lunes, 31 de mayo de 2010


EL DESIERTO INCONQUISTABLE - SIERRA CHICA, 31 DE MAYO DE 1855.

La Gazeta Federal

Durante la época de Rosas, prácticamente se habían terminado los malones, o se reducían a pillajes sin importancia, por los tratos que Rosas había hecho con los indios en 1833, entregándole mercaderías, yerba y caballos.

Después de Caseros no se mantuvieron los acuerdos, y los indios reanudaron los malones, amenazando Bahía Blanca, 25 de Mayo, etc. Entre los caciques estaba Catriel y Payne, comandados por Calfucurá.

“Juan Manuel es mi amigo. Nunca me ha engañado. Yo y todos mis indios moriremos por él. Si no hubiera sido por Juan Manuel no viviríamos como vivimos en fraternidad con los cristianos y entre ellos. Mientras viva Juan Manuel todos seremos felices y pasaremos una vida tranquila al lado de nuestras esposas e hijos. Todos los que están aquí pueden atestiguar que lo que Juan Manuel nos ha dicho y aconsejado ha salido bien...”
Discurso del cacique pampa CATRIEL en Tapalqué celebrando la llegada de Rosas al poder en su segundo gobierno. Extraído del libro “Partes detallados de la expedición al desierto de Juan Manuel de Rosas en 1833. Recopilado por Adolfo Garretón. Edit. EUDEBA. Bs. As. 1975.

“Nuestro hermano Juan Manuel indio rubio y gigante que vino al desierto pasando a nado el Samborombón y el Salado y que jineteaba y boleaba como los indios y se loncoteaba con los indios y que nos regaló vacas, yeguas, caña y prendas de plata, mientras él fue Cacique General nunca los indios malones invadimos, por la amistad que teníamos por Juan Manuel. Y cuando los cristianos lo echaron y lo desterraron, invadimos todos juntos”.
Expresiones del Cacique Catriel, extraídas del libro “Roca y Tejedor” de Julio A. Costa.

(Ver la vacuna antivariólica durante la época de Rosas )

¿Quien mejor que Mitre para darle un escarmiento a esos indios ignorantes que andaban maloneando en la campaña de Buenos Aires? ¿acaso no había ido Rosas en 1833 hasta Choele Choel y Neuquén?

En Buenos Aires la juventud liberal lo despide con un banquete,(como corresponde), donde Mitre promete “exterminar a los bárbaros”.

Allá va entonces Mitre al frente de más de 900 hombres de infantería, caballería y dos piezas de artillería, pero al llegar a las proximidades de Sierra Chica, se topa con Catriel y Calfucurá al frente de 500 indios, que le aniquilan la infantería, le toman la artillería y le desbandan la caballería.

El Tisico y el resto de la tropa que le quedaba, apenas pudo salvar el pellejo trepando a la Sierra Chica, inaccesible para la caballería.

Los salvó la policía de Tandil que los socorrió y les abrió una vía de escape. (Se volvieron de a pie)

Es curiosa la táctica de Mitre, que sale de Buenos Aires como “caballería” pero regresa como “infantería”.

No obstante esta derrota vergonzosa, Mitre llega a Buenos Aires donde es agasajado por Sarmiento en un banquete, (como corresponde), donde Mitre dice otra de sus frases célebres (como corresponde) “El desierto es inconquistable”

Mitre disimuló públicamente esta derrota vergonzosa, aunque en los partes no pudo disimular, (porque siempre hay algunos testigos batilanas) y el 12 de junio le informa a Obligado: “Para ocultar la vergüenza de nuestra armas (la vergüenza de Mitre será) he debido decir que la fuerza de Calfucurá ascendía a 600, aun cuando toda ella no alcanzase a 500; así como he dicho que la División del Centro no pasaba de 600, aun cuando tuviese más de 900, dos piezas de artillería y 30 infantes el día que tuvo lugar su encuentro en el que Calfucurá debió quedar destruido...He dicho también que por falta de caballos, pero debo declarar a usted confidencialmente que ese día los tenia regulares…Hasta ahora sabíamos que era un buen partido un cristiano contra dos indios, pero he aquí que ha habido quien haya encontrado desventajoso entre dos cristianos contra un indio.”
(Scobie. La lucha.p.132 / JMR.t.VI.p.151)

Leyendo cuidadosamente las palabras del parte, y tomadas como de quien vienen, podemos deducir que los indios eran 250, las tropas 1800, la infantería 60 y las piezas de artillería cuatro.

Y con jefes como ese, un buen partido era por lo menos cuatro contra uno.

Respecto a los caballos, efectivamente ese día los tenia regulares ...¡cuando los tenia faltantes era al día siguiente!

LA INDEPENDENCIA, UNA BATALLA QUE CONTINÚA.

Por Enrique Lacolla

Los problemas que marcaron el nacimiento de la Argentina como país independiente siguen gravitando en un presente que los repropone como una instancia que, contrariamente a lo sucedía en 1810, los perfila por fin como superables.

Es obvio que el bicentenario es un momento propicio para ensayar un balance de lo vivido desde el momento del advenimiento a la Independencia hasta aquí.

Por cierto que, aunque la Argentina constituye la base sobre la que ensayamos este análisis –pues este es el terreno donde ha sedimentado nuestra experiencia-, esa interpretación no puede en manera alguna excluir a los fenómenos generales de carácter mundial que han afectado a nuestra historia ni al hecho de que formamos parte de un precipitado social que nos vincula estrechamente a los otros países de Iberoamérica.

De hecho, todas las trayectorias nacionales de América latina no hacen sino refractarse unas en otras, lo que viene a demostrar el carácter unitario de sus vivencias y el hecho de que, entre todos, somos aun una nación no constituida todavía, brotada de la matriz mestiza del continente, unificada por una lengua y una cultura comunes, castigada por unas tendencias centrífugas alimentadas desde el exterior y fogoneadas por el rol negativo de unos núcleos dirigentes que jamás se propusieron otros objetivos que aquellos que no fueran más allá de sus peculiares, acotados y egoístas intereses.

Estos 200 años nos han aportado más decepciones que cumplimientos. Empero, si se observa la persistencia de los movimientos populares que, confusamente, han resistido a la presión imperialista, ejercida a veces en forma directa, pero por lo general a través de sus agentes locales, y si se atiende a las manifestaciones del cambio demográfico y tecnológico, así como a una conciencia cada vez más expandida –aunque silenciada por los grandes medios de comunicación- respecto de nuestra sustancial hermandad, cabe empezar a representarse una segunda etapa independentista que cumpla con el sueño de nuestros más esclarecidos libertadores, San Martín y Bolívar, etapa que sea capaz de constituir esa gran nación iberoamericana que necesitamos para pararnos en un pie de igualdad con el resto del mundo y que es indispensable para liberar las fuerzas productivas y culturales que llevamos en nuestro seno.

El momento de la Independencia, en 1810, estuvo caracterizado por la inmadurez.

Ello determinó que nuestro ingreso en la historia se verificase, más que como resultado de un acto de volición propia, como consecuencia del empellón que ella nos propinaba.

Empero, uno no elige el momento de nacer.

Los pueblos colonizados raras veces tienen tiempo de madurar por sí mismos.

Los remolinos del acontecer mundial suelen empujarlos a destiempo a un combate para el que no están preparados y a través del cual han de abrirse trabajosamente camino.

Incluso potencias de enorme envergadura, provistas de gran entidad cultural e histórica, como China, por ejemplo, se vieron arrojadas al mundo, durante el siglo XIX, en condiciones de absoluta inferioridad para enfrentarse a la codicia, la tecnología y las armas del Occidente capitalista, debiendo circular a través de terribles experiencias por más de un siglo antes de poder dotarse de las capacidades necesarias para pararse por sus propias piernas y hacer frente a sus enemigos.

Y si esto le ocurrió al Imperio del Medio, que los países de Iberoamérica hayan conseguido mantener su identidad en medio del maremoto imperialista no es poco logro.

En 1810, el momento en que el terremoto provocado por la Revolución Francesa y por la expansión del imperialismo británico trastruecan las normas por las que se guiaba l’ancien régime, el virreinato del Río de la Plata era un páramo poco poblado, bien que de proyección geográfica muy amplia, con núcleos de población en el interior que subsistían por sí mismos o a través del intercambio de productos artesanales con las provincias del Alto Perú.

En Buenos Aires, una importante burguesía mercantil asociada a los ganaderos de la provincia, a la exportación de cueros y a la importación de manufacturas, engendrada por el contrabando de bienes importados que eludían el monopolio comercial al que aspiraban los intermediarios españoles asentados en Cádiz –que fungían a su vez de cómo ruedas de transmisión del interés británico hacia el interior de España-, esa burguesía mercantil, digo, aspiraba a liberarse de la coerción española y a ampliar las libertades de tráfico que les habían sido concedidas por el virrey Cisneros.

Creo que es importante tener en cuenta el carácter trasgresor de la ley que tuvo la casta dirigente de la Ciudad-puerto, para comprender cierta desenvoltura administrativa (vulgo, corrupción) que inficionaría, en un grado quizá superior al de otros países, a nuestras clases dominantes.

Formadas en el contrabando, fue fácil que su concepción del mundo se organizase en torno de una comprensión dependiente del rol que les tocaba desempeñar.

Ese papel requerirá siempre la benevolencia de los grandes del mundo y no se concebirá fuera de su paraguas protector.

Un paraguas que las protege a ellas, por supuesto, pero no a la masa a la que dicen gobernar y que de hecho someten.

En el resto de la América hispana la cuestión no difería en su esencia.

Las oligarquías del cacao, el azúcar o el café que se distribuían por todo el continente, eran el sector más influyente en sus sociedades y antipatizaban cada vez más con las pretensiones de la decadente metrópoli española y sus representantes directos, interesados en conservar sus superioridad social, frenar la autonomía y coartar las posibilidades de enriquecimiento de la aristocracia criolla, fundándose en el supuesto privilegio originado por su nacimiento en suelo español y en la obediencia a Madrid.

Tanto una como otra, sin embargo, coincidían en explotar a la población indígena y a la muchedumbre de indios, mestizos, negros, mulatos y castas que eran la mano de obra, en parte esclava, que les suministraba sus ganancias.

La reacción en cadena

Sobre este conglomerado iba a jugar la influencia de la revolución norteamericana, primero, y de la francesa, después.

Fue esta última, sin embargo, la que en realidad irradió su proyección cultural hacia Latinoamérica de manera más vigorosa.

Tal vez por tratarse de una verdadera revolución, la francesa poseía un corpus ideológico propio, al que debía reforzar a este con una apelación a la lucha de clases que en Estados Unidos no se verificaba.

Esto último era fruto del hecho de que la revolución norteamericana implicó en suma la liberación de unos colonos de composición económica y racial homogénea, perfectamente dueños de sí, y a los cuales lo que les importaba no era reemplazar a un amo por otro, sino deshacerse del patrocinio británico para acceder a la autogestión soberana.

La revolución francesa, en cambio, tuvo que ir mucho más allá de los límites que de sus inspiradores intelectuales le habían fijado.

Para vencer la resistencias del absolutismo borbónico, coaligado con el de las otras monarquías del continente y asociado asimismo la casta dirigente británica, que vinculaba a la nobleza terrateniente con los productores de la primera revolución industrial y con los financistas de la City, el ala radical de las revolucionarios en París procedió a decapitar al rey, a la reina y a miles de aristócratas, a la vez que montaba ejércitos improvisados, animados por un enorme entusiasmo, para enfrentar y frenar a las fuerzas de la coalición contrarrevolucionaria.

Y cuando Termidor cerró en Francia el ciclo salvaje de la revolución, guillotinando a los guillotinadores, fue sólo para abrir el paso a un nuevo y aun mayor desafío para Inglaterra y sus aliados: el representado por Napoleón Bonaparte, que se proponía desafiar el predominio industrial británico en Europa, a la vez que a jugar al boliche con las coronas del continente.

Fue un momento singular en la lucha por la hegemonía mundial.

Gran Bretaña se aprestaba a librar la última batalla para deshacerse de su enemigo tradicional, Francia, curándose de paso, en salud, de los vientos de la fronda revolucionaria.

La City y Whitehall, por otra parte, veían también la oportunidad de resarcirse de la reciente pérdida de sus colonias trasatlánticas liquidando al crujiente imperio español y haciéndose, si no con el dominio directo de sus territorios, sí con una posición absolutamente privilegiada en lo referido al intercambio comercial y a su presencia en ese nuevo mercado que se abría para verter allí los productos de la revolución industrial de que era pionera.

Se abre así un capítulo complejo que empujará a la independencia de la América hispana.

Tras dos frustradas intentonas militares de hacer pie en el Río de la Plata en 1806 y 1807, la tesitura británica cambió, tanto por las evidentes dificultades que se ofrecían para una intervención en fuerza, como por el hecho de la inversión de la alianzas que se produjo a partir de 1808 en España, que de aliada de Francia pasó a convertirse en su enemiga en ocasión de la invasión napoleónica a la península.

De cualquier manera la pretensión imperial española había sufrido un golpe mortal en Trafalgar, que la despojó de su flota y dejó a Inglaterra como dueña indiscutida de los mares al naufragar el potencial naval no sólo español sino también francés en esa batalla.

La posterior invasión francesa a la península dio lugar en España a una conmoción popular que produjo la evanescencia de las autoridades tradicionales, generando una intentona de democratizar la sociedad a través de las Cortes de Cádiz y un conflicto militar en gran escala que combinó el accionar de los ejércitos regulares con la expansión de la guerrilla a lo largo y a lo ancho de ese país.

La revolución escindida

El mecanismo del desencadenamiento de la revolución iberoamericana fue entonces en buena medida precipitado por la crisis mundial.

La insatisfacción de los grupos criollos ligados al tráfico se combinó con una declamada lealtad a la Corona que no comprometía a nada y permitía una fidelidad a ella que podía manifestarse retóricamente, cuando en realidad a lo que se aspiraba era a romper los lazos con España.

Otro sector patriota tendía más bien a identificarse con la corriente liberal que recorría a España y que permitía suponer que la presencia de las colonias en las Cortes de Cádiz iba a permitir a estas acceder a una representación igualitaria respecto de los diputados de la Madre Patria.

Que esto no sucediera, que España quedase otra vez bajo la férula del absolutismo fernandino, constituyó una de las tragedias de la revolución hispanoamericana, que se vio entregada de ese modo a sus propias fuerzas y desprovista de un centro que hubiera podido frenar las tendencias centrífugas que pronto la afectarían.

En este encuadre pronto se manifestarían las principales tendencias cuyos choques y evoluciones determinarían por muchos años el destino del continente.

En dicho contexto podemos divisar, simplificando un poco groseramente las cosas, a cuatro factores principales que gravitarían en esa peripecia social:

a) La presencia de un puñado de hombres que estaban imbuidos de una comprensión global de los problemas y que, de alguna manera, prefiguraban la vanguardia intelectual, política y militar que podría haber llevado la revolución a buen término.

En ellos anidaba la comprensión intelectual y la voluntad política de establecer lazos estrechos entre las partes del imperio americano de España a fin de impedir su desintegración.

Eran hombres que habían bebido de los textos de la Ilustración o se habían comprometido en acciones militares en el viejo mundo.

José de San Martín, Simón Bolívar (en este caso a pesar de unos errores de apreciación social, que generaron sus derrotas iniciales, pero que fueron luego corregidos),(1)

Francisco de Miranda, Manuel Belgrano, Bernardo Monteagudo, Mariano Moreno y algunos más, se cuentan entre ellos.

Estos hombres percibían la revolución americana como un todo, sea por la visión centralista que les daba el haber pasado por las filas del ejército español, recorrido por tendencias liberales; sea por su tránsito por las universidades y salones europeos, que los impregnaban de las tendencias a la moda en el núcleo bullente de su fragua; sea por ser capaces de reconocer, simplemente por su capacidad de síntesis política, la realidad mundial desde nuestra propia perspectiva.

Desde Chuquisaca, por ejemplo, como Monteagudo y Moreno.

Eran, como dice Arturo Jauretche, capaces de mirar al exterior desde una perspectiva Mercator invertida, que les consentía ver al mundo desde aquí, y no al aquí desde la perspectiva del mundo.

b) En contraposición a esta corriente que nos animaríamos a denominar idealista, expresión de lo mejor en cuanto a discernir, con aptitud profética, las coordenadas potenciales de una situación histórica dada, había un conglomerado de intereses fundados en un chato realismo, que apuntaba a explotar las ventajas materiales que ya poseían para buscar la expansión de estas desvinculándose de toda intentona por lograr objetivos superiores.

También estos estamentos solían cubrirse con la pátina de la Ilustración y de la literatura a la moda, pero en ellos esa vivencia solía traducirse en un sentimiento de superioridad que servía de óptimo vehículo para justificar, con la veladura del progreso espiritual y moral, sus apetitos de clase respecto a los hijos de la tierra.

Esta oligarquía comercial y ganadera (o del café, el cacao o el azúcar en otras partes del subcontinente), no estaba en disposición de soñar nada y reducía sus aspiraciones políticas al engrandecimiento de sus fortunas, concibiendo a estas dentro de marcos manejables y disponiéndose a aliarse con los factores de poder que mejor podían asociarse a sus intereses.

En general eran costeñas y contaban con el control de las embocaduras por las que circulaba el tráfico.

El imperio inglés era el compañero ideal de estos intereses, dado que buscaba justamente alentar los patriotismos de campanario, dividir en partes al imperio español, incentivar el comercio e introducirse con sus manufacturas en los mercados iberoamericanos, que estarían más indefensos cuanto más segmentados se encontrasen.

Se generó así un clásico ejemplo de burguesía compradora, como la denominaría más tarde Carlos Marx: ávida de bienes materiales, poseída por la noción de su propia importancia, postrada ante la irradiación cultural de Europa y en condiciones de convertirse de manera voluntaria en la correa de transmisión de los intereses del capitalismo foráneo.

En el caso argentino la disposición del Puerto de Buenos Aires y de las rentas de la Aduana ponía al alcance de ese sector las posibilidades económicas para darse un nivel de vida superior y, sobre todo, para imponer por la fuerza de las armas sus intereses particulares a los intereses peculiares del interior.

c) Este último era el tercer factor que gravitaba en el encuadre a la hora de independencia.

Allí se movían las multitudes populares, identificables en el gauchaje provinciano, en parte de la plebe porteña y en algunos dirigentes capaces de reflejarla; en los núcleos artesanales de las provincias y en las dirigencias locales, que reposaban sobre un modelo económico vegetativo, débilmente conectado con las otras dependencias del virreinato, poco propenso al cambio y que aseguraba cierta estabilidad a un modo de vida bucólico del que participaban todos en diverso grado.

Sin dejar por esto de experimentar el desafío físico que imponía la proximidad del desierto, la amenaza de los indios y un estilo de vida campestre muy rudo para el gauchaje trashumante.

No era pues, este, un dominio demasiado fácil de conquistar para los doctores de fraque y de levita que pululaban en Buenos Aires y que manifestaban, ellos también, una fuerte propensión a reemplazarlos por las botas y espuelas del uniforme militar.

Todo lo cual pronosticaba choques muy duros cuando estos decidiesen avanzar sobre el interior para reducirlo al proyecto angloporteño.

La existencia de configuraciones sociales parecidas en todo el mapa de Iberoamérica era sintomático de una problemática similar.

¿Se podía convertir esa estructura disforme en un todo coherente y más o menos organizado, orientado hacia la unidad y dentro del marco de la resistencia a una España regresiva, que reprimía a sus elementos liberales y mandaba expediciones para que acabasen con las tendencias independentistas que de alguna manera les hacían eco al otro lado del Atlántico?

d) El último factor que cabe añadir al retrato del momento independentista de América latina a principios del siglo XIX, es el geográfico.

A la contraposición de sectores sociales enfrentados en los cuales no existía ningún estrato susceptible de concebir una ideología nacional concentrada, generada por la posibilidad del crecimiento autógeno de un mercado interno de dimensiones importantes, se sumaba la presencia de una geografía hostil, de topografía muy difícil, con enormes cadenas montañosas y vastedades desérticas.

No hubieran constituido estas un obstáculo insalvable si en vez de la burguesía compradora hubiésemos contado con una burguesía nacional.

Los cruces de los Andes por los ejércitos de San Martín y de Bolívar, y las increíbles campañas de los ejércitos patriotas en expediciones que cubrían miles de kilómetros desde sus bases demuestran que, aun en esas condiciones, las adversidades geográficas podían ser vencidas.

Pero la ausencia de una base social nutrida y homogénea, sustentada en una cadena productiva importante, dejaba en el aire a los mejores esfuerzos.

Las carencias de dinero y apoyos materiales de los ejércitos patriotas cuando se esforzaban para llevar a buen remate su cometido, era obra del sabotaje de esos ejércitos por los núcleos sociales que disponían de medios pero que no se sentían atraídos por proyectos que excedieran su interés de corto alcance y que se preocupaban sobre todo en dominar la reacción de las sociedades provincianas y del pueblo de la campaña.

O sea, en el saqueo de sus recursos, el desmonte de sus artesanías, la fractura de su sistema de vida y la imposición de la arrogancia de sus doctores, sin entregarles nada a cambio.

Estos factores eran decisivos para sabotear cualquier iniciativa progresiva.

Pero eso era lo que había.

Los prohombres de la Independencia, educados en una concepción centrípeta de las sociedades americanas, debían enfrentarse a una conjunción de factores que la contradecía de manera categórica.

No es extraño que Bolívar dijera, al final de sus días, “he arado en el mar”.

Y que San Martín eligiera exiliarse en Europa en vez de presidir las discordias civiles. Sin embargo, aquí se plantea una pregunta incómoda, pero que merece ser tomada en cuenta.

¿Qué hubiera pasado si el Libertador, a su retorno del Perú, recogía la incitación de Facundo Quiroga y Juan Bautista Bustos y trataba de reducir al los unitarios de Buenos Aires, instaurando una especie de poder bonapartista que gobernase por encima de los doctores y los caudillos –estos últimos muy predispuestos a su favor-, disciplinando las discordias, eventualmente con mano de hierro?

El sueño integrador de la Patria Grande habría quedado al costado del camino, pero unas Provincias Unidas que hicieran honor a su nombre hubieran podido procurar una base muy importante para reasumirlo en etapas posteriores.

En definitiva, esa necesidad autocrática para superar el desorden interno fue llenada poco después por Don Juan Manuel de Rosas, pero con una perspectiva mucho más estrecha, que no alteraría las relaciones de poder entre las provincias y Buenos Aires sino que las pondría, por un tiempo, entre paréntesis.

Las Provincias Unidas del Río de la Plata hubieran podido, con San Martín, haber dejado de ser un eufemismo que disimulaba su auténtico rótulo (las Provincias desunidas del Río de la Plata) para erigirse en un poder mejor balanceado, capaz de mirar hacia fuera desde una perspectiva autónoma.

El país posible hubiera podido ser dirigido hacia un mejor equilibrio y desarrollo, en vez de derivar gradualmente a la quiebra de las relaciones de poder entre Buenos Aires y el interior que acaece con posterioridad a Caseros.

Son hipótesis que colindan peligrosamente con la historia-ficción, lo sé, pero que deben ser formuladas, porque los desarrollos sociales no se dan sólo a partir de categorías económicas de carácter rígido, sino también a partir de la voluntad que los núcleos dirigentes tengan para interpretar lo que se incuba en ellas y la posibilidad de precipitar su desarrollo. (2)

Un escarmiento

Hubo un punto en el mapa donde una opción parecida fue puesta en práctica.

Por desgracia, sobre una base social y geográfica muy reducida y enclaustrada, por voluntad propia, en un rincón del continente.

El Paraguay del Dr. Francia y de los López fue una tentativa de desarrollo autónomo hasta cierto punto brillante, pero condenada por su localismo y por la desconfianza del primero de sus mandantes respecto a la posibilidad de ser arrastrado al tumulto de las guerras civiles en que se sumía el Plata.

Erigido sobre la base de una estructura económica generada por los jesuitas y que estuviera en sus orígenes dirigida al autoabastecimiento y a la construcción de una Utopía evangélica en solitario, el Paraguay del Dr. Francia se basaba en una hipótesis aislacionista.

No podía salir de su enclaustramiento sin ingresar a la guerra civil que consumía a las provincias del Plata y sin enfrentarse a Buenos Aires, que lo encerraba con su control de la desembocadura de los grandes ríos navegables que iban a dar a la mar.

Haciendo de la necesidad virtud, Francia prefirió el encierro a la aventura de la historia.

Su país habría de pagarlo muy caro después, cuando esta lo alcanzó décadas más tarde.

El tardío intento de Francisco Solano López de salvar al Paraguay jugando al Bismarck del Plata, ingresando a la liza continental para intentar preservar la independencia uruguaya de la agresión brasileña, se sellaría en una catástrofe mayor, patrocinada y llevada adelante por los gobiernos de Río de Janeiro y Buenos Aires.

Ya no había márgenes de maniobra: el interior argentino había sido puesto de rodillas después de Pavón y sólo podía suministrar su simpatía y algún alzamiento montonero para solidarizarse con Paraguay.

Pero la suerte estaba echada. Como dice Jorge Abelardo Ramos en su Historia de la Nación Latinoamericana: -Detrás la oligarquía porteño-brasileña actuaban los intereses mundiales del imperio británico en su pugna por la división internacional del trabajo y el control del mercado interno de América latina.

Era una conjunción demasiado fuerte para superarla.

La guerra del Paraguay terminó de cerrar una peripecia histórica cuyo destino se había determinado mucho antes.

América latina era un mosaico de pseudo naciones, el interés británico había triunfado en todas partes, salvo en aquellos lugares del continente donde el imperialismo norteamericano, una vez resuelta en sentido positivo la cesura entre los estados en su propia y feroz guerra civil, y ya avanzada la conquista del Oeste, se aprestaba a prestarles una atención preferente.

Era la hora del -¡Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos!, frase con que Porfirio Díaz definiera lapidariamente la situación de su país y que puede calzar, por extensión, en la generalidad de los países del hemisferio occidental al sur del Río Bravo.

El tema del protagonista histórico

Desde 1810 e incluso desde 1910, sin embargo, las coordenadas han cambiado.

El Brasil, hasta no hace muchos años un factor que crecía de espaldas al continente y que visualizaba a la Argentina como un obstáculo a una hegemonía fundada en la asociación con Estados Unidos, sabe que su propia supervivencia reside en su capacidad para juntarse con sus vecinos para ejercer un liderato eventual, pero no para hegemonizar nada.

Uno de los obstáculos mayores para propulsar, en la hora de la Independencia, la unidad del subcontinente, las enormes distancias geográficas, está potencialmente anulado por los medios de transporte modernos, a la vez que la comunicación electrónica garantiza un intercambio instantáneo de puntos de vista entre una muchedumbres de agentes políticos y entre el pueblo llano mismo.

El trabajoso peregrinar de América latina desde la Independencia hasta acá demuestra su unidad sustancial.

Al menos para esto han servido los reveses por los que hemos tenido que pasar, similares de uno a otro extremo del mapa.

Nuestra unidad está determinada por la identidad cultural e idiomática –el portugués, en suma, es otra de las lenguas ibéricas, inteligible sin gran esfuerzo por todos, así como lo es el español para los brasileños-, y la evidencia de las ventajas de la complementariedad económica, cae de su peso.

Sin embargo sigue persistiendo el problema que enfatizamos un poco más arriba: el de las posibilidades latentes (que hoy son ya mucho más que latentes) que no encuentran la figura o la herramienta social capaces de movilizarlas.

¿Qué ocurre con el protagonista histórico en el cual debería encarnarse esta aspiración?

El núcleo del problema es cultural y comunicacional.

No se pasa tanto tiempo a la sombra de un tutelaje imperial sin que se produzcan graves distorsiones psicológicas en los grupos intelectuales que deberían acaudillar el proceso.

De hecho, este ha sido el factor que más gravitó en los sucesivos fracasos de los movimientos populistas que intentaron reflejar las necesidades del pueblo llano y en cuyas torpezas está presente la ausencia –si se perdona el oxímoron- de unos cuadros que debían ser suministrados por una vanguardia intelectual crecida al conjuro de una estructura nacional integrada.

Cuba, tal vez, ha sido la excepción a esta regla de hierro, pero el cubano es un proceso muy peculiar, difícil de reeditar: Estados Unidos jamás volverá repetir el error de consentir y hasta alentar un movimiento de esas características porque, allá a finales de los ’50, parecía reducible al clásico sarampión radical de la juventud universitaria.

Lo exiguo de la base geográfica y económica cubana y el fracaso en intentar exportar su revolución a escenarios más complejos, pone de relieve los límites de su generosa experiencia.

Pero no desesperemos. Cuba sigue en pie, y sobre todo la devastación neoliberal –que se valió de una previa represión implacable para actuar con impunidad-, es antagonizada por todos los sectores políticos y sociales que no se encuadran en el marco de la dependencia.

A esto se suma el hecho de que se están construyendo organismos supranacionales en toda Suramérica –Mercosur, Unasur- con miras a una integración regional capaz de liberar nuestras fuerzas.

La disparidad entre el momento de la Independencia y el presente no puede ser más grande.

En 1810-1825, había una distancia tajante entre las aspiraciones ideológicas y las pretensiones jurídicas, y una infraestructura económica y social que se asentaba sobre una base demográfica exigua, en buena parte sometida a una explotación semi-servil, cuando no directamente esclavista.

Hoy no somos menos de 400 millones y tenemos a disposición espacios y recursos inmensos, accesibles para los instrumentos de la tecnología moderna.

No hay fracturas étnicas ni confesionales de bulto, por mucho que ciertos organismos internacionales y los idiotas útiles que los siguen intenten fomentarlas so capa de un pretendido humanitarismo indigenista.

Los obstáculos son sobre todo ideológicos, fruto de nuestro crecimiento cojo y de la distorsión cultural que produjo, pero gradualmente, a pesar de la capacidad de desinformación que el sistema ejerce a través del cuasi monopolio de los mass media, está comenzando a ceder.

El protagonismo histórico puede ser desempeñado por las jóvenes generaciones que comprendan la dialéctica de nuestra historia.

A partir de allí se podrán ir organizando fuerzas que ya están presentes, aunque carecen de una dirección clara para orientarse.

Las masas van a responder a ese discurso.

Hay que aprovechar la oportunidad.

Esto no significa que podamos hacer que las cosas cambien de la noche a la mañana, sino que hay que rebatir la narración dependiente de nuestra historia con una batalla cultural que acompañe a las políticas de integración económica, mediática y de defensa.

Las amenazas que se diseñan contra nosotros son grandes –la incombustible Gran Bretaña, por ejemplo, en estos momentos está diseñando junto a Estados Unidos una reivindicación austral que vedaría u obstaculizaría a los países del Cono Sur el acceso a los recursos de la Antártida-, pero en la medida en que un bloque conformado por Brasil, Argentina y Chile se oponga unánime y resueltamente, ese proyecto será de difícil concreción.

Las disputas de campanario (el conflicto del Beagle, el antagonismo argentino-brasileño, la actitud trasandina en ocasión de la guerra de Malvinas), son capítulos que pertenecen a la historia de la América latina balcanizada.

Parafraseando a Marx, son fantasmas que pesan sobre la identidad de los iberoamericanos vivos.

Exorcizarlos no debe ser tan difícil: bastará que nos movamos, desde una comprensión crítica de la naturaleza de los fracasos que nos afligieron, hacia la luz del día.

1) El error inicial de Bolívar fue el de pretender fundar una especie de República aristocrática, apoyándose en las clases criollas privilegiadas (los mantuanos), descuidando a las castas de color.

Ello determinó que estas se mantuvieran indiferentes a la revolución o reaccionaran violentamente contra la misma, pues veían que sus antiguos opresores reeditaban, con otros oropeles, la opresión originaria.

De ahí provino el arraigo popular del español Boves, que puso a la revolución al borde del abismo.

Para gozar de un relato vibrante de las luces y sombras independencia venezolana conviene leer la novela Las lanzas coloradas, de Arturo Uslar Pietri y, muy en especial, Boves, el Urogallo, de Francisco Herrera Luque.

2) En la espléndida biografía de San Martín escrita por Norberto Galasso, este realiza una aproximación muy interesante de las oscilaciones de la relación entre el Libertador y los caudillos, en el marco de la mutua repulsión que existía entre el Libertador y Rivadavia, exponente máximo del unitarismo porteño.

La industrialización lucha por abrirse paso sobre la Argentina semicolonial.
EL BICENTENARIO Y EL SENDERO DE LA INDUSTRIALIZACION
En el marco de iniciativas nacionales y populares de distinta naturaleza en América del Sur, surge la Argentina del trabajo.

Por Federico Bernal

En Estados Unidos, las clases dominantes del Norte industrial necesitaron de una victoria militar para vencer a las oligarquías esclavistas y agroexportadoras del Sur. Mientras avanzaba la Guerra de Secesión, se democratizó la entrega de tierras y se subordinó el desarrollo agrario al industrial.

Con la incorporación política, económica y administrativa de los Estados balcanizadores a la Unión nació el primer gran Estado-nación industrial de América.

En Canadá, las clases dominantes del centro industrial vencieron a las
oligarquías de las provincias marítimas y occidentales vinculadas con
el comercio exterior de materias primas sin necesidad de una guerra
civil.

Allanado el camino por la vía pacífica, las clases sociales emergentes democratizaron la tierra, erigieron fuertes barreras proteccionistas contra los polos manufactureros de Gran Bretaña, sometieron el desarrollo agrario al desarrollo industrial y unificaron las ex colonias británicas al norte del paralelo 49º.

Las bases del segundo Estado-nación industrial de América estaban echadas.

Al mismo tiempo, las oligarquías exportadoras de las metrópolis
hispanoamericanas fueron consolidándose como factores centrífugos
locales de lo que debería haber sido el tercer Estado-nación industrial de América al sur del río Grande.

La disgregación estalló y el atraso se extendió por toda la región.

En la Argentina, la oligarquía terrateniente y vacuna de la Pampa Húmeda sometió los movimientos industrialistas de la época, anuló cualquier resquicio de democratización de la tierra, estancó la puesta en marcha de un verdadero desarrollo agrario a escala nacional y asfixió su industrialización.

El desarrollo de una industria primaria vinculada casi exclusivamente con los frutos del suelo (alimentaria, textil, bebidas, indumentaria) fue una realidad, aunque siempre de tipo temporal y vinculado con las sucesivas crisis del sistema capitalista internacional (1873, 1890, 1914, 1930, 1939).

El modelo agroexportador penetró en el siglo XX y avanzó sin pausa durante las tres primeras décadas.

Como señala el ensayista cordobés Roberto Ferrero: -Al iniciarse la Segunda Guerra Mundial, la Argentina podía ser caracterizada como un país capitalista-agrario y semicolonial hasta 1946 cuando se inició un consciente proceso de industrialización.

El peronismo, de igual forma a lo ocurrido en Estados Unidos y en Canadá durante el siglo XIX, intentó basar la industrialización (en este caso liviana y mediana) subordinando al sector agrario.

Pero el carácter semicolonial de la Argentina pudo más.

La no profundización de la expropiación de la renta agraria diferencial en beneficio de las grandes mayorías, sumado a la ausencia de energéticos en cantidades suficientes, a la imposibilidad de fundar una industria pesada, al bloqueo estadounidense y al fracaso en la rápida expansión del mercado interno derivaron en el retorno de la Argentina semicolonial.

Desde la Revolución Libertadora y hasta el 2003, el resultado ha sido poco satisfactorio.

Ese año, no obstante, comienza lentamente a desandarse el modelo neoliberal.

Por su parte, América del Sur acompañará los nuevos vientos de cambio con iniciativas nacionales y populares de distinta naturaleza y carácter.

En el año del Bicentenario, la Argentina del trabajo, la justicia social, la autodeterminación económica y la industrialización lucha por abrirse paso sobre la Argentina semicolonial.

Queda por saber cómo las clases y los sectores sociales emergentes se las ingeniarán para consolidar la unidad sudamericana, democratizar la tierra, proteger la industria nacional y multiplicar el desarrollo agrario como base para la edificación de una economía moderna y diversificada.

Más allá del interrogante y su respuesta, el tercer Estado-nación en América ha comenzado

Perón menciona, 43 años atrás: - Suprimir los límites para un mejor aprovechamiento económico y técnico de América Latina.

REVELADORA CARTA DE JUAN DOMINGO PERÓN A JORGE ABELARDO RAMOS

“Nuestra política internacional estaba orientada hacia la integración geopolítica y una integración histórica para formar luego un núcleo de países en condiciones de tratar sin desventajas con las grandes potencias. Echar las bases de los futuros Estados Unidos de Sudamérica. La integración histórica en un "Tercer Mundo" para consolidar nuestras liberaciones por una unidad y solidaridad continental”

Madrid, lunes 29 de mayo de 1967

Estimado amigo:

A mi regreso de un viaje de manzanillización a Sevilla, me encuentro con su carta y los ejemplares N° 3 y 4 de la revista Izquierda Nacional que tuvo usted la amabilidad de enviarme.

Le agradezco su recuerdo: he leído con todo interés el material, sin desperdicio, de su contenido que comparto en un todo porque la verdad habla sin artificios.

Una izquierda nacional, en la que orgullosamente me cuento, que sale a la palestra con verdades como puños sin preocuparse de que, en nuestros días, lo más peligroso suele ser decir la verdad.

Llega poco a poco el día en que todos comenzamos a hablar un mismo idioma como iniciación de una unidad y solidaridad que está ya tardando en llegar y que será la única manera de encarar una liberación impostergable.

La segunda revolución libertadora, excelente artículo de una verdad aterradora.

La tan mentada Revolución Argentina es efectivamente la segunda revolución libertadora aunque sus consecuencias serán provechosas para nuestro pueblo.

No sé si nosotros habremos sido demasiado buenos pero, los que nos han sucedido han sido tan malos que, en último análisis, venimos resultando óptimos.

Estos nuevos salvadores de la Patria no harán sino confirmar el viejo refrán castellano: detrás de mí vendrán los que grande me harán, lástima grande que sea el Pueblo inocente el que ha de pagar las consecuencias.

Desde la distancia y con la información que poseo puedo apreciar que desde el 28 de junio hasta el relevo de los primeros ministros, la dictadura militar se ha debatido en una lucha sorda dentro de su gobierno entre los grupos interesados en copar el poder detrás del trono en la que han intervenido desde los grupos nacionalistas clericales hasta los de los gorilas contumaces pasando como ustedes dicen por los sectores de una versión inorgánica de los intereses de la burguesía nacional y las exigencias de la oligarquía vacuna.

Mientras ello sucedía, la acción monopolista foránea y sus cipayos vernáculos, se encargaban de crear en el país un estado económico que obligara a la dictadura a caer en sus manos.

El nombramiento de Krieger Vasena, conocido agente de los monopolios, demuestra que esos son los intereses que han vencido.

Sus declaraciones iniciales y su acción ulterior están demostrando que no puede quedar lugar a dudas.

La campaña de intimidación, minuciosamente planeada y aplicada a continuación del fracaso del Plan de Lucha de la CGT, con la intención de paralizar toda acción de la resistencia popular nos demuestra que estamos frente al enemigo más peligroso que hemos enfrentado desde 1955: a la fuerza que esgrimen los militares que usurparon el poder, se agrega la habilidad de los grupos que sirven a los monopolios y la incapacidad y deshonestidad de muchos dirigentes sindicales que no sé si son tan incapaces como deshonestos.

Esto nos debe hacer pensar en la necesidad imprescindible de reaccionar rápidamente hacia la unidad y solidaridad de todas las fuerzas populares.

Ya no se trata de defender sindicatos, ni los intereses parciales, sino de la existencia misma de toda nuestra organización de la clase trabajadora argentina.

Dentro de ello no cabe ya el egoísmo sindical de cada Comisión Directiva sino de articular una lucha de conjunto con disciplina y unidad de acción, porque a la unidad de nuestros enemigos no podemos sino oponerle nuestra propia unidad.

A la oligarquía vacuna, a los intereses agroexportadores y la burguesía industrial, decididas a arruinar al proletariado argentino con la ayuda de las Fuerzas Armadas convertidas en cipayos del imperialismo, se les ha de oponer la decidida resolución del Pueblo que, dispuesto a todo, ha de oponer a la intimidación hechos fehacientes en los que demuestra que en la destrucción del pueblo estará implícita la destrucción de los demás y que si la clase trabajadora se hunde, se hundirán también las fuerzas que la condenan.

Ello impone primero la unidad y solidaridad en nuestras fuerzas, segundo la purificación en su horizonte dirigente y tercero una planificación en la que vaya, desde la contraintimidación hasta la realización de medidas que no dejen lugar a dudas sobre la decisión de los trabajadores de llegar a los extremos que sea

preciso llegar.

Muchas veces he repetido a los peronistas que los pueblos que no quieren luchar por su liberación, merecen la esclavitud y nunca ha sido ese consejo más apropiado que en las actuales circunstancia.

Pero, esta lucha ha de ser inteligente: no se trata de oponer la fuerza al poder militar sino la habilidad.

Según rige en los principios de la conducción, no se puede empeñar una batalla contra un enemigo más fuerte, pero sí se puede diluir la lucha en miles de pequeños combates donde uno se asegura el éxito y que sumados representan otra batalla librada en una lucha de guerrillas que no sólo da exitos parciales sino que termina por desgastar las fuerzas adversarias.

No es posible exponer al ciudadano inerme frente a la fuerza armada, pero sí es posible que este ciudadano, usando sus recursos, pueda producir un mal mayor en contra del enemigo que pretende batir, en este caso la dictadura militar, pegando donde duele, y cuando duele, allí donde la

fuerza esté, nada, pero donde no esté la fuerza, todo.

Cuando la reacción y las fuerzas que la sirven se percaten de que pueden perderlo todo, lo pensarán muy bien.

Sobre el asunto de mi conferencia reservada del 11 de noviembre de 1953 que aparece publicada en el N° 3 de Izquierda Nacional es absolutamente real. Nuestra política internacional estaba orientada hacia la integración geopolítica y hacia una integración histórica.

La primera con los siguientes objetivos: suprimir los límites para un mejor aprovechamiento económico y técnico de América Latina; para formar luego un núcleo de países en condiciones de tratar sin desventajas con las grandes potencias (EEUU y Rusia); para impedir que nos siguieran dividiendo en provecho de esos intereses; para elevar el standard de vida de nuestros habitantes y para echar las bases de los futuros Estados Unidos de Sudamérica.

La integración histórica en un Tercer Mundo para consolidar nuestras liberaciones por una unidad y solidaridad continental latinoamericana.

Cuando se firmó el tratado de Santiago de Chile, parecía que todos nuestros países lo firmarían y así lo hicieron en su mayoría, hasta que intervinieron fuerzas extracontinentales y metieron el palo en la rueda a través de la acción de Brasil y de Perú.

Los norteamericanos formaron luego, por manos cipayas, la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio, con la finalidad de enterrar nuestro intento de integración, lo mismo que hizo Inglaterra cuando se formó la Comunidad Económico Europea.

Ahora son los yanquis los que en Punta del Este propugnan la integración, pero esta vez se trata de una integración sometida, es decir, un estatuto colonial, bajo la presión y al servicio de nuestros hermanos del Norte.

Es que la ALALC estaba destinada al mismo fracaso de la Comunidad Europea de Libre Comercio, creada por Inglaterra bajo la dirección norteamericana, que acaba de derrumbarse ante las efectividades económicas del Mercado Común Europeo hasta el extremo de que Inglaterra y sus seis acompañantes, mendigan ahora el permiso para ser admitidos en la Comunidad Económica Europea.

En 1953, pese al cipayismo dominante, estuvimos a un paso de realizarlo.

Desde entonces hasta ahora, se ha perdido terreno.

Espero que la juventud sudamericana tomará nuestro testimonio y lo llevará a su destino.

Si no es así, pasarán muy malos ratos.

Con referencia al momento actual argentino, todo parece articularse alrededor de la situación económica y sus consecuencias sociales.

El plan Krieger Vasena se evidencia cada día más como un gran camelo nacional.

Los inevitables intereses creados y el temor de la gente impide que ese plan sea desenmascarado lisa y llanamente, pero por sobre todo el temor que parece haberse apoderado de importantes sectores de opinión independiente, un temor sutil e invisible que, en último análisis, no hace más que reflejar la presencia de un formidable aparato de represión que no se muestra desembozadamente pero que realmente existe y actúa en las formas más imprevisibles.

La toma del poder por un sector del mismo sistema -en este caso las fuerzas armadas- al margen del Pueblo en la actualidad cuesta mucha plata.

En el pasado, el cambio más o menos violento del poder no alteraba esencialmente el ritmo económico, pero hoy las cosas son muy distintas, máxime si ese golpe, como se ve cada día, se realiza contra el Pueblo. Eso es precisamente lo que estos ingenuos dictadores de bolsillo no alcanzan a comprender y ese afán en soluciones que no serán tales mientras tal estado de cosas siga imperando.

De afuera no viene ni vendrá ni un cobre.

El famoso crédito stand by por 400 millones de dólares, está destinado pura y exclusivamente para equilibrar, en caso necesario, la balanza de pagos desfavorable, es decir, son dólares para pagar a los acreedores extranjeros, para que estos no dejen de cobrar, pero no significan ni un centavo de inversión productiva para el país. Esto que es elemental, no sólo no se dice sino que, por el contrario, tal operación aparece publicitada como un éxito financiero del gobierno.

Es que todo es así: pura simulación, pero si la simulación puede engañar a los tontos, que son muchos, en cambio no arrima soluciones que es precisamente lo que se necesita.

Frente a lo que se avecina indefectiblemente en los próximos meses, con poco que supiéramos hacer nosotros y, si es posible, el resto de las fuerzas ciudadanas que hayan cedido al temor por la intimidación gorila, todo se pondría en excelentes condiciones.

Me temo sin embargo, la indecisión que ya se manifiesta en los sectores políticos de radicales, que se reducen, como siempre, a lanzar manifiestos intrascendentes e inoperantes o los sectores del socialismo cipayo, lleno de simulaciones inconfesables.

La unión de toda la ciudadanía formando un frente civilista que supiera oponerse al frente militar oligárquico tendría posibilidades insospechables.

Ya el 17 de octubre de 1945 demostramos claramente que, si el poder militar es fuerte, es en cambio muy frágil frente a la resistencia inteligente de un Pueblo decidido a proceder con la misma inteligencia, mediante un poder que permanece oculto pero al que todos temen.

Nuestro problema sigue siendo el mismo: una conducción capacitada.

Yo he designado para la conducción táctica al compañero Mayor Don Bernardo Alberte.

Es como yo, un político aficionado pero un conductor profesional que domina la teoría, la técnica y la práctica de la conducción.

Era uno de los hombres de reserva que tenía el Peronismo y se lo ha empleado por lo crítico de la situación actual.

Yo lo conozco profundamente y sé que posee valores efectivos.

Si todos le "ponen el hombro", estoy absolutamente persuadido de su éxito.

El Peronismo me ha pedido siempre que nombre un jefe que sea tal y que me represente: lo he hecho con él.

Espero que todos le obedezcan y le ayuden.

Le ruego haga llegar mis más afectuosos saludos a los amigos del Partido Socialista de la Izquierda Nacional, con mis mejores deseos por el éxito futuro.

Un gran abrazo

Juan Domingo Perón


Publicado por www.nacionalypopular.com