miércoles, 23 de junio de 2010


EL PERONISMO A INICIOS DEL TERCER MILENIO

¿Cual ortodoxia? ¿La del decir o la del hacer? ¿Era peronista una ley de jubilaciones que adrede dejaba fuera del sistema jubilatorio a millones de trabajadores? ¿Lo era una política social asistencialista y focalizada? ¿Lo era el cercenamiento de la discusión salarial en paritarias? ¿Lo era considerar al presupuesto social como un gasto? ¿Lo era el congelamiento de los haberes previsionales por una década? ¿Lo era limitar la unión latinoamericana a lo mercantil? ¿Lo es creer que nos debemos subordinar a la potencia emergente?

Por José Luis Di Lorenzo

Han transcurrido casi tres décadas desde que reasumimos la democracia, en las que nos gobernaron nueve presidentes, dos de ellos radicales y siete peronistas.

Cuatro de ellos llegaron a serlo como resultado de la crisis institucional de 2001 y asumieron como presidentes de transición, tres por pocos días y uno por un año, habiéndose retomado la senda de presidentes elegidos por el voto popular en 2003.

Desde Bernardino Rivadavia (1826) hasta Victorino de la Plaza (1914-1916), el pueblo argentino no había podido elegir a su presidente.

Nuestra historia acredita que recién cuando la Unión Cívica Radical le arranca al régimen el voto universal, secreto y obligatorio, es elegido por el pueblo Hipólito Yrigoyen (1916-1922).

Lo cierto es que en estos 184 años hubo 53 mandatos presidenciales, de los cuales solamente 14 –ejercidos por 11 presidentes– fueron libremente elegidos (hay dos mandatos más en los que se convocó a votar, pero con la proscripción del peronismo).

Resulta ilustrativo advertir que en ese período que va desde 1826 a 2010 apenas 53 años fuimos gobernados por presidentes elegidos por el pueblo.

Es decir, el 70% de nuestros mandatarios accedieron al poder autoritaria o fraudulentamente, sea porque fueron designados por la Sociedad Rural, por golpes militares o con la proscripción del peronismo.

Es un dato que justifica el derecho a la lucha contra la tiranía, tanto en las tres insurrecciones armadas de la UCR (1890, 1893 y 1905), como en la resistencia peronista y las formaciones especiales del peronismo (1955-1973).

Nos parece necesario anotar lo que la historiografía oficial (la de los ganadores) suele desaparecer: la acción de gobierno de San Martín, el Plan de Operaciones de Mariano Moreno, la creación de la bandera ofrendada a la Virgen del Rosario por Manuel Belgrano, la Vuelta de Obligado, la Constitución de 1949, el Partido Justicialista, el nombre de Juan Perón y Eva Perón, la Comunidad Organizada como filosofía nacional, la Tercera Posición como ideología, el cadáver de Evita, el trabajo y el trabajador, 30.000 compañeros, las manos del cadáver de Perón, etcétera.

Es absolutamente cierto que no se puede juzgar una época con la eticidad de otra, lo que no significa omitir datos de la realidad que han sido (y son) manipulados, a partir de categorías ideológicas que nos son ajenas, para etiquetar falsamente la lucha popular por la liberación de la patria.

No nos proponemos reducir el análisis a cuestiones formales, sino apelar a la violación de las formas para mostrar de qué modo hacerlo ha sido funcional al sometimiento.

Repaso estructural que tiene como intención sustancial aproximarnos al concepto de unidad (real).

Unidad que se reclama cuasi lúdicamente para sumar votos, y que es tiempo de asumirla como camino ineludible de la integración (humana y territorial) y para la liberación nacional.

Nuestras categorías

Los argentinos de estos tiempos hemos sido culturizados por el proyecto del ochenta, a partir del cual incorporamos el modelo civilizatorio europeo y sus categorías sociológicas liberales y marxistas, que describen las categorías de los países centrales respecto de los cuales se desarrollan, pero que no dieron ni dan cuenta de nuestros elementos culturales, étnicos e históricos.

La propia visión es un umbral que nos habilita a transitar caminos diferentes y a superar dogmatismos que esconden remozadas formas de dependencia, para lo cual parece más ajustado apelar a lo que denominamos como concepciones mercado céntricas y pueblo céntricas.

El antiproyecto siempre se esmeró en quitarle entidad al Justicialismo como ideología nacional y popular, tratando de asimilarlo a otras ideologías europeas.

Es más, aprovechando el triunfo militar de los aliados, de Braden para acá fue un lugar común pretender que se trató de un sucedáneo del nazismo y del fascismo.

Frente a la irrefutable distribución de la riqueza se adicionó que se trató de un proceso demagógico, algo así como un conservadurismo popular lúcido, que repartía para frenar el peligro del comunismo.

Peligro que en 1976 ya se consideraba alentaba (o no contenía) y se usó como justificación al golpe que derrocó al tercer gobierno democrático peronista.

Nuestro marco conceptual central, digámoslo claramente, es profundamente pueblo céntrico.

Se basa en la organización de la comunidad como forma de concreción de la felicidad del pueblo y la grandeza de la patria.

Superando la visión que hace centro en el mercado, sustituyendo la idea de comunidad por la de sociedad, de pueblo por gente, funcional a que el pueblo deje de compartir lo que es de todos para asociarse mercantilmente o con fines bélicos (socios son los de los negocios o para la guerra).

Son mercado céntricos quienes siguen sosteniendo la idea de la dependencia inteligente.

Ideario de Rivadavia que fuera institucionalizado por el Proyecto del Ochenta y que hoy expresan quienes militan el sometimiento a los dictados de los poderes militares, económicos y propagandísticos de los países centrales, que reclaman alinearse con la potencia emergente (otrora Inglaterra, hoy China).

Visión reduccionista que pretende inevitable el statu quo imperante (reglas del mercado “global”) y la vigencia de un modelo económico financiero especulativo que desplaza y sustituye al productivo.

Que por vía de la pretendida eficiencia privada considera normal privar al pueblo de lo que es de todos (servicios públicos, recursos naturales, servicios sociales) y que supone que cada uno tiene lo que se merece, por lo que pretende que la seguridad social a cargo del Estado debe limitarse a estándares mínimos (el plan bolsa brasileño como ejemplo).

Ideología que –aunque algunos no lo adviertan– es la continuidad del antiproyecto impuesto a sangre y fuego en 1976, que atacó el corazón conceptual del Justicialismo: desorganizó para someter y condicionó la futura democracia volviendo a endeudar al país.

Recordemos que las imputaciones de zurdos y fachos fueron el preámbulo argumental de lo que los golpistas de 1976 utilizaron como justificación de lo injustificable.

No era cierto, por supuesto, que los militares venían a combatir la subversión, el comunismo, ni tal o cual ideología o partidos, ni el sistema democrático como tal, sino lo diametralmente opuesto a la especulación: el trabajo.

De allí que el sujeto central desaparecido fue el trabajo y el trabajador (enemigos reales de la especulación que a partir de entonces se instaló y en los noventa se institucionalizó).

Para lo que hizo falta quebrar la voluntad popular, despareciendo a 30.000 compañeros.

Es tiempo de que el peronismo supere juicios y prejuicios propios de la lógica de la época de la lucha armada contra la tiranía, cobijando unívocamente a todos los que defienden y luchan centralmente por el pueblo.

El Justicialismo como ideología (y sentimiento) siempre ha sido, y no puede dejar de serlo, excluyentemente pueblo céntrico. Cualquier otro rótulo que se le atribuya es falso, le es ajeno.

Nuestra filosofía es la búsqueda de la armonía, del hombre en sus tres registros (deseo, razón, y voluntad), del hombre en comunidad, realizándose personalmente en una comunidad que también se realiza (yo en el nosotros).

Por eso ésta encabeza la escala jerárquica: la Patria, luego el Movimiento y finalmente los hombres.

Nuestra convicción es que hay hendijas de la historia, hechos que cambian el rumbo y habilitan, como ocurrió en el 45, la eutopía (utopía realizable) de conquistar el futuro construyendo un proyecto de país que se concreta, que se realiza.

Para el Justicialismo lo organizacional es una categoría superadora de la ficción prestacional, la que si bien resulta circunstancialmente necesaria es insuficiente para satisfacer y sostener en el tiempo las necesidades propias de la convivencia humana.

El trabajo es el eje central de la cosmovisión justicialista, porque es el que resuelve los problemas, porque libera nuestra riqueza, financia nuestra liberación y acaba con la deuditud como instrumento de dominación y sometimiento.

Entropía partidaria

Es útil señalar paralelismos en los cuestionamientos que habitualmente se dirigen a los partidos políticos populares, elegidos por un pueblo cuyo ejercicio de la soberanía es denostado por pretendérselos inferiores.

Padecimientos similares acreditan los líderes de la inclusión del pueblo en el poder: Hipólito Yrigoyen, quien accede con el voto de los hombres hasta entonces desplazados por el fraude, y Juan Perón, quien adiciona el voto de la mujeres a quienes por considerárselas inferiores no se les reconocía el derecho a elegir a quien las gobernara.

Un buen ejercicio resulta tomar las críticas a cualquiera de ellos, omitiendo la fecha y a quién van destinadas.

Se verá que ambos fueron cuestionados por corruptos, por ineficientes, por malgastar demagógicamente los recursos públicos, por autoritarios, por inmorales, etcétera.

Ambos padecieron en sus filas la puja entre arribistas y creyentes.

A ambos, en ausencia, se pretendió suplantarlos a través de un radicalismo sin Yrigoyen y un peronismo sin Perón.

Personalistas y antipersonalistas, verticalistas y antiverticalistas, ortodoxos y heterodoxos, a sabiendas o no, resultarán funcionales a las minorías oligárquicas que aspiran a sus votos pero no a sus valores.

Se suele buscar un punto de discontinuidad del movimiento nacional y popular, atribuyendo al radicalismo una pertenencia liberal y al peronismo una social.

En realidad, más allá del acento que el momento histórico demandó, lo cierto, lo verdadero, es que ambos son variantes que expresan lo pueblo céntrico.

Pero no es menos cierto que ambas expresiones políticas acreditan en sus filas la heterodoxia mercado céntrica, que se apropió del crédito histórico pero contrariando los ejes conceptuales y programáticos que hicieron nacer a esas fuerzas políticas del pueblo.

La organización popular fue sistemáticamente sesgada por el autoritarismo de un liberalismo (oligárquico) intolerante con los cambios de rumbo.

La difamación y el sofisma terminó siendo útil a que muchos de los que creían estar combatiendo el régimen terminaron siendo parte de él.

La intolerancia con lo popular arranca con el golpe militar de 1930, continúa con los bombardeos al pueblo en junio de 1955, con el golpe de septiembre de 1955, con las proscripciones que habilitan una democracia renga y con las sucesivas asonadas militares, y que tiene su punto máximo en el golpe de 1976, que irónicamente se denomina proceso de reorganización nacional, cuando en realidad es profundamente entrópico, ya que viene a hacer lo que logra: desorganizar a la nación para someter al pueblo.

Sangrienta usurpación del poder que acredita per se que fueron fallidos los intentos mercado céntricos del arribismo político encaramados en movimientos populares.

Hizo falta un genocidio para imponernos un proyecto de no país, del que recién ahora, en la primer década del tercer milenio, estamos en condiciones de revertir construyendo el propio modelo.

La lógica mercado céntrica, recuperada la democracia, fue aceptada como un modernismo inevitable por gran parte de nuestra dirigencia política nacional.

Fue transversal al radicalismo, al peronismo, al socialismo y a los desprendimientos de esas fuerzas políticas, y facilitó que se institucionalizaran en democracia los disvalores del golpe militar.

Es significativo constatar que todo lo que desaparece reaparece, que la verdad se ve.

Es paradigmático que mientras el Partido Justicialista olvida cuasi culposamente la relevancia de la defensa del patrimonio nacional que había institucionalizado la Constitución Nacional de 1949, sean una vez más nuestras madres, en la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo, las que la vuelven a levantar como bandera.

Dato no menor que acredita el valor de la mirada estratégica que permite reivindicar retrospectivamente lo que muchos en su época no comprendieron o no aceptaron, que institucionalizaba los derechos sociales y los financiaba con el trabajo del pueblo y la riqueza (recursos naturales, servicios públicos) de titularidad inalienable de la nación argentina.

Lo organizacional, categoría institucional de la Constitución Nacional de 1949, es de profunda raigambre pueblo céntrica. Fue derogada por un bando militar y supuestamente sustituida por un artículo de la anterior Constitución, la de 1853-1860, que en su lugar institucionaliza lo prestacional, instrumento mercado céntrico reduccionista, por el que se pretende que a la seguridad social le basta para ser tal que los salarios respeten un mínimo vital y que las prestaciones en actividad o pasividad sean móviles.

Retomando la senda de una (supuesta) igualdad ante la ley, derecho en expectativa que en algún momento se puede concretar, que promete a futuro lo que hasta allí era real, vigente.

Aquella reforma constitucional de los insurrectos también acredita una transversalidad mercado céntrica que se constata de la simple lectura de la nómina de quienes fueron convencionales de facto, muchos de los cuales pasaron de la viejas filas de los que combatían el régimen para integrar un nuevo régimen que falazmente se autodenominaba libertador, atribuyendo al peronismo el carácter de tiranía de los cabecitas negras.

Desde el alzamiento armado de 1930 en adelante queda claro que los oligarcas argentinos nunca soportaron la chusma radical ni los negros peronistas, y no trepidaron en medios para recuperar los resortes del poder.

En realidad de lo que se trata es de un continuo proceso de desorganización popular que culmina con el golpe de 1976 y que mantiene vigencia en la diáspora político partidaria que hoy acredita nuestro sistema democrático.

La desarmonización del hombre a partir de la exacerbación de su registro básico, el del deseo, funcional al modelo consumista, también lo es a la desorganización social.

En lo electoral se constata de qué modo prima la apetencia personal (ser candidato) por sobre el interés nacional.

Lo exitoso es ganar, no importa cómo, con quiénes, ni mucho menos para qué.

Los valores y la ideología ceden ante las encuestas que miden el ánimo electoral de cada coyuntura y nutren de pseudo contenido las campañas y propuestas electorales.

El Justicialismo no es ajeno a este proceso entrópico.

También parece transitar el camino que lo llevará a dividirse en tantas fracciones o nuevos partidos como dirigentes con algunos votos vaya teniendo.

Breve balance

Es un lugar común decir que el Justicialismo gobernó la mayor parte de estas tres últimas décadas, y si bien a primera vista ello parece irrefutable, se constata que la sumisión al norte imperial (el arriba, el Consenso de Washington, los organismos multilaterales de crédito) fue aceptada por los gobiernos radicales, peronistas y aliancistas, y atravesó la democracia desde 1983 hasta la crisis de diciembre de 2001.

Idas y vueltas, buenas intenciones, impedimentos o claudicaciones nos llevaron a transitar desde el Juicio a las Juntas a las leyes de obediencia debida y de punto final.

De investigar la legitimidad de la deuda externa contraída por la dictadura, a acordar con el FMI el ajuste estructural.

De enfrentar juntos (radicalismo y peronismo) la asonada militar, a alentar (algunos radicales y algunos peronistas) la desestabilización multimediática propiciada contra el actual gobierno popular.

La firma del acuerdo de entendimiento con el FMI fue un cambio de rumbo que dio por tierra con la incipiente articulación del Club de Deudores que intentaba Bernardo Grinspun, y por otro lado institucionalizó el ajuste estructural y la privatización de lo público (seguridad social, recursos naturales, servicios públicos), hilo conductor que atravesó la diversidad partidaria de quienes se fueron sucediendo en el ejercicio del gobierno nacional.

Si despejamos la retórica electoralista, es claro que el gobierno peronista de los noventa concreta lo que prometía el candidato radical derrotado en la elección presidencial.

La revolución productiva prometida fue suplantada por el lápiz rojo del contrincante vencido en las urnas.

Es la lógica del sofisma: hacer lo contrario de lo que se dice.

El proceso de privatización que intentó el gobierno radical al final de su gestión se implementó en el justicialista que lo sucedió.

Lo cierto es que ambos partidos mayoritarios y un amplio espectro partidario acordaron una reforma constitucional, la de 1994, que más allá de justificaciones diversas, institucionaliza los postulados del Consenso de Washington (incorpora al cliente –usuario y consumidor– como categoría constitucional, debilita el poder nacional sobre los recursos naturales y servicios públicos, somete a la Nación a la jurisdicción de tribunales internacionales, etcétera).

Será la crisis de diciembre de 2001 la que se constituirá en una bisagra para el cambio de rumbo.

El abandono del gobierno por la Alianza Radical Frepasista genera un breve interregno de cuatro presidentes de transición y el abandono de la paridad cambiaria.

Etapa en la que no se logra saldar la tensión entre los negocios concentrados y las necesidades populares, los que imponen un aliviador social (Plan Jefas y Jefes) que mientras descomprime resulta funcional a sostener el rumbo del modelo especulativo consumista.

Es recién a partir de 2003, tras la elección de un nuevo presidente por el pueblo, que se empieza gradualmente a fortalecer al Estado, recuperando niveles de autonomía en la decisión que permitirá la acumulación de reservas.

Marco que genera las condiciones para que un nuevo gobierno peronista corte el nudo gordiano de la especulación, acabando con el saqueo a los recursos sociales a manos de los bancos disfrazados de AFJP (2007).

Punto de inflexión que alienta la esperanza de un camino –a consolidar– hacia la profundización del modelo productivo (real).

El balance estratégico exhibe que finalmente la democracia argentina arremetió contra los tres pilares del sometimiento.

El pilar militar mediante la memoria, la verdad y la justicia. Ejemplaridad indispensable para acreditar la no impunidad de la barbarie y el genocidio de quienes entregaron la patria y sometieron a nuestro pueblo.

A pesar de la crispación que pretenden los defensores de lo indefendible, la Justicia no es venganza, venganza es la Ley del Talión, Justicia es Amor al futuro.

El pilar financiero, con un primer cercenamiento de sus negocios impunes, el de la privatización de los recursos sociales, cuyas confiscatorias, usurarias e improductivas comisiones que saquearon a trabajadores y jubilados jamás fueron denunciadas ni advertidas por los dirigentes mercado céntricos.

El pilar propagandístico, mediante la aprobación de la Ley de Servicios Audiovisuales que los defensores de los mercaderes pretenden presentar como mordaza a la libertad de prensa, cuando en realidad se trata de una ejemplar norma que acaba con el monopolio de la información, democratiza el acceso y difusión de nuestra diversidad cultural y revierte el proceso de dependencia cultural iniciado por el golpe de 1955, cuando entregó los canales de televisión a las cadenas norteamericanas.

Es en la etapa que se inicia en 2003 en la que se asume que lo social no es un gasto sino una inversión.

Unidos, ¿quiénes y para qué?

Próximos a una nueva contienda electoral, de cara al 2011, recrudece la oposición por la oposición misma, la denuncia como herramienta de destrucción, el resentimiento personal como justificación a muchos de los enfrentamientos.

Es ajustado a la verdad decir que los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner no han sido afectos a una apertura participativa tradicional.

Los dirigentes acostumbrados a la tertulia, a la pizza y al champagne, en general no han aceptado un estilo de conducción de mano firme.

Pero también es veraz que grupos sociales excluidos de las formas organizativas preexistentes pasaron a tener voz y voto, con una participación real que ciertamente molestó a quienes no los consideraban ni los habían tenido en cuenta.

Es cierto que ambos no parecen demasiado proclives al reconocimiento y menos a la lisonja.

Pero no es menos cierto que son receptivos a propuestas que hacen al interés nacional.

Es falso que ambos turnos presidenciales dividieran a la nación, muy por el contrario, fácilmente se constata de qué modo toda la identidad y toda la historia entraron por la puerta grande para acompañar al gobierno nacional y hacerse carne en el pueblo.

La Vuelta de Obligado, Juan Manuel de Rosas, las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, los Combatientes de Malvinas, los Primeros Habitantes, Juana Azurduy, entre tantos y tantos omitidos y olvidados, han sido contactados e integrados como parte de una identidad indispensable para conocernos, para asumir nuestra personalidad social plena y para prepararnos a conquistar el futuro.

Es doloroso ver que, tal como en los preparativos del golpe de 1976, se vuelve a señalar como apátridas a quienes defienden el interés nacional y bajo el barniz de una falsa ortodoxia peronista se pretende denostar a presuntos infiltrados.

Es fácil ese juego dialéctico en el marco de la culturización europea.

Pero es tan fácil como falso, tal lo acredita la propia realidad de aquellos países del viejo continente.

¿O acaso nuestro gobierno es tan de izquierda, tan socialdemócrata como el que acaba de hacer el ajuste en España?

Parece más aplicable que nunca antes aquello de Perón cuando decía mejor que decir es hacer, porque los que dicen, dicen lo que el mercado demanda que sostengan, y es más, lo hacen en los espacios mediáticos que aún los mercaderes manipulan y desde los que resisten el cambio.

Hay un decir que la historia reciente a muchos de los actuales sofistas los desmiente.

Cuando pretenden ser productivos y se constata que consolidaron lo especulativo, cuando dicen que alientan el trabajo y defienden un subsidio universal para que nadie trabaje, cuando quieren volver a privatizar (como a su turno lo hicieron) los recursos sociales, cuando quieren volver a consolidar la concentración económica y la de sus multimedios, que aceptaron como una realidad inevitable, o cuando amenazan con volver a las leyes y a la lógica de los noventa.

El hacer en cambio es el que acredita que los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, aun cuestionados por algunos peronistas, hicieron realidad los valores peronistas, resultando más ortodoxos de lo que muchos creen o desearían no fueran.

¿Acaso era peronista una ley de jubilaciones que adrede dejaba fuera del sistema jubilatorio a millones de trabajadores?

¿Lo era una política social asistencialista y focalizada?

¿Lo era el cercenamiento de la discusión salarial en paritarias?

¿Lo era considerar al presupuesto social como un gasto?

¿Lo era el congelamiento de los haberes previsionales por una década?

¿Lo era creer que la unión latinoamericana debía limitarse a la unión de los mercaderes?

¿Es peronista creer que nos debemos subordinar a la potencia emergente?

Estamos en medio de una guerra comercial que se libra en el marco de lo que se ha dado en llamar el mundo global, y en toda guerra, es sabido, la primera víctima es la verdad.

De allí que el primer deber dirigencial es la responsabilidad.

No me cabe duda que el camino hacia un Proyecto de País recién empieza, pero tampoco dudo que el proyecto de no país que se empezó a sustituir se resiste a ser cambiado.

Es tiempo de deponer los rencores personales, los egos resentidos y levantar la mirada para juntos proyectar el destino argentino.

Es lamentable que la discusión real – la solapada – sea entre un Proyecto de País (pueblo céntrico) y un Proyecto de No País (mercado céntrico).

También es de lamentar la enorme ausencia propositiva de lo que podríamos llamar la alianza oposicionista.

Ante cada elección solemos oír aquello de que todos unidos triunfaremos, consigna que se fue desgastando hasta quedar apenas limitada a expresar el deseo de un efímero éxito electoral (unirse para ganar).

Es cierto que con el peronismo no alcanza, como también lo es que sin el peronismo tampoco, pero lo que demando a este peronismo de inicios del tercer milenio es volver a las fuentes, a los valores pueblo céntricos, único modo valedero de calificar y dar sentido a la unidad, que habilite nos juntemos todos los que creemos que unidos nos liberaremos.

JLD/