible, la abrupta aparición de los desheredados y el apoyo que esta encontró en la oficialidad joven del Ejército, trastrocó los planes de la Embajada de Estados Unidos y de la coalición de intereses vinculados al imperialismo, con el sostén de una clase media aun más necia que la argentina -y no es poco decir- para interrumpir el proceso revolucionario iniciado por Chávez.

Todo intento de determinar cuáles han de ser las orientaciones de este proceso, en Argentina y en toda América latina, no podrá, desde luego, omitir la experiencia de lo que sucedió en las décadas posteriores a ese 17 de Octubre épico.

Las transformaciones sociales, las limitaciones del nuevo poder, los errores que facilitaron su derrocamiento; la posterior y ambigua peronización de los sectores juveniles que luego se encolumnaron en el respaldo a la guerrilla y terminaron saboteando al movimiento popular desde dentro, destruyendo con su infinita torpeza una oportunidad histórica única, son factores que deben ser tomados en cuenta y analizados criteriosamente.

Así como la captura del peronismo por una conducción que salió de las tinieblas del proceso militar haciendo gala de un oportunismo descomunal, que corrompió al aparato del Estado y reventó desde dentro a lo que había sido la expresión -todo lo contradictoria que se quiera- del movimiento nacional que propulsó las mayores reformas en la Argentina del siglo XX.

Todo esto representó y representa un proceso en evolución.

En los días del 17 de Octubre de 1945 esas contradicciones estaban presentes en forma elemental, en especial en la oposición que enfrentaba los sectores medios con los más populares.

En el lapso que va desde entonces a hoy se condensan las pistas reveladoras de las formas que debería asumir el combate por la liberación de la dependencia y por una genuina justicia social.

Un frente que aglutine a las clases media y popular; la capacidad para crear contrapesos mediáticos que sirvan para romper la unanimidad mecánica de una pseudo libertad de prensa que en realidad no es otra cosa que una libertad empresaria que se fusiona en el gran conglomerado de la burguesía –compradora-, es decir, en el conjunto de intereses que se niegan a abandonar el statu quo-; la generación de conciencia crítica que una reforma de esta naturaleza puede significar; la conquista de las Fuerzas Armadas a este tipo de comprensión de la realidad, tarea dificultosa si las hay, por la magnitud de los prejuicios existentes y porque la alianza entre pueblo y FF.AA. es hoy como en 1945 el pivote sobre el que debe girar cualquier política liberadora provista de sustentación, cosa que hará que encuentre la más furiosa de las oposiciones; y la comprensión de que nuestro destino está atado al destino de la región (los países de la cuenca del Plata, luego Sudamérica y último toda América latina), son las líneas de fuerza sobre las que habrá que incidir si se quiere enfrentar a este siglo con éxito.

La complejidad de esta tarea sólo podrá superarse si se tiene una conciencia clara de los factores que jugaron en el pasado.

El 17de Octubre del ´45 es una pieza clave para comprender el movimiento de las cosas.

Fue parte de unas corrientes populares que por esos años conmovían a toda América latina y que tuvieron expresión, frustrada una y otra vez en sus intenciones, en fenómenos como el peronismo en Argentina, el varguismo en Brasil, la trayectoria meteórica y trágica de Jorge Eliécer Gaitán en Colombia, el destino asimismo terrible del mayor Gualberto Villarroel en Bolivia y la recuperación de sus banderas por el MNR en la revolución boliviana de 1952 -el hecho más dramático de la historia del hemisferio occidental desde la Revolución Mexicana.

Ninguno de estos episodios se dio en forma aislada.

Aunque no siempre hubo una conexión explícita entre ellos, su coincidencia en el tiempo fue expresiva de la unidad subterránea que vincula a los pueblos de América latina cuando el mundo se conmueve.

El remezón de las crisis externas se experimenta en solitario, pero su simultaneidad en el subcontinente pone de manifiesto la unidad íntima entre las partes que reaccionan de la misma manera ante ellos.

Será cosa, pues, de que nuestros países se miren entre sí y se tomen de las manos para aguantar la sacudida. Algo de esto ya está sucediendo.

Y esperemos que ocurra más y más a menudo.
EL/

jueves, 23 de septiembre de 2010


23 de septiembre de 1947 - Se promulga la ley que instituye el voto femenino

El 23 de septiembre, la CGT organizó una concentración en Plaza de Mayo para celebrar la promulgación de la ley 13.010, que concedía el voto a la mujer. Un público numeroso concurrió desde temprano al evento. Tras la firma del decreto, Perón se lo entregó a Evita en un gesto simbólico que expresaba el reconocimiento del gobierno por su campaña a favor de los derechos políticos de la mujer.

Pese a que la lucha por los derechos de la mujer en el país se remontaba a finales del siglo XIX, ya en 1946 Evita hizo suya la campaña a favor del voto femenino. Tras las elecciones de febrero de ese año, que dieron el triunfo a la fórmula Perón-Quijano, Evita pronunció su primer discurso oficial. En él manifestaba su apoyo a los derechos políticos de la mujer:

“La mujer del presidente de la República, que os habla, no es más que una argentina más, la compañera Evita, que está luchando por la reivindicación de millones de mujeres injustamente pospuestas en aquello de mayor valor en toda conciencia: la voluntad de elegir, la voluntad de vigilar, desde el sagrado recinto del hogar, la marcha maravillosa de su propio país. Esta debe ser nuestra meta. Yo considero, amigas mías, que ha llegado el momento de unirnos en esta fase distinta de nuestra actividad cotidiana. Me lo indican diariamente la inquietud de vuestros pensamientos y la ansiedad que noto cada vez que cruzamos dos palabras.

”La mujer argentina supo ser aceptada en la acción. Se está en deuda con ella. Es forzoso establecer, pues, esa igualdad de derechos, ya que se pidió y obtuvo casi espontáneamente esa igualdad de los deberes. El hogar, esa célula social donde se incuban los pueblos, es la argamasa nobilísima de nuestra tarea. Al hogar estamos llegando y el hogar de los argentinos nos va abriendo sus puertas, que son el corazón ansioso del país. Todo lo hemos supeditado, repito, al fin último y maravilloso de servir. Servir a los descamisados, a los débiles, a los olvidados, que es servir –precisamente- a aquellos cuyos hogares conocieron el apremio, la impotencia y la amargura. Del odio, la postración o la medianía, vamos sacando esperanzas, voluntad de lucha, inquietud, fuerza, sonrisa.

”El hogar, que determinó recién el triunfo popular del coronel Perón, no podía ser traicionado por la esposa del coronel Perón.

”La mujer argentina ha superado el período de las tutorías civiles. Aquella que se volcó en la Plaza de Mayo el 17 de Octubre; aquella que hizo oír su voz en la fábrica, en la oficina y en la escuela; aquella que, día a día, trabaja junto al hombre en toda gama de actividades de una comunidad dinámica, no puede ser solamente la espectadora de los movimientos políticos.

”La mujer debe afirmar su acción, la mujer debe votar. La mujer, resorte moral de un hogar, debe ocupar su sitio en el complejo engranaje social de un pueblo. Lo pide una necesidad nueva de organizarse en grupos más extendidos y remozados. Lo exige, en suma, la transformación del concepto de la mujer, que ha ido aumentando sacrificadamente el número de sus deberes sin pedir el mínimo de sus derechos.

”El voto femenino será el arma que hará de nuestros hogares el recaudo supremo e inviolable de una conducta pública. El voto femenino será la primera apelación y la última. No es sólo necesario elegir, sino también determinar el alcance de esa elección.

”En los hogares argentinos del mañana, la mujer, con su agudo sentido intuitivo, estará velando por su país al velar por su familia.

”Su voto será el escudo de su fe. Su voto será el testimonio vivo de una esperanza, de un futuro mejor”

El 23 de septiembre de 1947, Eva Perón manifestaba en la Plaza de Mayo:

“Mujeres de mi patria: recibo en este instante de manos del gobierno de la Nación la ley que consagra nuestros derechos cívicos. Y la recibo entre vosotras con la certeza de que lo hago en nombre y representación de todas las mujeres argentinas, sintiendo jubilosamente que me tiemblan las manos al contacto del laurel que proclama la victoria. Aquí está, hermanas mías, resumida en la letra apretada de pocos artículos, una historia larga de luchas, tropiezos y esperanzas. Por eso hay en ella crispación de indignación, sombra de ataques amenazadores pero también alegre despertar de auroras triunfales. Y eso último se traduce en la victoria de la mujer sobre las incomprensiones, las negaciones y los intereses creados de las castas repudiadas por nuestro despertar nacional”

jueves, 16 de septiembre de 2010


Era de pensar lo que ocurriría en un bombardeo indiscriminado, sobre una ciudad abierta.
EL INICIO DE LA IGNOMINIA
Escrito por Juan Domingo Perón

El día 18 de septiembre a la noche la escuadra sublevada amenaza con el bombardeo a la ciudad de Buenos Aires y la destilería Eva Perón.

EL INICIO DE LA IGNOMINIA

Por Juan Domingo Perón

El día 16 de septiembre de 1955, a primera hora, se tuvo conocimiento de que en el interior se habían producido algunos levantamientos.

En Córdoba, habían secuestrado al Director de la Escuela de infantería durante la noche.

La Escuela de Artillería sublevada había emplazado los cañones en la tarde anterior con el pretexto de un ejercicio del día siguiente y, con las primeras luces, había abierto el fuego contra el casino de oficiales donde dormían los jefes y oficiales de la Escuela de Infantería.

Esto había producido una gran confusión, repuestos de la cual, se combatía en los alrededores del cuartel de esta última unidad contra efectivos rebeldes de la Escuela Militar de Aviación.-

En Río Santiago, unidades de la Escuela Naval sublevada habían pretendido salir de la base y atacar la ciudad de Eva Perón siendo detenidos por la policía de Buenos Aires, pero permaneciendo en posición en el linde de la base.

En Curuzú Cuatiá (Corrientes), habíase producido un conato de sublevación en la Escuela de Blindados siendo sofocada y dominada inmediatamente.

En Puerto Belgrano, base naval de Bahía Blanca, no había novedad, aunque se supo que la Aviación Naval estaba en movimiento.

La escuadra efectuaba ejercicios en la zona sud de la República (Golfo Nuevo, Chubut) y no se tenía noticias sobre su actitud. En la Capital federal como en las demás guarniciones militares la situación era tranquila.

Desde las primeras horas del día 16 permanecimos en el Comando en jefe de las fuerzas de represión en el edificio del Ministerio de Ejército, con el Ministro Lucero, el Comandante en Jefe del Ejército, General José Domingo Molina y el jefe de operaciones General Ymaz ( este nombre lo hallaremos más adelante).

Tanto el Ministro de Ejército como el Comandante en Jefe eran de opinión que se trataba de una acción descabellada que sería conjurada en pocas horas, pues fracaso el intento de Curuzú Cuatiá se luchaba en Río Santiago y en Córdoba en buenas condiciones, la concurrencia de otras tropas hacia esos focos, aseguraba el éxito para los días siguientes.

El día 17 de septiembre, la situación general era absolutamente favorable, si bien continuaba la lucha en Córdoba, en Río Santiago se había detenido.

Durante ese día se tuvo noticia que la escuadra se había puesto en marcha saliendo de Puerto Madryn hacia el norte.

La observación aérea era imposible debido a las condiciones climáticas.

Ya ese día se conoció también que en Puerto Belgrano (Bahía Blanca) se habían producido disturbios entre fuerzas de marinería y la población civil.

En la base de submarinos de Mar del Plata se mantenía el orden y era leal al gobierno.

El día 18 a la noche la situación era clara para el comando de represión y lanzadas las unidades concéntricamente hacia los focos de la rebelión, no quedaba más que esperar su llegada para someter a los rebeldes.

La enorme superioridad de fuerzas no deja dudas sobre el resultado.

Este mismo día se tuvo conocimiento de la defección de los Destacamentos de Montaña de Mendoza y San Juan, pero ello se reduce a que sus jefes se han negado a marchar sobre Córdoba.

En Río Santiago la intervención de la Aviación de Bombardeo ha despejado la situación. La Escuela Naval derrotada por la policía de Buenos Aires y el Regimiento 7 de Infantería, se ha embarcado en un aviso y unos lanchones y ha huido.

Allí no hay enemigo.

En Bahía Blanca, las Fuerzas de Infantería de Marina han ocupado la ciudad, pero avanzan hacia allí las fuerzas de la represión, muy obstaculizadas por las fuertes lluvias y hostigadas por la aviación rebelde.

Sin embargo, todo es cuestión de tiempo.

La escuadra, según las noticias que se tienen, ha bombardeado la ciudad de Bahía Blanca, destruido las plantas compresoras de gas, las usinas y parte de la población.

La ciudad está sin agua, sin gas y sin luz.

La ciudad de Mar del Plata también ha sufrido los efectos del bombardeo intenso de la escuadra y de la aviación rebelde.

El día 18 de septiembre a la noche la escuadra sublevada amenaza con el bombardeo a la ciudad de Buenos Aires y la destilería Eva Perón.

Lo primero de una monstruosidad sin precedentes, y lo segundo, la destrucción de diez años de trabajo y la pérdida de cuatrocientos millones de dólares.

La situación militar era ampliamente favorable, pues desplegadas las fuerzas solo era cuestión de tiempo y de lucha para someter a los focos rebeldes de Córdoba y Bahía Blanca.

En la Capital Federal quedaban aún sin emplear la primera división de ejército motorizada, las fuerzas blindadas de Campo de Mayo, el Batallón Buenos Aires y, muchas otras fuerzas absolutamente leales.

Sin embargo me preocupaba la amenaza de bombardeo a la población civil en la que seguramente perderían la vida miles de inocentes que nada tenían que ver con la contienda.

Ya había Buenos Aires presenciado la masacre del 16 de junio de 1955, cuando la aviación naval bombardeó la Plaza de Mayo y ametralló las calles atestadas de gente, matando o hiriendo a mansalva al pueblo indefenso.

Era de pensar lo que ocurriría en un bombardeo indiscriminado, sobre una ciudad abierta, sometida a la acción combinada de los cañones navales y las bombas aéreas.

Las condiciones climáticas eran desfavorables para toda acción defensiva, pues la intensa lluvia hacía imposible toda exploración y acción sobre los barcos.

Me preocupaba también la destrucción de la destilería de petróleo de Eva Perón, una obra de extraordinario valor para la economía nacional y que yo la consideraba como un hijo mío.

Yo había puesto el primer ladrillo hacía casi nueve años y yo la había puesto en funcionamiento.

Es indudable que, para los demás, no podía tener el mismo valor que para mí. Influenciaba también mi espíritu la idea de una posible guerra civil de amplia destrucción y recordaba el panorama de una pobre España devastada que presencié en 1939.

Muchos me aconsejaron abrir los arsenales y entregar armas y municiones a los obreros que estaban ansiosos de empuñarlas, pero eso hubiera representado una masacre y, probablemente, la destrucción de medio Buenos Aires.

Esas cosas uno sabe cómo comienzan pero no en que terminan.

Siempre he pensado que la misión de un gobernante es la custodia de la nación misma.

Su objetivo deberá ser siempre el bien de la Patria.

Todos los demás objetivos son secundarios frente a éste.

Se trataba entonces de elegir la resolución que mejor conformara a ese principio.

En nuestra doctrina habíamos establecido claramente que la escala de valores justicialista era: primero, la Patria; luego, el movimiento y después los hombres.

Se trataba simplemente de cumplirlo.

Algunos generales y jefes amigos y leales, se empeñaron en convencerme para que continuara la lucha que, desde el punto de vista militar, era ampliamente favorable.

Recuerdo que uno me dijo: “si yo fuera el presidente, continuaba”.

-Yo también si fuera el general continuaría, le contesté.

Otros ensayaron persuadirme con el argumento de salvar la Constitución y la ley afirmando el principio de su acatamiento.

Argumento justo pero sofistico.

La ley, la Constitución son para la República y no éstas para aquellas.

Nada hay superior a la Nación misma.

Lo que hay que salvar siempre es el país. Lo demás es secundario frente a él.

Después de una madura reflexión llamé al Ministro de Ejército, General Franklin Lucero, jefe de las fuerzas de represión, y le dije: -Estos bárbaros ya sabemos que no tendrán escrúpulos para hacerlo. Es menester evitar la masacre y la destrucción. Yo no deseo ser factor para que un salvajismo semejante se desate sobre la ciudad inocente, y sobre las obras que tanto nos han costado levantar. Para sentir esto es necesario saber construir. Los parásitos difícilmente aman la obra de los demás.

Es indudable que para resolver este difícil momento de la situación debí recurrir a mis últimas energías, pues era más fácil para mí dejar hacer a mis comandos, que oponerme a sus inclinaciones de lucha y a las mías propias.

Ya una vez me había encontrado en situación similar, siendo Ministro de Guerra en 1945.

En esa ocasión resolví lo mismo: renunciar.

Los hechos posteriores me dieron la razón y los mismos camaradas que entonces me instaban a pelear debieron reconocer mi acierto.

Espero que en esta ocasión suceda lo mismo.

En ese concepto procedí a hacer efectiva mi resolución con la siguiente comunicación: Nota pasada al Señor Ministro de Ejército, General de División Don Franklin Lucero, en su carácter de Jefe de las fuerzas de represión Buenos Aires, 18 de septiembre de 1955.- Hemos llegado a los actuales acontecimientos guiados sólo por el cumplimiento del deber.

Hemos tratado por todos los medios de respetar y hacer respetar la Constitución y la ley.

Hemos servido y obedecido sólo los intereses del Pueblo y su voluntad.

Sin embargo, ni la Constitución ni la ley, pueden ser superiores a la Nación misma y sus sagrados intereses.

Si hemos enfrentado la lucha ha sido en contra de nuestra voluntad y obligados ‘por la reacción que la preparó y la desencadenó.

La responsabilidad cae exclusivamente sobre ellos de que que nosotros hemos cumplido el mandato de nuestro irrenunciable deber.

Hace pocos días intenté alejarme del Gobierno si ello era una solución para los actuales problemas políticos.

Las circunstancias públicamente conocidas me lo impidieron, aunque sigo pensando e insisto en mi actitud de ofrecer esta solución.

La Decisión del Vice-Presidente y legisladores de seguir mi decisión con las suyas impide en cierta manera la solución constitucional directa.

Por otra parte, pienso que es menester una intervención un tanto desapasionada y ecuánime para encarar el problema y resolverlo.

No existe un hombre en el país con suficiente predicamento para lograrlo, lo que me impulsa a pensar en que lo realice una institución que ha sido, es y será una garantía de honradez y patriotismo: el ejército.

El ejército puede hacerse cargo de la situación, el orden y el gobierno, para construir una pacificación entre los argentinos, empleando para ello la forma más adecuada y más ecuánime.

Creo que ello se impone para defender los intereses superiores de la Nación.

Estoy persuadido que el Pueblo y el Ejército aplastarán el levantamiento pero el precio será demasiado cruento y perjudicial para sus intereses permanentes.

Yo, que amo profundamente al Pueblo, sufro un tremendo desgarramiento en mi alma presenciando su lucha y su martirio.

No quisiera morir sin hacer el último intento por su tranquilidad y felicidad.

Si mi espíritu de luchador me impulsa a la pelea, mi patriotismo y mi honradez ciudadana me inclinan a todo renunciamiento personal en holocausto a la Patria y al Pueblo.

Ante la amenaza de bombardeos a los bienes inestimables de la Nación y sus poblaciones inocentes, creo que nadie puede dejar de deponer otros intereses y pasiones.

Creo firmemente que esta debe ser mi conducta y no trepido en seguir ese camino.

La historia dirá si había razón para hacerlo. Juan Perón Inmediatamente la remití al General Lucero quien la leyó por radio y la entregó a publicidad.

El día 19 de septiembre, de acuerdo con el contenido de la nota, el Ministro Lucero formó una junta de generales, encargándoles discutir con los rebeldes la forma de evitar la masacre y la destrucción, para lo cual, si ello era una solución, el Presidente ofrecía su retiro.

La Junta de Generales se reunió el día 19 de septiembre en una larga sesión, interpretando que la nota presidencial era su renuncia.

Llamaron a algunos auditores y les solicitaron dictamen al respecto.

Según me informaron luego, alguno de ellos interpretó que se trataba de una renuncia y la Junta intentó constituirse en gobierno y hasta expidió un decreto.

Al enterarme de semejante cosa llamé a la Presidencia a los generales de la Junta, el mismo día 19 en la noche, y les aclaré que la nota no era una renuncia sino un ofrecimiento que ellos podían usar en las negociaciones.

Les aclaré que si fuera una renuncia estaría dirigida al Congreso de la Nación y no al Ministro de Ejército, que era un Secretario de Estado.

Les reafirmé asimismo que el Presidente Constitucional lo era hasta tanto el Congreso le aceptara su renuncia, en caso de presentarla.

La misión de la Junta de Generales era sólo negociadora.

Tratándose de un problema de las fuerzas, nadie mejor que ellos para considerarlo y resolverlo ya que, si se tratara de un asunto de opinión, yo lo resolvería en cinco minutos.

Los generales aceptaron y salieron de la Presidencia dispuestos a cumplir su misión.

Algunos de ellos me merecían confianza.

Llegados los generales al Comando de Ejército, según he sabido después, tuvieron una reunión tumultuosa en la que la opinión de los débiles e indecisos fue dominada por los que ya estaban inclinados a defeccionar por conveniencia.

Supimos luego que el Comando en Jefe del Ejército de represión, estaba dominado por enemigos.

Su propio jefe de operaciones, el general Ymaz, fue nombrado jefe de las Fuerzas Motorizadas de Campo de Mayo por los rebeldes, inmediatamente después de la revolución.

Esa misma madrugada del 20 de septiembre fue llamado al Comando en Jefe mi ayudante, mayor Gustavo Renner, a quien el general Manni le comunicó en nombre de los demás que la junta constituída en gobierno había aceptado la renuncia (que no había presentado) y que debía abandonar el país.

La revolución quedaba con el país en sus manos.

Me temo que no sepa que hacer con él.

Los días dirán que una dictadura militar más se ha producido; los meses mostrarán un nuevo fracaso de este gobierno enemigo del Pueblo y los años condenarán la ambición, la incapacidad y la deshonestidad de un grupo de hombres de armas que no supo cumplir con su deber y que produjo tremendos males en el país”.