martes, 31 de agosto de 2010

Acerca del vecinalismo y la cultura de la hipocresía



En los últimos días se alzaron algunas voces desde espacios políticos enmarcados dentro de la corriente del autodenominado “vecinalismo” de San Martín, que enfervorizados y arrebatados por pasiones propias de actitudes marciales dignas de mejores causas, han denostando a los partidos políticos, acusándolos de todos los males del país y de los grandes problemas locales, que atañen al municipio.


Uno de los puntos centrales de la amarga diatriba vecinalista, frente al accionar de la política partidaria, encuentra su eje en que los partidos políticos tradicionales no representarían al Pueblo, sino que vienen a cumplir las expectativas de sus élites dirigentes y que dicha situación se resolvería mediante un sistema de gobierno semejante a la democracia directa.


Podemos discutir largamente en nuestra historia inmediata si los partidos políticos han representado la voluntad popular o si por el contrario, la han traicionado, y nos inclinaremos probablemente a coincidir muchas veces en esta última posibilidad, en el sentido de haberse verificado en la acción de gobierno de estos partidos, violaciones flagrantes a sus doctrinas, que habían orientado el voto de los electores que luego fue defraudado. Ahora bien, podríamos también preguntarnos, ¿es este mentado “vecinalismo”, una estructura política completamente diferente en cuanto a la formación y a la distribución del poder, a la práctica que del mismo realizan los partidos políticos que conocemos, o es tal vez simplemente una distinción proclamada en base al número de sus adherentes, que está buscando un nombre para posicionarse y aprovechar el descontento social? ¿Alguien puede creer que en un municipio de más de 500.000 habitantes pueda practicarse una forma de democracia directa, que ni los griegos atenienses con 30.000 habitantes pudieron practicar, porque allí solo participaban los ciudadanos que tenían privilegios políticos? ¿Se puede predicar que el vecinalismo como fuerza política, puede prescindir del apoyo económico y financiero del poder de los grupos económicos en una economía de mercado y que esta sería la piedra de toque contra la corrupción de la política de partidos? ¿Cómo realizan su actividad de proselitismo las fuerzas vecinalistas, acaso se nutren del diezmo de sus fieles y convencidos seguidores para sostener sus gastos? ¿Cómo hacen para sostener sus locales en la vía pública? ¿Nadie los sostiene? ¿A quienes aportan su diezmo vivificador, se atreven a criticarlos? Parece que en San Martín no; en principio las fuerzas vecinalistas de nuestro distrito critican a los políticos, pero a algunos políticos se cuidan muy bien de no herirlos; directamente los ensalzan, parece que les ven todas las virtudes vivificadoras y ningún defecto ¿Habrá alguna relación entre esta actitud negadora del fundamentalismo vecinalista iconoclasta de la política tradicional y la necesidad de recursos cada vez más necesaria en la dinámica política de la modernidad? ¿En el seno de estas organizaciones vecinales redentoras, no anida también el fruto del individualismo, de las pujas personalistas, de una nueva oligarquía con fachada novedosa?


Pensamos que la fe se demuestra con los hechos, al menos es así para los corazones sinceros; y no es precisamente en San Martín donde va a surgir la buena nueva de un vecinalismo errante que nos gobierna hace más de diez años, con una gran fe que arde en la pira de la auto propaganda resignando los hechos a un lugar insignificante. En nuestro municipio, las fuerzas vecinalistas no resolvieron la salud, la seguridad, las obras públicas, la justicia social. Entonces, si nos remitimos a los hechos, concluiríamos que esa panacea llamada vecinalismo, es una mentira más, pero con aires de indignación crispada, que en estas épocas se vende muy bien.


Por otra parte se pretende descalificar a todo aquel que se atreve a sostener una doctrina política, que busca trazar en los horizontes de la historia de su comunidad, una línea directriz que le de sentido y sustento programático a sus expectativas, como si fuera un paria, un hijo de la insensatez, como si la verdad la tuvieran estos nuevos profetas del apocalipsis social, grandes predicadores de la palabra que jamás vemos traducida en hechos, en soluciones practicables, que quieren destruir un sistema sin hacer esfuerzos respetables para hacer nacer la crisálida de un nuevo amanecer. ¿Alguien se preguntó por el significado de la acepción “vecinalista”? ¿Cuál es la esencia que la distingue de palabras tales como “peronista”, “radical”, “socialista”? ¿Cuál es el secreto que encierra su mística negativa? ¿Sería diferente si en lugar de decir “vecinalismo”, bautizáramos a esta nueva concepción como “gentismo”? Pareciera que para estos constructores de la nueva ética, el buen ciudadano es el “vecino” despojado de toda idea política, una entidad que paga impuestos y es constantemente vejado por sus dirigentes y que va a salvarse mediante la renuncia a las ideologías políticas y por supuesto al mal ponderado chori y al vasito de vino, gran motor determinante del ascenso del peronismo ¿Existe un hombre real que podamos encasillar en la categoría de “vecino”, como una nueva categoría de animal no político o antipolítico? ¿No es este un nuevo intento de las fuerzas del individualismo por modificar las formas exteriores de un contenido permanente? Parece entonces que ser “vecino” es ingresar mágicamente a un estado de naturaleza idílico, en un terreno idealizado alejado de los vicios que corrompen el espíritu y que esa atmósfera irradiaría la ética de los dirigentes de esos espacios, como si realmente nos quisieran hacer creer que su forma de construir poder escapa a las influencias de la sociedad a la que pertenecen.


Nuestra intención no es agraviar a quienes participan de la idea de mejorar la política con nuevas propuestas, con ideas que generen mayor participación y compromiso con la comunidad, pero si señalar la soberbia de cierta dirigencia que se cree propietaria de la verdad y que critica a los demás mientras se revuelven inmersos en los mismos disvalores que genera la disputa del poder. Sinceramente y sin ánimo de ofender sutiles sensibilidades, pensamos que es mucho más factible que un hincha de Chacarita Juniors grite un gol de Atlanta, en lugar de que estos profetas de la política aséptica de ideologías, venga a revolucionar las formas y la esencia de la política tal cual la conocemos; al menos es lo que parece deducirse de la experiencia que podemos extraer del vecinalismo real de San Martín.