lunes, 5 de abril de 2010


EL PRIMER PERONISMO Y EL MITO DE LAS RESERVAS DE POSGUERRA

Por Mario Rapoport

04-11-2009 /

En un interesante artículo (publicado en Econométrica S.A.) sobre el cual tuvimos ocasión de intercambiar recientemente opiniones en una audición radial, Mario Brodersohn analiza, desde su vocación política y su talento como economista, algunos mitos comunes sobre el peronismo.

Entre ellos, la idea predominante de que sabe gobernar y defiende la justicia social, aunque avasalla muchas de las instituciones democráticas.

Del radicalismo, en cambio –expresa el autor– se piensa que es respetuoso de esas instituciones, pero que no sabe ejercer el poder y lo abandona antes de terminar los mandatos constitucionales.

Es luego de estas aclaraciones previas que Brodersohn entra en el meollo de su planteo.

A su juicio, mientras los peronistas en el poder tuvieron siempre coyunturas económicas internacionales favorables que no supieron aprovechar, a los gobiernos radicales les tocaron épocas de vacas flacas.

Una segunda fase de su análisis tiene que ver con la demostración de que no en todos los gobiernos peronistas, o etapas de esos gobiernos, se desarrollaron políticas de justicia social.

Aquí nos interesa dilucidar un aspecto importante del primer punto.

¿Qué contexto económico externo favorable tuvo el peronismo al llegar al poder en 1946 y cómo pudo desperdiciarlo?

Brodersohn parte de una versión bastante difundida: cuando Perón arriba al gobierno las arcas del Estado rebasaban de oro y divisas que se fueron malgastando rápidamente en los años siguientes.

El autor señala que al finalizar la guerra la Argentina había acumulado reservas por u$s1.700 millones, de los cuales 1.200 estaban en oro y 500.000 en libras esterlinas, aunque más precisamente, según datos del Banco Central, en 1946, cuando Perón asumió, eran u$s 1.090 millones en oro y 596 millones en divisas.

Acto seguido enumera entre ese dinero desperdiciado, el rescate anticipado de la deuda, el déficit comercial externo, y la nacionalización de las empresas extranjeras.

Lo que hizo descender los u$s 1.200 millones en oro a 130 en 1948 (en verdad, 142).

Sin embargo, no menciona la necesidad de utilizar una parte sustancial de esas reservas para cubrir carencias previas, y aquí está uno de los nudos del asunto.

Debido a la guerra se produjo, como señala Aldo Ferrer, un fuerte proceso de descapitalización de la industria local al no haber podido seguir importándose insumos básicos, maquinarias y bienes de capital, mientras se deterioraban o tornaban obsoletos los equipos existentes.

Según un cálculo de la época, esto implicaba utilizar en la posguerra cerca del 70% de los 1.700 millones de las reservas para poder renovar el sector.

Pero la cuestión era más grave: la porción en divisas consistía mayormente en las llamadas libras bloqueadas con garantía oro depositadas en el Banco de Inglaterra.

Sucede que nuestros socios británicos nos pagaron durante toda la guerra con promesas futuras, no en efectivo, y lo hicieron no sólo con la Argentina sino con numerosos proveedores habituales, sobre todo los países del Commonwealth.

En la Conferencia de Bretton Woods, por ejemplo, el representante de la India no tuvo suerte en convencer a los poderosos de que el FMI pudiera adelantar esos fondos en dólares.

Se comparaba con “un hombre que tiene en el banco u$s1 millón pero no tiene suficiente dinero en el bolsillo para pagar su viaje en un taxímetro” (Academia de Ciencias Económicas. Ediciones Especiales N° 7, 1945, p. 36).

Algo semejante le pasaba a la Argentina, a la cual le quedó el abultado monto de 112 millones de libras (la gran mayoría de la reserva en divisas) sin poder usar de inmediato, gracias a lo cual los británicos pudieron comer carne en todo el transcurso del conflicto bélico.

La solvencia del país resultaba así discutible: una parte debía sustentar el déficit del aparato productivo si se quería seguir funcionando a niveles razonables; la otra sólo podía utilizarse si se tenía éxito en las duras negociaciones con los ingleses, a su vez en plena bancarrota.

Incluso, si este segundo punto se hubiese resuelto otras dificultades vinieron a agravarlo.

Antes de 1930 la libre disponibilidad de divisas permitía cambiar libras por dólares.

Ahora esto se hacía más necesario que nunca porque el único país en condiciones de vender los productos que la Argentina requería resultaban ser los Estados Unidos.

Era el casi exclusivo proveedor mundial de manufacturas y bienes de capital y las compras se aceptaban sólo en dólares, no habiendo posibilidad alguna de venderles a su vez nuestros productos, que no les interesaban e incluso prohibían entrar en su territorio.

Quedaban los británicos, nuestro tradicional mercado, pero después de una breve y desafortunada experiencia de volver a la convertibilidad (suspendida durante la guerra), el 20 de agosto de 1947 la libra fue declarada nuevamente inconvertible.

De modo que tampoco las reservas en libras, aun en el caso de poder desbloquearse, iban a servir de mucho para comprar donde se necesitaba hacerlo: en los Estados Unidos.

Es cierto que la Argentina se apresuró a adquirir en ese país con el oro del que disponía, sin controlar demasiado los precios o la calidad, todos los bienes que consideraba necesarios, temiendo que el suministro podía cortarse por una nueva guerra (ahora el enemigo era Rusia) o por otras prioridades de la potencia del Norte y creando un gran déficit en el comercio bilateral.

Pero es verdad también que no podía vender a ese país en reciprocidad; que en la nacionalización de los ferrocarriles (con la cual estaban de acuerdo los radicales de la época) una de las mayores dificultades de la negociación con los ingleses se debió a la existencia de libras no disponibles en el momento; y que el pago de los remanentes de la deuda externa, con lo que se quiso lograr una mayor soberanía económica, no implicaba una suma muy alta.

¿Dónde está la gran oportunidad desperdiciada por las reservas acumuladas durante la guerra?

Por un lado, había limitaciones para el uso de parte de los fondos y, por otro, necesidades impostergables y un único proveedor que no aceptaba nuestros productos.

Por último, Brodersohn afirma que la Argentina fue considerada en 1946

como uno de los países que contaba con mejores condiciones financieras

para contribuir a la reconstrucción europea de la posguerra.

Pero nomenciona el Plan Marshall, que le permitió a los Estados Unidos monopolizar los vínculos económicos con Europa, y no dejó participar en él a los países latinoamericanos, a quienes se les impedía así vender sus productos en el Viejo Continente.

De modo que la Argentina se quedó prácticamente, salvo un convenio con Gran Bretaña, fuera del comercio de exportación con sus clientes tradicionales.

Esto no significa que las divisas no podían haberse gastado mejor, aunque el maná del cielo proveniente de la guerra no fue tal, no al menos en los términos en que algunos creen.

Los aciertos o desaciertos de los gobiernos necesitan una buena lectura de las coyunturas externas e internas.

En este caso, el primer peronismo pudo haber cometido errores en la utilización de las reservas internacionales, pero esas reservas estaban en parte comprometidas por la descapitalización previa y una porción significativa de ellas existía solamente en los asientos contables del Banco de Inglaterra.

Problemas a los que se sumaron la imposibilidad de exportar al mercado norteamericano, la inconvertibilidad de la libra y la implementación del Plan Marshall.

MR/