domingo, 30 de mayo de 2010

1810 – 25 de Mayo - 2009

Proyecto de liberación del dominio colonial español y de otras formas de subordinación a los intereses de las grandes potencias que influían en el mundo.


PROYECTO NACIONAL DE LA INDEPENDENCIA

1800-1850

PRIMERA PARTE

La conciencia de la prioridad de la independencia, la liberación de la dominación externa, las demandas por la emancipación y derechos de todas las clases sociales y la idea de la revolución como modelo de cambio social. Como también el ejemplo de la movilización de todos los sectores del pueblo por la causa común, la concepción de la misión del Ejército como defensa de la patria, la solidaridad con los países suramericanos del mismo origen, el federalismo como forma de organización del Estado, el liderazgo de los movimientos populares y la figura del gaucho como símbolo de la libertad y la rebeldía nacional .San Martín demuestra de qué somos capaces los argentinos. El cruce de los Andes, como enseña Cirigliano, fue en aquella época equivalente a lo que más tarde sería llegar a la luna. El eje central, liberar liberando, marco el derrotero suramericano, de solidaridad y de libertad que para ser tal debe ser compartida.

Por Hugo Chumbita

Introducción

Principio 7º: Todo proyecto de país es metahistoria.

El proyecto nacional de la emancipación confiere un sentido a la historia argentina en la primera mitad del siglo XIX.

Es el proyecto de liberación del dominio colonial español y de otras formas de subordinación a los intereses de las grandes potencias que influían en el mundo de aquel tiempo.

Implica la inauguración de un nuevo orden político y una profunda transformación de la sociedad colonial, en la cual se liberan las energías y las demandas del conjunto del pueblo.

Surge con la llamada generación de 1810, y su expresión más nítida es el programa de los dirigentes que conciben y conducen la guerra por la independencia. Aunque el enemigo frontal son los realistas, existen otras acechanzas exteriores, que tienen su correlato en la oposición interna que deben enfrentar los jefes revolucionarios.

El marco internacional en aquella época es la difusión de los grandes cambios que imponían, a partir de sus centros en Gran Bretaña y Francia, la revolución económica industrial y la revolución política del liberalismo.

La declinación del Imperio español fincaba en la imposibilidad de dar respuesta a esos desafíos.

La viabilidad del proyecto independentista dependía de que los países sudamericanos pudieran desarrollar, en tal contexto, las bases políticas, económicas y sociales de su autodeterminación, como habían comenzado a hacerlo las ex colonias norteamericanas.

Pero la estrategia del ascendente Imperio Británico, y en general las ambiciones de las potencias europeas, conspiraban contra la plena independencia de estas nuevas repúblicas, a las que trataron de controlar e incorporar a su radio de influencia por vía del comercio, la diplomacia, e incluso la agresión armada, practicando viejas y nuevas formas de colonialismo.

Un sector importante de la elite, afirmado en los negocios del puerto de Buenos Aires, va a inclinarse a favorecer esa estrategia y tendrá su expresión en los planes del círculo rivadaviano para implantar en nuestro país el modelo de la sociedad europea.

En la década de 1820, el proyecto de la emancipación logra imponerse por las armas en la guerra contra España, pero la construcción del Estado republicano tropieza con graves contradicciones políticas y regionales.

En las provincias del Plata, el conflicto entre unitarios y federales representa la exacerbación de las luchas internas de la década anterior, que se plantea entonces entre el partido de la elite y los caudillos provinciales formados en las filas de los ejércitos patriotas.

Las contiendas civiles llegan a un punto de ruptura, que conlleva el riesgo de la disgregación territorial, y de ese conflicto emerge como solución la dictadura de Rosas, que si bien proscribe a los unitarios, en otros órdenes propone una transacción de las tendencias en pugna. Frente a una oposición que se convertía en aliada de las potencias imperialistas, aquel gobierno mantuvo una política económica independiente y defendió la integridad del país contra los ataques externos.

En la primera parte del trabajo consideramos el período revolucionario de la independencia, de 1806 a 1820, que va desde la movilización que suscitan las invasiones inglesas hasta la disolución del gobierno nacional del Directorio.

En la segunda parte tratamos el período de 1820 a 1835, que podemos ver como una etapa de transición, en la cual se constituyen las provincias, se despliega el programa unitario y el proyecto independentista encuentra sus continuadores dentro del movimiento federal.

En la tercera parte analizamos el período que comienza en 1835 con la consolidación del régimen rosista, que en algunos aspectos centrales asume la defensa del proyecto nacional de la independencia, hasta su caída en 1852.

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SADOP Y SUTERH

Presentan

14 siglos de Historia, 7 Proyectos de país. ¡Vamos por el 8º!

Este trabajo de Investigación realizado Hugo Chumbita - junto a los investigadores que han tenido a su cargo esta etapa del Proyecto Umbral que son Jorge Bolívar, Armando Porati, Mario Casalla, Oscar Castelucci, Catalina Pantuso y Francisco Pestaña- inspirados en el saber, en el pensamiento situado y en la propuesta metodológica del maestro Profesor Gustavo Cirigliano, ha sido llevado cabo con el auspicio del Sindicato Argentino de Docentes Privados SADOP, el Sindicato Único de Trabajadores de Edificio de Renta y Horizontal SUTER, el Instituto para el Modelo Argentino IMA y en Centro de Estudios para la Patria Grande SEPAG.

La secuencia de Proyectos de País que se aborda:

1. Proyecto de los habitantes de la tierra (600-1536). por Fco. José Pestanha.

2. La Argentina hispana o colonial (1536-1800), que aborda Mario Casalla.

3. Las Misiones Jesuíticas (1605-1768), a cargo de Catalina Pantuso.

4. Independentista (1800-1850), investigación a cargo de Hugo Chumbita.

5. El Proyecto del 80 (1850-1976), a cargo de Jorge Bolívar.

6. El Proyecto de la Justicia Social (1945-1976), por Oscar Castellucci

7. El Proyecto de la sumisión incondicionada al Norte imperial y globalizador (1976 – 2001…)por Armando Poratti.

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PRIMERA PARTE

REVOLUCIÓN Y GUERRA POR LA INDEPENDENCIA

( 1 8 0 6 -1 8 2 0 )

Principio 22°: Todo proyecto nacional tiene un comienzo y un cierre en vinculación con su viabilidad dentro del marco mundial.

En la primera etapa que consideramos, desde la resistencia a las invasiones inglesas en el Río de la Plata en 1806 y 1807, hasta la disolución del Directorio de las Provincias Unidas en 1820, la lucha por la independencia se superpone con la guerra.

Según veremos, los patriotas más decididos impulsan la movilización política y militar de todo el pueblo, y sus propuestas revolucionarias chocan en el frente interno con las actitudes más conservadoras o reformistas provenientes de algunos círculos

de la elite, que debilitan los avances de la revolución sin llegar a frenarla.

El proyecto del país independiente era factible en el contexto de la revolución burguesa mundial.

Las consecuencias de aquellas convulsiones en Europa le ofrecieron la oportunidad inicial, con la crisis de la corona española.

Pero a la vez, ese mismo proceso impulsaba el ascenso del Imperio británico, cuyas miras ya estaban puestas en extender su dominación en el continente sudamericano.

Inspirados en las ideas del liberalismo europeo y español y en sus corolarios constitucionalistas, los patriotas concebían fundar una nación de personas libres e iguales. He ahí el argumento y la voluntad del proyecto; aún faltaba organizar una infraestructura económica que la sustentara.

En cuanto a la forma de gobierno, la “soberanía del pueblo” invocada por los criollos exigía tranformar la sociedad jerárquica y desigual heredada de la colonia, donde los derechos estaban restringidos a una minoría bajo el absolutismo realista.

Preparar a los nuevos ciudadanos para ejercer esos derechos se revelará como una tarea difícil de realizar de un día para otro.

Distinguimos tres vertientes del proyecto que, por encima de sus diferencias, comparten una orientación revolucionaria, americanista e integradora: la acción de los jacobinos porteños, de los federales de Artigas y de las logias lautarinas de San Martín.

A estas líneas se oponen, dentro del incipiente proyecto independentista, las posiciones de raíz elitista y europeizante que prevalecen en el Primer Triunvirato y en el Directorio.

Partimos entonces de una indagación de las propuestas explícitas de los revolucionarios, confrontadas con las de sus opositores. En la resolución de tales contradicciones se dirime el rumbo del país.

En esta fase inicial, el proyecto independentista logra triunfos decisivos en la guerra contra los españoles, pero pierde a sus principales conductores, víctimas de las disensiones que conspiran contra el desarrollo de la revolución.

La Generación Revolucionaria de 1810

Principio 37°:Todo proyecto nacional es generacional.

Dentro de la generación de 1810, los principales dirigentes que impulsaron la revolución, condujeron la guerra por la independencia y plantearon cambios políticos sustanciales, fueron Belgrano, Moreno, Castelli, Artigas y San Martín.

En los grupos que encabezaron –los “jacobinos”, los federales y las logias “lautarinas”– se formaron numerosos militantes,y muchos otros compatriotas sudamericanos compartieron la misma causa, ya que el proyecto de la emancipación era esencialmente una empresa de dimensión continental.

En el primer nucleamiento patriota, que vemos movilizarse ya en 1806, aparecen Juan José Castelli, Hipólito Vieytes y los hermanos Saturnino y Nicolás Rodríguez Peña, relacionándose con Belgrano y Moreno.

En 1811, Artigas se convirtió en el conductor de otro polo revolucionario, que desde la Banda Oriental extendió su influjo a las demás provincias y tuvo incluso partidarios en Buenos Aires.

En 1812 se constituyó la Logia Lautaro, a la cual se plegaron algunos morenistas, como Bernardo de Monteagudo, y se dividió luego por la ruptura entre Alvear y San Martín.

En estos tres grupos revolucionarios encontramos afinidades, acuerdos y disidencias, pero sobre todo respuestas concordantes a las cuestiones nodales acerca de la lucha por la independencia y la nueva sociedad que proyectaban.

Los “jacobinos” porteños Si bien el calificativo de “jacobinos” es discutible, es usual caracterizar así al núcleo porteño que adhería a las ideas de Rousseau, los más radicales en el seno del primer gobierno patriota, que además propugnaron, como los jacobinos franceses, la aplicación de medidas drásticas contra los enemigos de la Revolución.

Las Memorias del general Enrique Martínez testimonian que el grupo de Castelli, Vieytes y los Rodríguez Peña era una sociedad masónica . Estas logias, a las cuales ingresaban incluso sacerdotes, no estaban reñidas con el catolicismo, aunque sí se oponían al absolutismo político y religioso, difundiendo el espíritu universalista y filantrópico propio del liberalismo burgués ilustrado de ese

tiempo.

La finalidad básica de las logias “rituales” era la ilustración de sus miembros en esos principios, pero resulta evidente que se constituyeron asimismo logias “operativas” con propósitos políticos más definidos, como fue el caso de las sociedades secretas

hispanoamericanas .

Los vínculos establecidos a través de la masonería explicarían la actitud del grupo de Vieytes y Castelli y los Rodríguez Peña en la época de las invasiones inglesas, en sintonía con los planes que instaba el venezolano Miranda, cuando se discutía la posibilidad y el alcance de la intervención de Gran Bretaña en Sudamérica: algunos políticos y militares ingleses planeaban establecer una especie de colonia, protectorado o base de negocios en el Río de la Plata, y los criollos pretendían que esa ingerencia se limitara a ayudarles a independizarse.

Ver Gandía, 1 961

Corbiere, 1 998: cap. XI y XIII

La invasión de 1806 defraudó tales expectativas, pues los ocupantes exigieron acatar la corona británica y se comportaron como conquistadores, practicando confiscaciones y otorgando la “libertad de comercio” sólo con Inglaterra.

Tras la reconquista de Buenos Aires, la fuga de Beresford, organizada por Saturnino Rodríguez Peña, se habría tramado según las reglas de solidaridad entre masones, buscando que abogara para rectificar la política de su gobierno.

Tras el fracaso de aquellas gestiones, en el grupo porteño ganó adeptos el proyecto de traer de Rio de Janeiro a la princesa Carlota, hermana de Fernando VII, para lograr la independencia bajo la cobertura de su reinado.

La Logia Independencia, que se habría organizado en 1810 presidida por el joven Julián Álvarez, se cree fue un precedente de la formación de la Logia Lautaro en Buenos Aires.

Álvarez era un teólogo y jurista que dejó los hábitos para sumarse a la revolución; estuvo cerca de Moreno, participó de las reuniones del café de Marco y de la Sociedad Patriótica y colaboró luego con la campaña de San Martín.

Como redactor de La Gaceta contribuyó a una prédica democrática y, siguiendo las ideas de Rousseau que recusaban la delegación de la soberanía en los representantes, propuso encauzar la participación popular mediante asambleas periódicas, articuladas incluso con reuniones asamblearias de los habitantes de la campaña: “Cuando se ha aceptado un ‘sistema popular’, nadie puede prohibirle al pueblo que se reúna en cabildos abiertos” .

Belgrano puede ser incluido en este grupo por su formación intelectual y sus coincidencias con Castelli y Moreno. Aunque sus reflexiones y sus actitudes políticas traducen en general un pensamiento menos “jacobino”, como jefe militar no dejó de aplicar medidas de extremo rigor en circunstancias críticas.

Castelli, Saturnino Rodríguez Peña, Moreno, Monteagudo y Álvarez habían estudiado leyes en la Universidad de Charcas, cuando aún estaban frescas las impresiones de la insurrección de Túpac Amaru de 1780 y la trágica represión posterior: allí, donde eran más visibles las injusticias y las contradicciones del régimen colonial, fue donde estallaron los primeros alzamientos patriotas en 1809.

El Plan de Operaciones de la Primera Junta, que por iniciativa de Belgrano se encomendó redactar a Moreno − un documento revelador, del que se hallaron copias en archivos de diferentes países y es reconocido como auténtico por la generalidad de los historiadores− condensa el proyecto revolucionario jacobino.

En él se recomiendan castigos ejemplares contra los enemigos, utilizar todos los medios a favor de la revolución, sancionar la libertad e igualdad de las castas, suprimiendo las discriminaciones por el color de la piel, abolir la esclavitud, incorporar las masas campesinas a la revolución y organizar la economía nacional bajo control estatal.

El Plan preveía sublevar la campaña de la Banda Oriental contra el bastión realista de Montevideo y ganar para la causa al capitán José Artigas, a sus hermanos, primos y otros individuos de acción, de gran ascendiente en las zonas rurales.

Esta parte del Plan debió ser inspirada por Belgrano, quien conocía la región por la estancia que tenía allí su familia. Aunque los términos con que se califica a los jefes gauchos trasuntan cierta desconfianza hacia quienes – como el mismo Artigas – habían participado en actividades clandestinas del contrabando de ganado al Brasil, queda claro que se les asignaba un papel primordial en las operaciones .

Ver Binayán, 1 960: 12 4 y ss.

Artigas fue efectivamente atraído a la causa y se puso al frente de la insurrección, con su ejército de montoneras y con la estrecha colaboración de los indios. Incluso tentó la posibilidad de extender la revolución al sur del Brasil, según contemplaba el Plan.

Conduciendo el Ejército del Norte, Castelli actuó en consecuencia con las instrucciones que llevaba de “conquistar la voluntad de los indios” , a los que la Junta liberaba de los antiguos tributos y reconocía la dignidad de ciudadanos.

En el acto de las ruinas de Tiahuanaco, convocado el 25 de mayo de 1811, se leyeron los decretos que ponían un plazo perentorio para cortar los abusos contra los indígenas, repartir tierras, dotar de escuelas a sus pueblos, eximirlos de cargas e imposiciones y asegurar la elección de los caciques por las comunidades.

Monteagudo, redactor de aquellas resoluciones y militante del grupo morenista que integró luego la Logia Lautaro, al declarar en el juicio contra Castelli por la campaña del Alto Perú, no vaciló en declarar que ellos combatían la dominación española luchando por “el sistema de igualdad e independencia” .

Los federales artiguistas

El programa republicano radical de Artigas – entroncando con el movimiento de los llamados “tupamaros” orientales, que invocaban el ejemplo de Túpac Amaru– era una original combinación de las costumbres de las pampas con las lecturas de Rousseau: el orgullo de hombres libres de los gauchos resultaba congruente con la orientación democrática de la Revolución.

El caudillo recogía las aspiraciones del campesinado en armonía con las doctrinas liberales igualitarias, reclamando fundar

el poder político en los derechos de representación de los hombres y de las regiones, todos en pie de igualdad.

Los diputados orientales a la Asamblea del Año XIII postulaban para las Provincias Unidas la forma de gobierno republicana y confederal.

Artigas contó con el asesoramiento de su sobrino y secretario, el cura José Monterroso, que conocía las doctrinas políticas de Thomas Paine y el sistema federal norteamericano.

Asimismo, los artiguistas proyectaron una constitución democrática para la Provincia Oriental, inspirada en la carta de 1780 del estado de Massachusetts.

El primer artículo declaraba los derechos esenciales e inajenables de las personas por los que el gobierno debía velar, y se establecía que el pueblo “tiene derecho a alterar el gobierno, para tomar las medidas necesarias a su seguridad, prosperidad y felicidad”.

Otras cláusulas establecían la educación pública universal como responsabilidad del Estado y obligación de los padres, para difundir la enseñanza de los derechos del hombre y el pacto social. Se garantizaba incluso a los ciudadanos el acceso a una recta

justicia y la elección de funcionarios de gobierno que sean “unos sustitutos y agentes suyos”, porque el poder reside en el pueblo .

Estos principios se proyectaron en las acciones de gobierno que impulsó Artigas, y en particular en su plan agrario.

Ver Chumbita, 2 000: cap. 2 .

Ver Chaves, 1 944: 22 4.

Chaves, 1 944: 251 y ss.

Ver Echagüe, 1 950: 49-50.

Ver Ravignani, 1 929.

Las comunicaciones con el Cabildo de Montevideo, que representaba a los propietarios, reflejan su firme pero prudente relacióncon

la elite, así como las reticencias de ésta ante las medidas más radicales.

Dada la necesidad de repoblar y poner en producción los campos asolados por la guerra, y ante las vacilaciones del Cabildo,

Artigas dictó personalmente el Reglamento de Tierras de 1815.

Antes había otorgado posesiones a sus partidarios y ocupado campos de los adversarios de la revolución, pero ahora se trataba

de un nuevo orden rural, para recuperar la ganadería, poblar y distribuir la propiedad.

Las tierras no ocupadas y las confiscadas a “los malos europeos y peores americanos” debían repartirse en suertes de estancia a los solicitantes, con carácter de donación, dando preferencia a los libertos, zambos, indios y criollos pobres.

El Directorio había llegado a dictar un decreto que infamaba a Artigas como bandolero y ponía precio a su cabeza. Sin embargo, el Congreso de Oriente, reunido en junio de 1815, lo ratificó como “Protector de los Pueblos Libres” de cinco provincias disidentes: la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes, Misiones y Córdoba.

Reiteradamente los gobernantes de Buenos Aires le ofrecieron un arreglo sobre la base de la independencia de la Banda Oriental,

que él rechazó, manteniendo su proyecto de confederación.

El general José María Paz se preguntaba en sus Memorias por las causas del éxito de las guerrillas artiguistas frente a los ejércitos regulares. Aunque ciertas tácticas montoneras eran un factor no desdeñable, lo decisivo era “el ardiente entusiasmo que animaba a los montoneros” que se batían con fanatismo y a menudo preferían morir antes que rendirse.

En la raíz de este fervor, Paz no dejó de señalar “el espíritu de democracia que se agitaba en todas partes. Era un ejemplo muy seductor ver a esos gauchos de la Banda Oriental, Entre Ríos y Santa Fe dando la ley a las otras clases de la sociedad, para que no deseasen imitarlo los gauchos de las otras provincias”.

Si la agitación que cundía no era genuinamente democrática, “deberían culpar al estado de nuestra sociedad, porque no podrá negarse que era la masa de la población la que reclamaba el cambio.

Para ello debe advertirse que esa resistencia, esas tendencias, esa guerra, no eran el efecto de un momento de falso entusiasmo

[...] era una convicción errónea, si se quiere, pero profunda y arraigada”.

Si bien Paz seguramente exagera, no cabe duda que el movimiento artiguista tenía fuertes componentes de democracia directa, con algunas expresiones asamblearias y prácticas que ejercitaban el poder popular armado.

En aquellos años surgían en Entre Ríos y en Santa Fe dos jóvenes caudillos que tomaron el poder y alinearon sus provincias tras el programa federal de Artigas: Francisco “Pancho” Ramírez y Estanislao López.

En Corrientes, los artiguistas se afirmaron con el concurso de jefes populares como el capitán “indio” Blas Basualdo, ocupando la gobernación don José de Silva y un oficial de las milicias rurales, Juan Bautista Méndez.

En Córdoba prevaleció durante un tiempo la fracción política artiguista conducida por los hermanos Juan Pablo Bulnes y Eduardo Pérez Bulnes y el abogado José Antonio Cabrera.

El comandante Andresito Guacurarí, ahijado de Artigas, encabezó la lucha de los guaraníes para establecer una provincia autónoma en la región misionera.

El cuestionamiento de Artigas al centralismo porteño determinó que el Directorio consintiera la invasión portuguesa a la Banda Oriental para eliminarlo, y uno de los que levantaron su voz contra esa maniobra fue el joven oficial Manuel Dorrego, condenado por ello al destierro.

José María Paz, Memorias,1954, cap. IX y X.

Los lautarinos

Los planes revolucionarios de San Martín se basaron en las logias lautarinas, en las que participaron activamente Tomás Guido, Bernardo de O’Higgins, Monteagudo y otros colaboradores del Ejército de los Andes.

Pese a la reserva que mantuvieron sus miembros, existen evidencias del papel que jugaron estas asociaciones.

El nombre Lautaro concuerda con los gestos indigenistas de San Martín, una constante en su trayectoria que le llevó a coincidir con Belgrano y otros patriotas en la propuesta de la monarquía incaica.

San Martín se había incorporado en Cádiz a la logia de los Caballeros Racionales, presidida por Carlos de Alvear. La red de la Gran Reunión Americana, promovida en Europa por Francisco de Miranda con la colaboración de Simón Bolívar, previó la acción coordinada de los patriotas que se dirigieron a las ciudades más importantes de Sud América para impulsar la revolución, y San Martín retornó vía Londres a Buenos Aires, en 1812, como parte de esos planes.

La inicial Logia Lautaro, así como las ulteriores logias lautarinas fundadas por San Martín en Buenos Aires, Santiago de Chile y Lima, constituyeron una especie de partido secreto en el que se discutían las alternativas políticas y las decisiones estratégicas.

La Asamblea del año XIII fue controlada políticamente por la Logia Lautaro, en el momento en que comenzaba a escindirse en alvearistas y sanmartinianos. Aunque en su seno hubo contradicciones, como el rechazo de los diputados de Artigas, la Asamblea reafirmó el proyecto de la emancipación, declaró los derechos de igualdad ciudadana y dictó la libertad de vientres para terminar progresivamente con la esclavitud.

La constitución de la Logia Lautaro de Chile 10, que debió ser análoga a la de Buenos Aires, ilustra sobre los principios orgánicos de estas sociedades. La logia matriz se componía de un número determinado de “caballeros americanos”, no podía ser admitido ningún español ni extranjero, y sólo un eclesiástico, el “de más importancia por su influjo y relaciones”.

Los miembros que ocuparan funciones políticas o militares podían ser facultados para crear sociedades subalternas en otras localidades.

Todos quedaban obligados a “sostener, a riesgo de la vida, las determinaciones de la Logia” y mantener el secreto de la existencia de la misma bajo pena de muerte.

El rol político de la Logia aparecía claramente estipulado en el artículo 9°: “Siempre que alguno de los hermanos sea elegido para el Supremo gobierno, no podrá deliberar cosa alguna de grave importancia sin haber consultado el parecer de la Logia, a no ser que la urgencia del negocio demande pronta providencia, en cuyo caso, después de su resolución, dará cuenta en primera junta”. También se prescribía que el hermano en funciones dirigentes “deberá consultar y respetar la opinión pública de todas las provincias”, reiterándose en varias disposiciones esta idea de gobernar conforme a la opinión pública.

San Martín se concentró en organizar la guerra, concibiendo y realizando el papel libertador del ejército. No obstante, contra la visión de Mitre, que enaltecía su 10 obra militar descalificando sus aptitudes políticas, podemos ver –especialmente en la gobernación de Mendoza y el Protectorado en Lima– su inteligencia como gobernante y estadista.

Publicada por Vicuña Mackenna en El ostracismo de O’Higgins; Obras completas, 1 938.

San Martín promovió y aplaudió la lucha de Güemes al frente de sus gauchos en el norte, y no podía menos que apreciar la contribución de Artigas a la causa independentista en la Banda Oriental. Aunque discrepaba con la propuesta federalista, se

negó a combatir a los federales cuando fue llamado para ello por el Directorio.

La correspondencia de San Martín con Guido entre noviembre y diciembre de 1816 revela su confianza inicial en la resistencia artiguista frente a la invasión de los portugueses al territorio oriental: “yo opino que Artigas los frega completamente”; asimismo, creyó inevitable entrar en la guerra: “veo también que cuasi es necesaria”; pero luego se resignó a la ocupación portuguesa: “no es la mejor vecindad, pero hablándole a V. con franqueza la prefiero a la de Artigas: aquéllos no introducirán el desorden y anarquía, y éste si la cosa no se corta lo verificará en nuestra campaña”11 .

A pesar de esta opinión, San Martín promovió una mediación del gobierno chileno entre el Directorio y los caudillos del litoral, y escribió personalmente a Artigas para que aceptara una tregua: “paisano mío, hagamos una transacción a los males presentes; unámonos contra los maturrangos, bajo las bases que usted crea y el gobierno de Buenos Aires más convenientes, y después que no tengamos enemigos exteriores, sigamos la contienda con las armas en la mano”12 . Pero el intento se frustró al ser terminantemente desautorizado por Pueyrredón.

Cuando se produjo la caída del Directorio, preocupado por el peligro de disgregación del país, San Martín dirigió una “Proclama a los habitantes de las Provincias Unidas”, fechada en Valparaíso el 22 de julio de 1820, donde explicaba su oposición al federalismo:

"Diez años de constantes sacrificios sirven hoy de trofeo a la anarquía; la gloria de haberlos hecho es mi pesar actual cuando se considera su poco fruto. (...) El genio del mal os ha inspirado el delirio de la federación. (...) Pensar en establecer el gobierno

federativo en un país casi desierto, lleno de celos y de antipatías locales, escaso de saber y de experiencia en los negocios públicos, desprovisto de rentas para hacer frente a los gastos del gobierno general fuera de los que demande la lista civil de cada estado, es un plan cuyos peligros no permiten infatuarse ni aún con el placer efímero que causan siempre las ilusiones de la novedad."

Si es evidente que estas palabras tenían por destinatarios a los federales, en un párrafo posterior se dirigía a los hombres de Buenos Aires, defendiendo su negativa a usar las armas contra aquéllos:

11 Pasquali, 2 000: 7 4, 77 , 80.

12 Orsi, 1 991: 3 4-35 .

"Compatriotas: yo os dejo con el profundo sentimiento que causa la perspectiva de vuestra desgracia; vosotros me habéis acriminado aún de no haber contribuido a aumentarla, porque éste habría sido el resultado si yo hubiese tomado una parte

activa en la guerra contra los federalistas: mi ejército era el único que conservaba su moral y me exponía a perderla abriendo una campaña en que el ejemplo de la licencia armase mis tropas contra el orden. En tal caso era preciso renunciar a la empresa de libertar al Perú y suponiendo que la suerte de las armas me hubiera sido favorable en la guerra civil, yo habría tenido que llorar la victoria con los mismos vencidos. No, el general San Martín jamás derramará la sangre de sus compatriotas y sólo desenvainará la espada contra los enemigos de la independencia de Sudamérica."

Las contradicciones internas desgarraban el proceso de la revolución, y San Martín se negaba a intervenir en luchas partidarias. En las provincias, como en Buenos Aires, las facciones disputaban el poder por la fuerza y la investidura de los gobernantes no lograba hacerse respetar.

El gobierno nacional del Directorio había sido disuelto, víctima de sus extravíos.

Artigas también había sido derrotado por su empecinamiento. San Martín, revolucionario pero hombre de orden, se alarmaba por las consecuencias disruptoras de la causa en la que se hallaba comprometido. No era el único en inquietarse ante los desbordes de la revolución.

El joven Monteagudo fue evolucionando desde su inicial democratismo ultra rousseauniano, junto a los morenistas de la Sociedad Patriótica, hacia una actitud moderada, cuando acompañó el Directorio de Alvear; y luego, incorporado al grupo lautarino, adoptó posiciones coincidentes con las de San Martín, colaborando en la experiencia chilena y en el Protectorado peruano.

En la Memoria de 1823 “Sobre los principios que seguí en mi administración del Perú” explica esa transición, desde que abrazara

“con fanatismo” el sistema democrático, hasta que ya en Chile se pudo considerar recuperado de “esa especie de fiebre mental, que casi todos hemos padecido”.

En su opinión, “el furor democrático, y algunas veces la adhesión al sistema federal” habían sido para los pueblos de América una funesta caja de sorpresas13 .

Monteagudo reconocía haber actuado severamente en Lima para desterrar a los españoles y haber seguido el principio de “restringir las ideas democráticas”, justificando esta actitud con penetrantes observaciones acerca de la sociedad peruana, donde creía que las diferencias sociales y la aversión entre las castas eran incompatibles con la democracia y la forma federal. Concluía esta Memoria llamando a los dirigentes del Perú a practicar las máximas en que se resumía la experiencia de la revolución: “energía en la guerra y sobriedad en los principios liberales”14 .

Como San Martín y Belgrano, Monteagudo, después de sus tropiezos con la realidad, descreía de la viabilidad de la república y del federalismo en aquellas circunstancias. Este era probablemente un estado de opinión que se generalizó hacia el fin de la década revolucionaria entre los dirigentes patriotas, abriendo camino a las posiciones autoritarias y centralistas que prevalecerían en la siguiente etapa.

13 Monteagudo, 2 006: 1 08-109.

14 Monteagudo, 2 006: 11 0-11 4.

Proyecto de la Emancipación

Principio 3° : Todo proyecto nacional es estructurante y totalizador.

El proyecto revolucionario se puede resumir en el concepto de emancipación, con el doble significado que adquiría este vocablo: liberarse del sometimiento a la metrópoli y de las formas de opresión inherentes a la sociedad colonial.

Los revolucionarios respondían así a los problemas que enfrentaban con una visión integradora: el propósito de liberación adquiría una dimensión a la vez política y social, y el “patriotismo americano” se definía en una perspectiva geográfica continental, con fuertes connotaciones indigenistas.

En el marco de estos grandes objetivos, se contemplaba la organización del nuevo Estado según los principios de la revolución burguesa mundial, basada en las teorías del pacto social y del constitucionalismo liberal.

Contra lo que afirma la historiografía tradicional, la influencia del liberalismo económico fue menor entre los patriotas revolucionarios, y en todo caso sus principios debían subordinarse a la necesidad de construir una economía que fuera el sustento

de la autodeterminación nacional.

El enemigo externo

Principio 7°: Cada proyecto nacional determina −decide− a quién hay que considerar como enemigo.

Para los patriotas revolucionarios la lucha independentista era ante todo el rechazo al sometimiento colonial. Pero como lo advirtieron en el Congreso de Tucumán de 1816 los diputados de Córdoba, de influencia artiguista, no sólo se trataba de la independencia de la corona y de la metrópoli española, sino también “de toda otra potencia extranjera”, según se sancionó expresamente en una significativa adición.

A esa fecha estaba claro ya que la plena emancipación resultaba incompatible con otras formas de tutelaje de las potencias europeas que codiciaban estos territorios.

La construcción de un nuevo Estado independiente requería enfrentar tales acechanzas. Es importante advertir aquí que el iberalismo de la época –tanto en los modelos que brindaba la política europea como en la práctica de los patriotas americanos–

se asociaba estrechamente con el nacionalismo, fundado en el axioma de las soberanías estatales.

Los criollos revolucionarios tenían fuertes expectativas sobre la ayuda que podía prestar Gran Bretaña a la causa independentista, y por diversas vías solicitaron su auspicio.

Claro que, después de las invasiones de 1806 y 1807, no podían engañarse respecto a las propensiones colonialistas de los ingleses; y como lo demostró la resistencia a aquellos intentos, no estaban dispuestos a aceptar una mera mudanza de coloniaje.

Belgrano cuenta en sus memorias habérselo manifestado así a un prisionero inglés, el brigadier Crawford: “nosotros queríamos el amo viejo o ninguno”; agregando, con respecto a la posible y futura independencia de las colonias españolas, por qué ésta no podía sujetarse a la tutela inglesa: “aunque ella se realizase bajo la protección de la Inglaterra, ésta nos abandonaría si se ofrecía un partido ventajoso a Europa, y entonces vendríamos a caer bajo la espada española; no habiendo una nación que no aspirase a su interés, sin que le diese cuidado de los males de las otras”15 .

Acerca de las ambiciones de los británicos, Belgrano le escribía a Moreno el 27 de octubre de 1810: “esté Vd. siempre sobre sus estribos con todos ellos, quieren puntitos en el Rio de la Plata, y no hay que ceder ni un palmo de grado”16 .

En el Plan de Operaciones es evidente que las recomendaciones de efectuar diversas concesiones a Inglaterra se formulaban con plena conciencia de que la política exterior de aquel país se guiaba ante todo por los intereses mercantiles: “Nuestra conducta con Inglaterra, y Portugal, debe ser benéfica, debemos proteger su comercio, aminorarles los derechos, tolerarlos, y preferirlos aunque suframos algunas extorsiones”

El nacionalismo defensivo de los patriotas aparece inequívocamente en un artículo periodístico de Mariano Moreno:

"Los pueblos deben estar siempre atentos a la conservación de sus intereses y derechos; y no deben fiar sino de sí mismos. El extranjero no viene a nuestro país a trabajar en nuestro bien, sino a sacar cuantas ventajas pueda proporcionarse. Recibámoslo

en hora buena, aprendamos las mejoras de su civilización, aceptemos las obras de su industria y franqueémosle los frutos que la naturaleza nos reparte a manos llenos; pero miremos sus consejos con la mayor reserva, y no incurramos en el error de aquellos pueblos inocentes que se dejaron envolver en cadenas en medio del embelesamiento que les habían producido los chiches y abalorios" 18 .

En cuanto a San Martín, no obstante su admiración por las instituciones europeas y las amistades que cultivaba con los británicos, su categórica oposición a las intervenciones anglofrancesas en el Río de la Plata en la época de Rosas demuestran cuáles eran sus ideas al respecto.

Por encima de las especulaciones tácticas, para los revolucionarios la emancipación debía ser completa.

Claro que el independentismo radical tropezaría con fuertes presiones externas, con los partidarios de soluciones negociadas y los grupos locales interesados en estrechar lazos políticos, comerciales y financieros con las metrópolis industriales de Europa, por lo que la lucha emancipadora estaba lejos de alcanzar sus objetivos.

15 Belgrano, 1 966: 33 .

16 Levene, 1 949.

17 Moreno, 1 961: 2 91.

18 Gaceta de Buenos Aires, 2 0 de septiembre 1 810.

La nueva legitimidad

Principio 28°: Cada proyecto nacional implica una inevitable ruptura con el proyecto nacional anterior, originando una nueva legitimidad.

Los dirigentes de la revolución entendían a ésta como la creación de una nueva legitimidad constitucional que asegurara los derechos ciudadanos.

El prólogo de Moreno al Contrato Social 19 enunciaba el propósito de dictar una constitución que restituyera los derechos usurpados a los americanos por los conquistadores: “La gloriosa instalación del gobierno provisorio de Buenos Aires ha producido tan feliz revolución en las ideas, que agitados los ánimos de un entusiasmo capaz de las mayores empresas, aspiran a una constitución juiciosa y duradera que restituya al pueblo sus derechos, poniéndolos al abrigo de nuevas usurpaciones”.

Moreno advertía que los nuevos principios no debían quedar “reservados a diez o doce literatos”, y la difusión del libro de Rousseau perseguía un objetivo trascendente:

"El ciudadano conocerá lo que debe al magistrado, quien aprenderá igualmente lo que puede exigirse de él; todas las clases, todas las edades, todas las condiciones participarán del gran beneficio que trajo a la tierra este libro inmortal, que ha debido

producir a su autor el justo título de legislador de las naciones. Las que lo consulten y estudien no serán despojadas fácilmente de sus derechos".

Se ha debatido en la historiografía en qué medida la revolución de 1810 era parte del proyecto de la revolución liberal española, y si fue más importante o más directa la influencia de Rousseau que la de Suárez u otros precursores del liberalismo en España.

Lo que parece claro es que las formulaciones contractualistas de cepa hispana no eran tan liberales ni democráticas como han querido ver algunos historiadores.

Por de pronto, la teoría del origen pactado del poder admitía muy diversas interpretaciones: siguiendo a Hobbes podía ser la justificación de la monarquía absolutista; según Locke adquiría un sentido liberal, fundando los derechos naturales de los individuos; y con Rousseau llegaba a ser una propuesta más radicalmente democrática.

Un ejemplo de las “ambigüedades infinitas” a que podía dar lugar la noción del pactum societatis es el caso del deán Funes, quien en su Biografía se jactaba de haberse adelantado a “poner la primera piedra de la revolución” al reconocer la existencia del contrato social –en su oración fúnebre a la memoria de Carlos III, en 1790–, siendo que tal invocación no era entonces sino un modo de ensalzar el sometimiento al poder del monarca.20

El análisis de Halperín Donghi sobre la tradición del pensamiento político español en relación con las ideas de la Revolución de Mayo, señala las limitaciones del contractualismo y del constitucionalismo en las teorizaciones de Francisco de Vitoria, el padre Francisco Suárez y Gaspar de Jovellanos, ligadas a distintas fases de la evolución de la monarquía en la península, y demasiado reticentes sus autores a extraer de ellas una concepción amplia de los derechos de los súbditos, como para que puedan ser consideradas fuentes ideológicas de los patriotas americanos.

19 Moreno, 1 961: 23 4 y ss.

20 Halperín Donghi, 1 985: 71 -76.

No obstante esas salvedades, es evidente que los postulados de la soberanía del pueblo y del pacto social, asociados a la idea de la Constitución como garantía de los derechos ciudadanos frente al poder, habían penetrado simultáneamente en los sectores ilustrados de España y en sus colonias.

Ello provenía principalmente de la difusión de los autores franceses, y en especial la descripción de las instituciones inglesas efectuada por Montesquieu, que servían de fundamento a los partidarios de la monarquía constitucional, entre los cuales sobresalen dos hombres que se formaron intelectualmente en la metrópoli: San Martín y Belgrano.

La independencia de las colonias norteamericanas, los acontecimientos de la Revolución Francesa y los términos de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano presentaban como realidades históricas las consecuencias revolucionarias de aquellos principios. Belgrano cuenta en su Autobiografía cómo recibió esa influencia junto con los círculos “letrados” españoles: “Como en la época de 1789 me hallaba en España y la revolución de Francia hiciese también la variación de ideas, y particularmente en los hombres de letras con quienes trataba, se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad”.21

Lo cierto es que la confluencia con el movimiento liberal y constitucionalista español tropezó con la incomprensión de las demandas de igualdad e independencia de los americanos en las Cortes liberales de Cádiz, y el posterior interregno de la monarquía constitucional fue pronto abatido por el absolutismo de Fernando VII. La revolución independentista en América triunfó contra los ejércitos de España y tuvo que fundar su propia legitimidad.

Un proyecto existencial

Principio 33° : Todo auténtico proyecto nacional es terapéutico.

Monteagudo señala que el clamor independentista surgió, más que de los ejemplos extranjeros y de una convicción de principios, de un sentimiento generalizado de rechazo a los dominadores: “Con la idea de independencia comenzaron también a difundirse

nociones generales acerca de los derechos del hombre; mas éste era un lenguaje que muy pocos entendían”.

Las afirmaciones de Monteagudo son muy enfáticas en cuanto a la motivación emocional que predominaba entre los criollos:

"Digámoslo francamente: con excepción de algunas docenas de hombres, el resto de los habitantes no tuvieron más objeto al principio que arrancar a los españoles el poder de que abusaban, y complacerse a vista del contraste que debía formar su

semblante despavorido y humillado, con esa frente altanera donde los americanos leían desde la infancia el destino ignominioso de su vida".22

21 Belgrano, 1 966: 2 4.

22 Monteagudo, 2 006: 1 09.

Belgrano, no obstante su paciente disposición para tratar de ganar la voluntad de los virreyes y las autoridades coloniales, describe en términos semejantes la soberbia española y el ánimo de los criollos en el momento en que, al disolverse el poder en la península,

se presentaba la ocasión de expulsar a los conquistadores: “No es mucho, pues, no hubiese un español que no creyese ser señor de América, y los americanos los miraban entonces con poco menos estupor que los indios en los principios de sus horrorosas carnicerías, tituladas conquistas”.23

Estos testimonios sugieren cómo, a partir de los ejemplos y las ideas revolucionarias del exterior (las “razones generales” o fundamentos ideológicos), la “pasión eficiente” radicaba en las vivencias propias de la opresión colonial.

En el propósito de abatir a la clase de los dominadores latía el anhelo de rescatar la plena dignidad de los colonizados, “inferiorizados” por aquella dominación. Mediante la realización del proyecto independentista irían emergiendo de su depresión

como personas y como pueblo.

La liberación de un pueblo

Principio 1° : Todo proyecto nacional libera y moviliza reservas (población y recursos naturales) hasta ese momento sin uso o marginadas o conflictivas.

El proyecto de liberación, y en particular la guerra contra los realistas, exigía movilizar las energías de todo el pueblo.

Los patriotas apelaron así a sumar, además de los criollos de la “clase decente”, al bajo pueblo, a los gauchos y a las castas, sectores que en la sociedad colonial estaban excluidos de la ciudadanía, sometidos incluso a estatutos que los esclavizaban o les privaban del reconocimiento pleno de su dignidad humana.

En un manifiesto a los indios del Perú, Castelli los llamaba a apoyar la causa de la independencia garantizándoles la restitución de sus derechos:

"Sabed que el gobierno de donde procedo sólo aspira a restituir a los pueblos su libertad civil, y que vosotros bajo su protección viviréis libres, y gozaréis en paz juntamente con nosotros esos derechos originarios que nos usurpó la fuerza. En una palabra, la Junta de la capital os mira siempre como a hermanos, y os considerará como a iguales".24

Conduciendo los primeros ejércitos patriotas, Castelli y Belgrano se empeñaron en ganar el apoyo de los pueblos del interior. Belgrano, al atravesar la zona misionera en la expedición al Paraguay, incorporó a los guaraníes a sus fuerzas, y desde el cuartel general de Curuzú-Cuatiá promulgó el estatuto para los pueblos de las Misiones del 30 de diciembre de 1810, en el cual se les reconocía la igualdad civil y política, se les eximía de tributos y se ordenaba distribuir tierras y crear escuelas. 25

La movilización para la campaña libertadora de San Martín puso en práctica la conscripción de los negros esclavos –a menudo forzosa para sus amos– que los liberaba después de prestar servicios militares, y procuró sumar como auxiliares a las

comunidades indígenas, reconociendo sus cacicazgos y costumbres tradicionales.

23 Belgrano, 1 966: 3 9.

24 Castelli, Manifiesto del 5 de febrero 1 911 .

25 Torre Revello, 1 958: cap. 4°.

En cuanto a los paisanos criollos, otros gestos de San Martín muestran cómo entendía los cambios en las relaciones sociales que debía traer la revolución.

Hallándose en una estancia de Córdoba y oyendo quejarse a un peón por los golpes que le había propinado su mayordomo español, le preguntó cómo era posible que, después de tres años de revolución, un maturrango se atreviera a levantar la mano contra un americano; ¿es que éramos un pueblo de carneros?

No pasaron muchos días cuando el mayordomo quiso castigar del mismo modo a otro peón y éste le dió "una buena cuchillada".26

San Martín apoyó la iniciativa de Belgrano sobre la monarquía incaica, uno de cuyos propósitos era movilizar a los pueblos herederos de esa cultura para la causa de los patriotas, y trató de sumar efectivamente a sus fuerzas a “nuestros paisanos los

indios”.

En 1816, reunido con los caciques pehuenches en su campamento de El Plumerillo, les solicitó su concurso para cruzar los Andes y “acabar con los godos que les habían robado la tierra de sus padres”, declarando que él también era indio.27

Aunque Mitre omite este testimonio y describe otro parlamento realizado en el mes de septiembre de 1816, en San Carlos, como una mera maniobra para confundir a los realistas, hay documentos adicionales que subrayan la importancia estratégica que San Martín asignaba a la colaboración de los indígenas.

El día 24 de ese mismo mes y año le informaba a Guido el éxito de tales gestiones: “Concluí con toda felicidad mi Gran Parlamento con los indios del Sur, no solamente me auxiliarán al Ejército con ganados, sino que están comprometidos a tomar una parte activa contra el enemigo”.28

En la campaña al Perú, el llamado de San Martín a la movilización de los indígenas sería aún más perentorio; sobre ello es ilustrativa su elocuente proclama traducida a la lengua quechua. Ya como Protector en Lima, entre otras reformas trascendentes suprimió los tributos y servicios forzados, abolió la denominación de “indio” para borrar las discriminaciones, y estableció la libertad de vientres y la de los esclavos que se incorporaban a las armas patriotas.29

En los dichos y en los hechos de los patriotas revolucionarios, urgidos por movilizar a los pueblos en la guerra por la independencia, podemos ver una traslación de los principios universales de libertad, igualdad y fraternidad a la realidad americana

de su tiempo.

Claro que aquel liberalismo igualitario chocaría con sectores de la clase alta, herederos de los privilegios coloniales, que trataron de impedir o retrasar el inevitable proceso de emancipación social .

26 Paz, 1 924, tomo I, p. 2 07.

27 Olazábal, 1 942: 40-42.

28 Pasquali, 2 000: 67.

29 Ver Paz Soldán, 1 865: cap. XVI.

La emancipación social

Principio 10º: El proyecto nacional ha de concertar los ideales con los intereses.

Principio 27°: Sólo en un proyecto nacional dependiente o en un antiproyecto, la propia población interna, o parte de ella,

puede ser tenida por enemigo/a y ser perseguido como tal.

La propuesta de la emancipación social está implícita en la acepción amplia del “pueblo” al cual se dirigían los revolucionarios, ya que, como advertimos en su discurso, éste es un concepto mucho más comprensivo que el que reducía la ciudadanía a la “clase

decente”. En consecuencia, propugnaron la efectiva igualdad de las “castas”, a la vez que se preocupaban por preparar al conjunto del pueblo para conocer y ejercer sus derechos.

La igualdad en América, más que suprimir títulos nobiliarios casi inexistentes, exigía abolir los privilegios de la “pureza de sangre” instituídos por el régimen de castas, comenzando necesariamente por las rémoras de la esclavitud y la sujeción de los indios, que constituían el fundamento de otras discriminaciones contra las capas mestizas mayoritarias de la población.

El régimen de castas establecido en las colonias hispanoamericanas reconocía como “gente decente” sólo a los españoles y a sus legítimos descendientes blancos, que en principio tenían los mismos derechos, aunque no fuera así en la práctica.

La impureza de sangre impedía a los demás ser considerados “de honrada naturaleza”. En un plano inferior estaban los mestizos –entre los cuales se contaban, además de los hijos de india y español, los zambos, mulatos y otros “pardos”–, a quienes se restringía

el acceso a los cargos honoríficos, la titularidad de encomiendas, la adquisición de tierras, la educación y las funciones militares

y eclesiásticas, sobre todo si eran por su cuna "ilegítimos".

Los indígenas eran sometidos a protección como menores de edad. Y en el último peldaño, los esclavos estaban sujetos a la voluntad de sus amos.

Este sistema se basaba por analogía en las medidas discriminatorias que se establecieron en la península con las persecuciones a los judíos y la conquista de los territorios árabes.

A la gran masa de “cristianos nuevos”, conversos del judaísmo –los ladinos o marranos– y del islamismo –los moriscos–, se les vedó el acceso a los cargos públicos, la carrera militar, las órdenes religiosas, e incluso a ciertas profesiones, colegios y universidades.

De allí la difusión de los estatutos de "limpieza de sangre", que requerían probar la condición de "cristiano viejo", acreditando no tener mezcla de judíos, moros, gitanos, paganos, ni otras tachas raciales o legales –herejía, condenas por brujería, sodomía, bigamia o “amancebamiento”– que afectaran a la persona o a sus ascendientes de varias generaciones.30

En América no era fácil clasificar las innumerables combinaciones raciales y otras situaciones particulares resultantes del proceso de la conquista, que los jueces coloniales debieron resolver en numerosos pleitos por la pureza de sangre: los mestizos podían tener muy diversos grados de mezcla, y cierta jurisprudencia reputaba blanco a quien tenía un octavo de sangre indígena o un dieciséisavo de sangre negra.31

30 Vicens Vives, 1 977 ; Canessa, 2 000: 2 06 y ss.

En la realidad de las costumbres, la estratificación se simplificaba según el color de la piel: cuanto más blanco, el individuo se situaba más arriba en la pirámide social; aunque también pendía sobre ciertos apellidos − especialmente de origen portugués −

la sospecha de tener ancestros judíos o “marranos”.

Otro fenómeno americano fue la existencia en el medio rural de los gauchos, “hombres sueltos”, “mozos perdidos” y descastados

de toda procedencia −esclavos fugados, soldados desertores, etc.− que inicialmente se dedicaban a la caza de ganado salvaje en los márgenes de la sociedad colonial, imitando el medio de vida de las tribus ecuestres, y frecuentemente conviviendo con ellas en las áreas de frontera.

Eran de hecho hombres libres, "sin tierra ni patrón", por lo cual las autoridades coloniales los consideraban malvivientes y a menudo fueron perseguidos aplicándoles la elástica etiqueta de “bandidos".

En su “Disertación jurídica sobre el servicio personal de los indios en general y sobre el particular de yanaconas y mitayos”, leída en Charcas en 1802, Moreno sostenía la necesidad de aplicar “el sagrado dogma de la igualdad” y liberar a los indígenas del “insufrible e inexplicable trabajo que padecen los que viven sujetos a este penoso servicio”32 .

En junio de 1810, Moreno comenzó por aplicar el principio de igualdad a las milicias, cuando convocó a los oficiales indios, hasta entonces agregados al “cuerpo de castas de pardos y morenos”, para comunicarles que debían sumar su tropa a los regimientos de criollos, “alternando con los demás sin diferencia alguna y con igual opción a ascensos”33.

El Plan de Operaciones contempló legislar la igualdad de las castas:

"el gobierno debe tratar y hacer publicar con la mayor brevedad posible, el reglamento de Igualdad y Libertad entre las distintas castas que tiene el Estado, en aquellos términos que las circunstancias exigen, a fin de, con este paso político, exaltar más los ánimos; pues a la verdad siendo por un principio innegable que todos los hombres descendientes de una familia, adornados de unas mismas cualidades, es contra todo principio o derecho de Gentes querer hacer una distinción para la variedad de colores, cuando son unos efectos puramente adquiridos por la influencia de los climas".34

A continuación, la reflexión 19ª del Plan preveía la abolición de la esclavitud.

La Asamblea del Año XIII, confirmando y ampliando una medida de la Junta Grande, que en setiembre de 1811 había eliminado el tributo de “los indios, nuestros hermanos”, reconocía a los mismos como “hombres perfectamente libres y en igualdad de derechos a todos los demás ciudadanos”, quedando extinguidas la mita, el yanaconazgo y toda forma de servicio personal.35

Los principios igualitarios de Artigas resaltan en el Reglamento de Tierras de 1815, donde previó la distribución de la propiedad rural con el criterio de que “los más infelices sean los más privilegiados”: concretamente, los negros libres, los zambos, los indios y los criollos pobres.

31 Rosenblat, 1 945: 2 65 h.

32 Ver Lewin, 1 971 : 1 41-142.

33 Lewin, 1 971 : 1 61 y ss.

34 Reflexión 1 8ª del artículo 1 °

35 Ver Canter, 1 961-63

Otra expresión elocuente son sus instrucciones al gobernador de Corrientes José de Silva, en carta del 9 de abril de 1815, donde le recomendaba: "No hay que invertir el orden de la justicia. (Hay que) mirar por los infelices y no desampararlos sin más delito que su miseria. Es preciso borrar esos excesos del despotismo. Todo hombre es igual a presencia de la ley. Sus virtudes o delitos los hacen amigables u odiosos. Olvidemos esa maldita costumbre que los engrandecimientos nacen de la cuna".36

Halperin Donghi puntualiza el caso de una consulta de Castelli a la Primera Junta antes de otorgar cierta distinción a un oficial negro, como ejemplo de que los revolucionarios conservaban “la estructura de castas heredada del régimen aborrecido”.

Es verdad que la esclavitud no fue abolida sino muy parcialmente tres años después, y que se oponían a ello fuertes resistencias. Sin embargo, los mismos términos de la comunicación de Castelli eran una invitación a eliminar tales discriminaciones: “El capitán de los Morenos es muy recomendable por sus virtudes sociales y militares (...) ¿No pudiera declararle cuando lo exija la oportunidad el uso de Don a uno de castas o la calidad de distinguido si es soldado, vendiéndose aquel título en la Cámara por

menos valor que una acción virtuosa?”37 .

Instrucción y cultura popular

Principio 21°: Todo proyecto nacional determina el sistema educativo congruente y da origen a expresiones culturales singulares y propias, como igualmente prescribe los modelos sociales (o próceres).

El proyecto de un orden político basado en la soberanía del pueblo exigía instruir al nuevo soberano, y ésta debía ser una misión del sistema educativo. Moreno explicaba que la práctica del sistema constitucional “es absolutamente imposible en pueblos

que han nacido en la esclavitud, mientras no se les saque de la ignorancia de sus propios derechos en que han vivido”:

"Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas, y después de vacilar algún tiempo entre la incertidumbre, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir la tiranía."38

Monteagudo, a quien podemos ver como un epígono de Moreno, en su oración inaugural de la Sociedad Patriótica, el 13 de enero de 1812, tras un exordio que resumía la historia de la humanidad y de América en términos rousseaunianos, proclamaba en el “artículo primero” que “la majestad del pueblo es imprescindible, inalienable y esencial por su naturaleza” y se refería en el “artículo segundo” a la necesidad de “disipar la ignorancia” sobre tales principios39 .

36 Archivo Artigas, tomo XX, 313 -31 4.

37 Halperin Donghi, 1 985: 115 -11 6.

38 Moreno, 1 961: 23 4 y ss.

San Martín –sin ser “rousseauniano”, ya que su formación castrense lo predisponía a concebir un ordenamiento más jerarquizado de la sociedad– fue en los hechos un decidido impulsor de la concientización de las capas populares y de la formación ciudadana, dentro y fuera de la organización militar, coincidiendo en lo sustancial con las ideas morenistas.

En los fundamentos del decreto de fundación de la Biblioteca Nacional de Lima, el 28 de agosto de 1821, decía: “Convencido sin duda el gobierno español de que la ignorancia es la columna más fuerte del despotismo, puso las más fuertes trabas a la ilustración americana, manteniendo su pensamiento encadenado para impedir que adquiriese el conocimiento de su dignidad”.

Como Protector del Perú se preocupó por extender la educación pública, sobre la base del respeto a las culturas autóctonas 40.

Lo mismo pensaba Belgrano, quien a lo largo de su carrera manifestó una invariable actitud a favor de los sectores más postergados de la sociedad y prestó especial atención a la educación popular, estimando que era la base indispensable de la ciudadanía:

"¿Cómo, cómo se quiere que los hombres tengan amor al trabajo, que las costumbres sean arregladas, que haya copia de ciudadanos honrados, que las virtudes ahuyenten los vicios, y que el gobierno reciba el fruto de sus cuidados, si no hay enseñanza, y si la ignorancia va pasando de generación en generación con mayores y más grandes aumentos?".41

Artigas auspició los más amplios derechos de los pueblos para decidir en los asuntos públicos, a la vez que la educación popular en tales principios.

El proyecto de Constitución para la provincia oriental contemplaba como deber de la Legislatura “hacer a sus expensas los establecimientos públicos de escuelas para la enseñanza de los niños y su educación, de suerte que se tendrá por ley fundamental y esencial que todos los habitantes nacidos en esta provincia, precisamente, han de saber leer y escribir”.

A ello se agregaba la obligación de los padres de enviar sus hijos a la escuela “a fin de que logren la enseñanza de los derechos del hombre y de que se instruyan en el pacto social, por el cual todo el pueblo estipula con cada ciudadano y cada ciudadano con

todo el pueblo”.

Los contenidos de la instrucción popular debían contribuir a recuperar una identidad americana, y hay testimonios de que en los primeros años de la revolución se hicieron habituales en las escuelas porteñas y del interior las evocaciones y representaciones

del pasado indígena.

En el himno del entonces joven Vicente López y Planes, cuya letra traduce el espíritu patriótico refiriéndose a la lucha en toda Sudamérica, se recordaba el ancestro incaico del continente y brillaba otra rotunda metáfora: “Ved en trono a la noble

igualdad”.

39 Monteagudo, 2 006: 46 y ss.

40 Ver Paz Soldán, 1 865: cap. XVI.

41 Belgrano, en El Correo de Comercio, 17 de marzo 1 810.

En el ámbito de la cultura popular, los cielitos patrióticos de Bartolomé Hidalgo 42 , soldado y colaborador de Artigas en la Banda Oriental, depuraban en aquellos días una tradición de los gauchos payadores para contribuir a la nueva conciencia revolucionaria:

"Cielito, cielo que sí,

el Rey es hombre cualquiera,

y morir para que él viva

¡la puta...! es una zoncera.

Si perdiésemos la acción

ya sabemos nuestra suerte,

y pues juramos ser libres,

o libertad o la muerte."

La organización económica

Principio 4°: Todo proyecto nacional se financia a sí mismo.

El proyecto de los patriotas revolucionarios contemplaba la decidida intervención del gobierno para organizar las bases de una economía independiente.

La Representación de los labradores y hacendados, en cuya gestión y redacción participaron Belgrano y Moreno, fue interpretada por la historiografía tradicional como prueba de adhesión a los principios del librecambio, e incluso a los intereses del comercio inglés. Halperin Donghi43 sugiere que Moreno podría ser caracterizado como abogado de los hacendados o los “grupos de intereses” impacientes por aprovecharse de la situación que creaba la ruina del sistema español.

Estas visiones se contradicen sin embargo con las propuestas de Moreno y Belgrano para regular las actividades económicas, así como otras expresiones en las que puntualizaron sus prevenciones contra la penetración británica.

Recordemos que la Representación no era sólo de los hacendados o ganaderos, sino también de los “labradores” mencionados en primer término, o sea en general de los productores del campo, a quienes en aquella coyuntura se contraponían los mercaderes monopolistas. Revelando cierta inspiración de las doctrinas fisiocráticas, varios pasajes del texto constituyen un alegato a favor de los sectores que producen los bienes contra los que especulan a través del comercio: “Puesto el gobierno en la necesidad de una operación que debe perjudicar a uno de estos dos gremios, ¿deberá aplicarse el sacrificio al miserable labrador que ha de hacer producir a la tierra nuestra sustancia, o al comerciante poderoso que el gobierno y ciudadanos miran como una sanguijuela del Estado?”44 .

En otro párrafo se censuraba el tráfico esclavista: “gime la humanidad con la esclavitud de unos hombres que la naturaleza creó iguales a sus propios amos, fulmina sus rayos la filosofía contra un establecimiento que da por tierra con los derechos más sagrados”45 .

La Representación apuntaba a que el virrey autorizara transitoriamente una apertura condicionada al comercio con los ingleses, y en aquel alegato por encargo, circunstancial y polémico, se vertían por conveniencia argumentos insinceros: a saber, las protestas de “fidelidad” y “subordinación” de los criollos a España, “una Dominación que aman y veneran” (sic), o los exagerados elogios a Inglaterra, “esta nación generosa”, de “comerciantes tan respetables”, que “franqueó a nuestra metrópoli auxilios y socorros de que en la amistad de las naciones no se encuentran ejemplos”46 .

42 Hidalgo, 1 967: 2 6

43 Halperin Donghi, 1 985: 117 .

44 Moreno, 1 961: 133 .

45 Moreno, 1 961: 12 8.

En el mismo texto se cita a Gaetano Filangieri y Jovellanos para fundamentar las ventajas de liberalizar el comercio y promover la prosperidad de las colonias, y también se invoca el principio de la economía política de Adam Smith de que “los gobiernos,

en las providencias dirigidas al bien general, deben limitarse a remover los obstáculos”47 .

Pero todo ello debe ser analizado con cautela, relacionándolo con otras fuentes documentales del pensamiento de los patriotas.

Belgrano, desde su cargo de secretario del Consulado y en su labor periodística junto con Vieytes, propugnó reformas como la distribución de tierras a los agricultores, la tecnificación de la producción, el fomento de actividades mercantiles y manufactureras

−en particular curtiembres−, la enseñanza técnica y la organización del crédito público.

En un artículo publicado en el Correo de Comercio de Buenos Aires el 23 de junio de 1810, denunciaba “la falta de propiedades de los terrenos que ocupan los labradores; éste es el gran mal de donde provienen todas su infelicidades y miserias” y proponía obligar

a los dueños de grandes extensiones a cederlas a los agricultores, no en arrendamiento sino en enfiteusis, o venderles al menos una mitad de los campos que no cultivaran.

Belgrano conocía y difundió textos de Smith, así como tradujo a Francois Quesnay y los fisiócratas franceses, apoyándose en estas ideas cuando el reclamo más acuciante en el Virreynato era la liberalización comercial.

Sin embargo, en vísperas de la revolución comenzó a escribir un tratado de economía política y planteó medidas de tipo nacionalista y proteccionista, que se cree provenían de sus estudios españoles sobre las Lecciones de Comercio de Antonio Genovesi.

Este autor propiciaba regular el comercio exterior, según convenía al reino de Nápoles al independizarse del Imperio austríaco, y Carlos III recomendó su obra, que se utilizaba como texto en un curso de la Universidad de Salamanca, donde estudió Belgrano 48

En el Correo de Comercio del 8 de septiembre de 1810, Belgrano planteaba las ventajas de promover la industria y la consiguiente protección aduanera: "El modo más ventajoso de exportar las producciones superfluas de la tierra es ponerlas antes en obra, es decir, manufacturarlas. La importación de mercancías que impiden el progreso de sus manufacturas y de su cultivo, lleva tras de sí necesariamente la ruina de la nación. La importación de mercaderías extranjeras de puro lujo en cambio de dinero (...) es una verdadera pérdida para el Estado."

El Plan de Operaciones, iniciativa de Belgrano y redactado por Moreno, esboza en el artículo 6° un programa económico dirigista, que fortalezca el erario para costear “los gastos de nuestra guerra y demás emprendimientos, como igualmente para la creación de fábricas e ingenios, y otras cualesquiera industrias, navegación, agricultura y demás” (Principio 4º, el proyecto se autofinancia).

El criterio rector era beneficiar a las mayorías y redistribuir la riqueza: "Es máxima aprobada y discutida por los mejores filósofos y grandes políticos que las fortunas agigantadas en pocos individuos, a proporción de lo grande de un Estado, no sólo son perniciosas sino que sirven de ruina a la sociedad civil, cuando no solamente con su poder absorben el jugo de todos los ramos de un Estado, sino cuando también en nada remedian las grandes necesidades de los infinitos miembros de la sociedad."49

46 Moreno, 1 961: 152 -153 , 1 64-165.

47 Moreno, 1 961: 127 .

48 Fernández López, 1 998.

Luego de controlar la región del Perú, el Estado debía reservarse la explotación de las minas de oro y plata, adquiriendo a los mineros mediante justa tasación sus instrumentos y útiles. Se trataba, dice el texto, de expropiar a 5.000 ó 6.000 individuos para

lograr el beneficio público y el beneficio particular de no menos de 80.000 a 100.000 habitantes.

En este punto podemos ver el esbozo de un proyecto de integración y compensación de los sectores y las regiones que tendía a reorganizar y comunicar la geografía económica del país: "Una cantidad de doscientos o trescientos millones de pesos, puestos en el centro del Estado para la fomentación de las artes, agricultura, navegación, etc., producirá en pocos años un continente laborioso, instruido y virtuoso, sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesite para la conservación de sus habitantes, no hablando de aquellas manufacturas que, siendo como un vicio corrompido, son de un lujo excesivo e inútil, que deben evitarse principalmente porque son extranjeras y se venden a más oro de lo que pesan."

A continuación se recomendaban medidas para evitar que muchos europeos ricos desconformes con el sistema emigraran con sus caudales, los remitieran al exterior o los transfirieran de manera fraudulenta. Asimismo se proponía crear una compañía nacional de seguros para el comercio exterior, que podría obtener grandes ganancias, e implementar el apoyo estatal a los establecimientos productivos promovidos, vigilando el cumplimiento de las disposiciones adoptadas para que cumplieran sus fines de utilidad pública.

Cuando los dirigentes revolucionarios tuvieron poder para hacerlo, aplicaron medidas proteccionistas antagónicas al librecambio que pretendían los comerciantes.

El Reglamento aduanero que Artigas hizo promulgar en la Banda Oriental el 9 de septiembre de 1815 establecía gravámenes proteccionistas de la producción local de hasta el 40 %. Asimismo, el Protectorado de San Martín en Perú, mediante el Reglamento

Provisional de Comercio del 29 de septiembre de 1821, duplicaba los derechos aduaneros a toda mercancía importada que pudiera competir con la industria local, y un decreto del 17 de octubre del mismo año ofrecía la ciudadanía y protección fiscal a cualquier extranjero que introdujere al país alguna industria o maquinaria.

49 Moreno, 1 961: 2 96.

El espacio sudamericano

Principio 2°:Todo proyecto nacional rehace o reorganiza su espacio físico-geográfico.

Principio 19°: Todo proyecto nacional determina los socios o asociados que el país tendrá y los modos (aun los físicos) de vinculación.

El patriotismo de los revolucionarios –es decir, su compromiso con la causa pública y su idea de patria, nación o comunidad de pertenencia– se refería en principio al conjunto de los pueblos de Sudamérica.

Moreno, al definir en el Plan “las operaciones que han de poner a cubierto el sistema continental de nuestra gloriosa insurrección”, afirmaba seguir las lecciones de “las grandes revoluciones” de la historia y se refería a la organización del “Estado Americano

del Sud”, esbozando la idea de la unión sudamericana 50.

No obstante, en 1810 parecía utópico constituir un Estado que unificara la totalidad del inmenso continente, y ello podía dilatar e incluso frustrar el proyecto de legitimar el nuevo gobierno de los patriotas.

En su texto “Sobre la misión del Congreso convocado en virtud de la resolución plebiscitaria del 25 de mayo”, Moreno sugería

organizar estados dentro de los límites de cada virreynato, pactando una estrecha alianza de cooperación y defensa mutua, y dejar para el futuro la posibilidad de una federación sudamericana: "Es una quimera pretender que todas las Américas españolas formen un solo Estado (...) Este sistema (federativo) es el mejor, quizá, que se ha discurrido entre los hombres, pero difícilmente podrá aplicarse a toda la América. ¿Dónde se formará esa gran dieta ni cómo se recibirán instrucciones de pueblos tan distantes para las urgencias imprevistas del Estado? Yo deseara que las provincias, reduciéndose a los límites que hasta ahora han tenido, formasen separadamente la constitución conveniente a la felicidad de cada una; que llevasen siempre presente la justa máxima de auxiliarse y socorrerse mutuamente; y que reservando para otro tiempo todo sistema federativo, que en las presentes circunstancias es inverificable, y podría ser perjudicial, tratasen solamente de una alianza estrecha, que sostuviese la fraternidad que debe reinar siempre."51

El Congreso de Tucumán proclamó en 1816 la independencia de “las Provincias Unidas de Sud América”, y esta denominación prevaleció durante toda la década revolucionaria.

La monarquía incásica que Belgrano propuso al mismo Congreso debía establecer el “trono de la América del Sud”, con capital en el Cuzco, pensando en unir a la mayor parte de los países del continente.

Las propuestas confederales de Artigas tendían a reunir a las provincias del antiguo Virreynato del Plata, incluyendo las Misiones orientales y occidentales, y nunca consintió la separación de la Banda Oriental ni del Paraguay.

50 Moreno, 1 961: 2 65 y ss.

51 Moreno, 1 961: 2 61-264.

Cuando San Martín ejercía el Protectorado en Lima, en junio de 1822, su ministro Monteagudo concertó el tratado de Unión, Liga y Confederación entre Colombia y Perú, “desde ahora y para siempre en paz y guerra”, comprometiéndose las partes a gestionar la incorporación al pacto de los demás estados de la América antes española.

En su memoria sobre su actuación en el Perú, fechada en Quito el 17 de marzo de 1823, Monteagudo escribía: “Yo no renuncio a la esperanza de servir a mi país, que es toda la extensión de América”52 .

Mitre interpretó que San Martín, a diferencia de Bolívar, era partidario de constituir monarquías independientes en Sudamérica, un mapa político con fronteras “definidas por la tradición histórica”, que serían las que finalmente se trazaron.

Es cierto que San Martín se mostraba escéptico frente al Congreso Anfictiónico de Panamá convocado en 1826 por Bolívar: “sin que sea hacer agravio a los que lo componen, es mi pobre opinión (cuidado que yo no digo que se acabará a capazos) que

terminará por consunción”, pues “yo me atengo a que más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena”53 .

No obstante, otras piezas de la correspondencia de San Martín son elocuentes acerca de su percepción sobre la unidad de hecho y de destino de los países sudamericanos.

Ante la amenaza de que las potencias de la Santa Alianza ayudaran a España a recuperar las colonias, San Martín le escribía a O’Higgins desde París el 1° de marzo de 1831: “Yo no temo de todo el poder de ese continente siempre que estemos unidos; de lo

contrario, nuestra cara patria sufrirá males incalculables”54 .

Aunque estaba en Europa, decía “ese continente”, y se refería a la patria común con su camarada chileno.

En otro momento conflictivo, cuando las escuadras de Inglaterra y Francia intervinieron en el Río de la Plata, le expresaba a Guido, el 20 de octubre de 1845: “Usted sabe que yo no pertenezco a ningún partido: me equivoco, yo soy del Partido Americano; así es que no puedo mirar sin el mayor sentimiento los insultos que se hacen a la América”55 .

Podemos deducir que San Martín, en una apreciación realista de las disensiones que pudo observar y sufrir en carne propia en el curso de la campaña sudamericana, no obstante sus convicciones sobre la necesidad de la integración, se resignó a admitir la

constitución de estados separados en función de evitar mayores conflictos intestinos.

Pese a los esfuerzos de los revolucionarios, la separación de las repúblicas fue un desenlace inexorable, a raíz de las tendencias centrífugas prevalecientes apenas concluida la guerra independentista, que condujeron a otras violentas rivalidades y favorecieron además la dependencia de los nuevos estados respecto a los intereses de las potencias industriales.

52 Echagüe, 1 950: 2 06.

53 Carta a Guido, en Pasquali, 2 000: 22 0.

54 MHN, 1 910: 21 .

55 Pasquali, 2 000: 327 .

La resignificación del pasado

Principio 14°:Todo proyecto nacional resignifica el pasado; por ello cambia o rehace la historia.

Los patriotas revolucionarios rescataban la historia de América invirtiendo los términos de la visión colonial.

Podemos considerar que eran “americanistas” en un doble sentido: por su conciencia de la unidad y solidaridad esencial de los pueblos de Sudamérica, y por su apelación a una identidad fundada en los comunes orígenes indoamericanos.

La movilización para la guerra y la construcción de la nueva patria requería reivindicar una identidad histórica, una nacionalidad de los “hijos del país”, que se tradujo desde el principio en la apelación simbólica a los mitos incaicos y la evocación de la resistencia de los pueblos aborígenes contra la conquista española.

Si bien su propósito era refutar tales ideas, Mitre explica cuánto habían inspirado a los revolucionarios:

"En sus proclamas, en sus bandos, en sus manifiestos, en los artículos de su prensa periódica, en sus cánticos guerreros, los patriotas de aquella época invocaban con entusiasmo las manes de Manco Capac, de Moctezuma, de Guatimozin, de Atahualpa, de Siripo, de Lautaro, Caupolicán y Rengo, como a los padres y protectores de la raza americana. Los incas, especialmente, constituían entonces la mitología de la revolución: su Olimpo había reemplazado al de la antigua Grecia."56

Mitre señala también la influencia de dos enciclopedistas franceses, los jesuitas Jean Francois Marmontel y G. Thomas Raynal. Del ensayo literario del primero, Los incas o la destrucción del Imperio del Perú, que describía el Incario como la civilización ideal y a los conquistadores como bárbaros que la habían ahogado en sangre, expresa que “era el libro del vulgo de los lectores”. En cuanto a la Historia filosófica y política del establecimiento y del comercio de los europeos en las dos Indias, de Raynal, que deducía de la cultura y el sistema político incaicos las reglas fundamentales para el gobierno universal, Mitre menciona que “era el libro de los sabios de la época”.

Acotemos que San Martín cita al autor en una carta a Guido de 182957 . No era pues extraño, concluye Mitre, “que Belgrano participara de las ideas y de los sentimientos convencionales de sus contemporáneos”.

Otro texto, no mencionado por Mitre, pero que tuvo gran trascendencia en Europa y América, fue Comentarios reales de los Incas, del mestizo cuzqueño Garcilaso de Vega, hijo de un conquistador y una palla inca, en el que rescata las tradiciones de la civilización andina. Esta obra se tradujo a todas las lenguas europeas, nutriendo el pensamiento de los utopistas y luego también, citado por Voltaire, el de la Ilustración.

San Martín tenía un especial aprecio por este libro, y persuadió a un grupo de notables de Córdoba para reimprimirlo, pues los realistas lo habían prohibido después de la insurrección de Túpac Amaru.

56 Mitre, 1 887: tomo 2 , 419-420.

57 Pasquali, 2 000: 2 44.

Para ello se abrió una suscripción y se lanzó un prospecto refrendado por José Antonio Cabrera, el presbítero Miguel del Corro, el doctor Bernardo Bustamante, José de Isaza, José María Paz, Mariano Fragueiro, Faustino de Allende, Mariano Usandivaras y otros, donde se exaltaba el legado de los incas: “un código compuesto de justas y sabias leyes que nada tienen que envidiar al de las naciones europeas. Ningún tiempo como el presente para la lectura de esta importante obra. Salgamos de esa ignorancia vergonzosa en que hemos vivido”58 .

Recordemos el acto de Castelli en Tiahuanaco el 25 de mayo de 1811, al que convocó a los naturales para “estrecharnos en unión fraternal”, rindiendo homenaje a la memoria de los incas e incitando a “vengar sus cenizas”.

San Martín rindió homenaje a la resistencia indígena contra la conquista española bautizando con el nombre de sus jefes los instrumentos de su campaña libertadora:

Lautaro se llamaron las logias, y también la fragata principal de la expedición al Perú; otras naves se denominaron Moctezuma, Galvarino, Araucano.

Cuando ideó la bandera peruana le colocó el sol incaico en el centro, y estableció la “Orden del Sol”

para distinguir los méritos revolucionarios.

El himno de López y Planes, aprobado en los días de la Asamblea del Año XIII, expresaba en una de sus estrofas la idea de la continuidad del Incario con la revolucion independentista:

Se conmueven del Inca las tumbas

y en sus huesos revive el ardor

lo que ve renovando a sus hijos

de la patria el antiguo esplendor.

La propuesta de restaurar la monarquía inca, “atemperada” por un sistema representativo constitucional, que Belgrano planteó a los congresales de Tucumán, había sido expuesta ya en 1790 por el precursor venezolano Francisco de Miranda en un memorial

al ministro inglés Pitt59 .

La soberanía de un descendiente de los incas, si bien sería más simbólica que efectiva dentro de un régimen parlamentario, ejercía gran atracción en las provincias altoperuanas y del noroeste. Belgrano alegó la importancia de ganar a las masas indígenas para la causa independentista, y la idea de establecer la capital en Cuzco apuntaba a inducir el levantamiento de los indios del Perú60.

Los diputados de la mayoría de las provincias que asistieron a Tucumán –faltaban las del litoral, coaligadas con Artigas– se expresaron de acuerdo. Belgrano expidió una proclama a las tropas el 27 de julio, celebrando el juramento de la independencia

y añadiendo que el Congreso “ha discutido acerca de la forma de gobierno con que se ha de regir la nación, y he oído discurrir sabiamente a favor de la monarquía constitucional, reconociendo la legitimidad de la representación soberana de la Casa de los Incas, y situando el asiento del trono en el Cuzco, tanto que me parece se realizará este pensamiento tan racional, tan noble y tan justo”.

El caudillo y gobernador salteño Martín Güemes saludó la declaración de la independencia, expresando la decisión de los pueblos de sostenerla, con mayor razón “cuando, restablecida muy en breve la dinastía de los incas, veamos sentado en el trono y antigua corte del Cuzco al legítimo sucesor”61 .

58 Grenon, 1 950: 41-48.

59 Ver Bohórquez, 2 002: 2 93 y ss.

60 Astesano, 1 979: cap. IV.

La perspectiva era, en palabras de Mitre, “fundar un vasto imperio sud-americano que englobase casi la totalidad de la América española al sur del Ecuador”62 , aunque según un periodista crítico del proyecto, abarcaba el continente entero: “el reino ha de

comprender a Buenos Aires, a Chile, Lima y Santa Fé, Caracas y Cartagena de Indias”63 .

Belgrano defendió su idea en un artículo firmado con las iniciales “J. G.”que publicó un periódico porteño. Explicando su convencimiento de que “sólo la monarquía constitucional es la que conviene a la América del Sud”, afirmaba que, a la vuelta

de los siglos...

"...los Incas vuelven a recuperar sus derechos legítimos al trono de la América del Sud; he dicho legítimos, porque los deben a la voluntad general de los pueblos. Sabido es que Manco Capac, fundador del gran imperio, no vino con armas a obligar a

los naturales a que se sujetasen, y que éstos le rindieron obediencia por la persuasión y el convencimiento, y lo reconocieron por su emperador. Nosotros, ahora, a la verdad, podríamos elegir otra cosa ¿pero sería justicia privar a la que sólo hizo bienes?

¿a la que aún los naturales que somos oriundos de españoles, hemos llorado luego que hemos leído la historia? ¿a la que se le quitó el cetro por nuestros antecesores con toda violencia, derramando la sangre de sus imperiales posesores? ¿Cometeremos

nosotros los naturales secundarios las mismas injusticias que hicieron nuestros padres? ¿las cometerán los naturales primitivos, afianzando en el trono a un Fernando, o eligiendo a otro? No es posible creerlo"64 .

San Martín adhirió calurosamente a esta iniciativa que aunaba la forma monárquica, preferida por él, con la reivindicación de la civilización andina y la institucionalización del vínculo entre los países hermanos.

Uno de los candidatos más calificados para ocupar el trono era Juan Bautista Túpac Amaru, un hombre ilustrado, hermano del jefe de la rebelión de 1780, que estuvo cuarenta años cautivo de los españoles – en ese momento se hallaba confinado en Ceuta – y escribió más tarde sus memorias en Buenos Aires.

Una Oración fúnebre de Túpac Amaru, publicada en octubre de 1816 en Buenos Aires y dedicada sugestivamente a San Martín, apuntaba según Mitre a propiciar aquella candidatura 65 .

Pero los opositores al plan lograron posponer el debate, y el tema se diluyó cuando el Congreso se trasladó a Buenos Aires. Entre los representantes porteños, el abogado Tomás de Anchorena –que tuvo negocios con el Alto Perú y había colaborado en la administración del ejército de Belgrano– admitía en su correspondencia las ventajas del proyecto66 ; aunque en una carta muy posterior a Rosas refirió haberse opuesto a entronizar a un “despreciable” rey indio, e incluso habérselo reprochado en privado a Belgrano 67 .

61 Proclama del 31 de julio 1 816.

62 Mitre, 1 887: tomo 2 , 421 -422 .

63 La Crónica Argentina, 17 de octubre de 1 816.

64 El Censor, 1 9 de septiembre 1 816/

65 Mitre, 1 887: tomo 2 , 423 .

66 Astesano, 1 979: 12 8-131 .

67 Carta del 4 de diciembre de 1 846, en Irazusta, 1 962: 23 y ss.

La oposición al proyecto

Principio 12°: Todo proyecto nacional genera dentro de sí al oficialismo y a la oposición.

En la etapa histórica que consideramos, se diferencian y se oponen al proyecto revolucionario algunos sectores que resisten los cambios más drásticos en la nueva situación y vacilan o cuestionan la extensión de las operaciones de la guerra en el continente.

No pueden ser considerados contrarrevolucionarios, como eran los realistas, pues compartían las ideas independentistas y liberales en la medida en que eran aceptables para las clases altas.

Por un lado encontramos a los patriotas “moderados” o tradicionalistas, como Cornelio Saavedra, Gervasio Antonio de Posadas y Juan Martín de Pueyrredón, que encontraron un ideólogo afin en el deán Gregorio Funes, y que incidieron especialmente

en el seno de la Junta Grande y en las políticas del Directorio.

Otra vertiente, que puede llamarse “reformista”, es la que personifican Manuel de Sarratea y Bernardino Rivadavia, ambos provenientes de los círculos mercantiles porteños, relacionados con los comerciantes ingleses e interesados en impulsar ciertas reformas liberales en el orden económico y cultural, aunque no aceptaban las demandas democráticas igualitarias ni las propuestas de descentralización del poder y, lejos del discurso indigenista o americanista, se caracterizaron por su inclinación europeísta.

Esta orientación política prefigura indudablemente la del posterior partido unitario.

Los adversarios del programa revolucionario actúan a lo largo de estos años, no siempre de acuerdo. Saavedra y el deán Funes logran desplazar a Moreno y los morenistas del gobierno.

Sarratea y Rivadavia dirigen el Primer Triunvirato en una línea política claudicante ante los poderes europeos. Luego, los vaivenes del Directorio terminan acentuando la orientación centralista y aristocratizante, mientras el creciente enfrentamiento con el movimiento federal del interior anuncia el conflicto constitucional que marcará el período histórico subsiguiente.

Negociar la independencia

Desplazados del poder los jacobinos, cuando la Junta Grande deja paso al Primer Triunvirato, vemos actuar coincidentemente a Sarratea como titular y a Rivadavia como secretario, triunviro suplente y factotum del ejecutivo.

Frente a las amenazas externas, estos hombres se inclinan a refrenar el avance de la revolución y a negociar un arreglo con las potencias europeas.

Sarratea actuó en la Banda Oriental, chocando violentamente con la intransigencia revolucionaria de Artigas, en tanto Rivadavia hostilizaba tanto a los morenistas como a los lautarinos.

Después de una sucesión de conflictos institucionales, aquel Triunvirato, que se había erigido en poder supremo, acusado en la “Representación del pueblo” que redactó Monteagudo de “aspirar directamente a la tiranía” y oponerse a “los hombres capaces de sostener la independencia de la patria”, fue depuesto por el alzamiento que dirigieron San Martín y Alvear el 8 de octubre de 1812.

Rivadavia fue enviado en 1814 en misión diplomática a Europa, que él prolongó por su propia cuenta hasta el fin de la década, dedicándose a conocer las capitales del viejo mundo y a establecer contactos políticos, intelectuales y comerciales que influyeron

en su actuación posterior.

Así como es improbable encontrar en sus manifestaciones cualquier alusión a la consigna de igualdad, durante aquella misión es

posible advertir sus prevenciones contra la incorporación de las masas indígenas a la revolución, en una entrevista que mantuvo en Londres en septiembre de 1915 con el agente español Gandasegui:

"Rivadavia estaba alarmado con la participación que los indios tomaban en el movimiento insurreccional, destacándose la personalidad del cacique Cárdenas. A las manifestaciones de Gandasegui sobre las perspectivas de que los indios se levantaren, Rivadavia convino en la necesidad de prevenir tamaña amenaza y, con tal fin, la de iniciar la negociación en Madrid."68

Desde Inglaterra, Sarratea fue el promotor de la aparición en Buenos Aires del periódico La Crónica Argentina, en septiembre de 1816, redactado por un altoperuano de origen aimara, Vicente Pazos Kanki.

Desde el primer número, sus columnas se dedicaron a mostrar las ventajas de la civilización europea, comentando los eventos sociales de la colectividad comercial inglesa en Buenos Aires, y puso especial empeño en atacar el proyecto de monarquía incaica.

Pazos Kanki develó que Belgrano era el autor del artículo firmado “J. G.” que defendía la idea en El Censor, y le replicó argumentando: "¿Pensamos engañar a los indios para que nos sirvan en asegurar nuestra libertad, y no tememos que nos suplanten en esta obra? ¿será prudencia excitar la ambición de esta clase, oprimida por tanto tiempo, a la que la política apenas puede conceder una igualdad metódica en sus derechos? ¿No vemos los riesgos de una liberalidad indiscreta, cual sublevó a los negros de Santo Domingo contra sus mismos libertadores?"69

Rivadavia, después de recibir la noticia del proyecto por una carta de Belgrano, le escribía al director Pueyrredón desde París, el 27 de febrero de 1817, manifestando su contrariedad ante la “desventurada idea”:

"Me dice el Sr. Belgrano que muy en breve declarará el Congreso que nuestro gobierno es monárquico moderado o constitucional, que ésta parece la opinión general, y no menos de que la representación soberana cree justo se dé a la dinastía de los Incas. Lo primero lo considero bajo todos los aspectos, lo juzgo más acertado y necesario al mejor éxito de la gran causa de este país. Mas lo segundo, lo confieso ingenuamente, que cuanto más medito sobre ello menos lo comprendo. Este es un punto demasiado grave, y lo considero demasiado avanzado para prometerme (por lo mucho y muy obvio que pueda aducirse contra la desventurada idea) que ello tenga un efecto útil; por el contrario, puede ser que no le hiciera sino daño."70

68 Informe al ministro de Indias, citado por Mario Belgrano, 1 945: 21 -22 .

69 La Crónica Argentina, 22 de septiembre 1 816.

70 Carta citada por Astesano, 1 979: 15 4..

Aunque una persistente línea historiográfica ha identificado la tendencia iluminista de Rivadavia con la de Moreno, sus inclinaciones ideológicas opuestas resultan evidentes. Diferencias de carácter y de intereses los habían llevado ya a un estridente enfrentamiento en el foro porteño antes de la Revolución, y en sus ideas y sus actos políticos posteriores observamos sensibles divergencias. Moreno difundía con El Contrato Social las propuestas democráticas radicales de Rousseau, mientras que Rivadavia trataba de traducir los textos utilitaristas de Jeremy Bentham.

Moreno abogó por la igualdad de las castas, y Rivadavia propugnaría la suspensión de los derechos políticos de las clases subalternas. Moreno concebía extender la revolución por todo el continente americano, mientras que Rivadavia se preocupaba por la hegemonía de Buenos Aires sobre su hinterland. Moreno advertía contra los consejos interesados de los negociantes extranjeros y planeó una organización económica dirigida por el Estado, mientras que Rivadavia propiciaba garantizar la libre empresa

a los comerciantes e inversores europeos. Uno se distinguía por su severidad frente a la elite tradicional y el otro por sus afinidades con ella.

Sarratea se desempeñó como ministro del gobierno directorial, aunque lo acusaron de conspirar contra Pueyrredón y fue desplazado.

En 1820 llegó a ser fugazmente gobernador bonaerense y jugó un papel importante en las intrigas de aquella coyuntura histórica, cuando los caudillos federales del litoral Estanislao López y Francisco Ramírez disolvieron el Directorio, a la vez que desacataban y expulsaban al exilio a Artigas. No obstante las diferencias que había tenido y seguiría teniendo con Rivadavia, Sarratea coincidió nuevamente con él en los años siguientes y cumplió funciones diplomáticas durante su presidencia.

Los directoriales: todo sin el pueblo

En el período que consideramos juega un papel significativo como ideólogo el deán Gregorio Funes, adherente al proyecto independentista, aunque no a su ímpetu revolucionario ni a las propuestas democratistas.

Su hermano Ambrosio, en Córdoba, era representante de la casa de comercio de Sarratea. Junto con Saavedra, Funes fue uno de los actores del vuelco que desplazó a Moreno y luego a sus seguidores del gobierno de la Junta.

Aunque se desempeñaba como representante de la provincia de Córdoba, acordó sin embargo con las posiciones centralistas del Primer Triunvirato y los gobiernos directoriales, y llegó a presidir la asamblea que dictó la Constitución unitaria de 1819.

En esos años escribió en el periodismo oficial y redactó una historia de la colonia y de la revolución de la independencia hasta 1816, cuyas páginas referentes a esta última dejan traslucir su oposición a las medidas radicales de los morenistas y su aversión a los desbordes de las movilizaciones populares 71 .

En este período llega a ocupar fugazmente el cargo de Director Carlos de Alvear, difícil de ubicar en una tendencia coherente: revolucionario por momentos, elitista en otros, intenta un gobierno centralista, se alía con los caudillos federales, y su

afán de poder lo lleva a jugar posiciones contradictorias, incluso antitéticas.

71 Funes, 1 961.

Pueyrredón, revolucionario contra los invasores ingleses y en los prolegómenos de mayo de 1810, miembro tardío del Primer Triunvirato y luego Director Supremo, fue siempre sospechoso de “afrancesado”; de ideas monárquicas, era favorable en principio al plan de la restauración incaica, pero más adelante se inclinó a la “solución” con un príncipe europeo; apoyó la estrategia militar de San Martín y buscó eliminar a toda costa a Artigas.

Era un hombre de la clase “respetable”, tironeado por las tendencias en pugna, que terminó rodeado por el “partido del orden” y arrastrado por el desprestigio del Directorio.

La Gaceta de Buenos Aires reflejó la línea centralista y aristocratizante del Directorio, oponiéndose a los reclamos federalistas y democráticos. Un artículo publicado en 1819 comparaba sugestivamente las demandas de los federales artiguistas con las posiciones jacobinas: "Los federalistas quieren no sólo que Buenos Aires no sea la capital, sino que, como perteneciente a todos los pueblos, divida con ellos el armamento, los derechos de aduana y demás rentas generales: en una palabra, que se establezca una igualdad física entre Buenos Aires y las demás provincias, corrigiendo los consejos de la naturaleza

que nos ha dado un puerto y unos campos, un clima y otras circunstancias que le ha hecho físicamente superior a otros pueblos, y a la que por las leyes inmutables del orden del Universo está afectada cierta importancia moral de un cierto rango. Los federalistas quieren, en grande, lo que los demócratas jacobinos en pequeño. El perezoso quiere tener iguales riquezas que el hombre industrioso; el que no sabe leer, optar a los mismos empleos que los que se han formado estudiando; el vicioso,

disfrutar el mismo aprecio que los hombres honrados."72

La constitución de 1819 tradujo las ideas de los “partidarios del orden” tendientes a restringir la participación popular en la vida política. El Manifiesto del Congreso Constituyente 73 , suscripto por el deán Funes como presidente, explicaba:

"No menos en centinela para que el abuso de la autoridad no pasase a tiranía, lo estuvimos también para que la libertad del pueblo no degenerase en licencia. Huyendo de esas juntas tumultuarias para las elecciones de jefes de los pueblos, reformamos

las formas recibidas, y no dimos lugar a esos principios subversivos de todo el orden social. Tuvimos muy presente aquella sabia máxima: que es necesario trabajar todo para el pueblo y nada por el pueblo; por lo mismo limitamos el círculo de su acción a la propuesta de elegibles."

Hacia el final del documento, donde se invocan “las luces de los siglos” que han inspirado aquella Constitución, se puede leer cómo los principios racionales universalistas sustituyen la consideración de la realidad social de los pueblos del interior, y cómo la palabra orden se antepone a la libertad y la justicia, en lugar de la omitida igualdad: "No ha cuidado tanto el Congreso Constituyente en acomodarla (la Constitución) al clima, a la índole y a las costumbres de los pueblos, en un estado donde siendo tan diversos estos elementos, era imposible encontrar el punto de su conformidad; pero sí a los principios generales de orden, de libertad y de justicia: que siendo de todos los lugares, de todos los tiempos, y no estando a merced de los acasos, debían hacerla firme e invariable."

72 La Gaceta, 15 de diciembre 1 819.

73 Ver Sampay, 1 975 .

Conclusiones sobre la etapa

1806 -1810

Principio 16°: Para que haya un proyecto nacional se requieren tres componentes: a. el argumento o proyecto estrictamente tal;

b. una infraestructura económica que pague el proyecto; c. una asumida voluntad de realizarlo, sea por un grupo, un líder o todo un pueblo.

En esta etapa definen el proyecto independentista los hombres de una generación de liberales revolucionarios, entre los cuales distinguimos los núcleos jacobino, federal y lautarino, que lideraron Castelli, Artigas, Belgrano, Moreno y San Martín. Además

de recibir más o menos directamente la influencia iluminista, habían vivido el eco de los grandes acontecimientos que conmovieron a Europa y América: las revoluciones francesa y norteamericana y la insurrección de Túpac Amaru.

Las ideas liberales, el contractualismo y el constitucionalismo fueron fuentes que animaron la lucha contra la opresión colonial, a través de la cual los criollos entendían rescatar sus derechos de hombres libres.

El proyecto revolucionario se caracteriza por su concepción de la emancipación, no sólo como objetivo político sino también como un cambio social que postula la igualdad de derechos ciudadanos, y por su patriotismo americano, de alcance continental, que se inspira en la reivindicación de los pueblos originarios.

Postulan organizar la economía y la integración de las regiones del país a través de una fuerte regulación gubernamental. Respecto a la forma de gobierno y el federalismo, hay opiniones encontradas.

A la corriente revolucionaria se oponen, desde posiciones tradicionalistas o reformistas –en el fondo, elitistas – algunos de los primeros triunviros y los directoriales, que coinciden en sostener el centralismo porteño.

Esta tendencia se apoya en los sectores de mayor capacidad económica, lo cual crea una tensión de difícil resolución: unos encarnan el argumento del proyecto y la voluntad de realizarlo, los otros tienen el control de la infraestructura económica que debe costearlo.

El debate sobre la monarquía incaica permite advertir la contradicción que se plantea entre la actitud de los patriotas revolucionarios, de solidaridad con los pueblos autóctonos, tendiente a integrarlos como iguales, y los que desde una posición

“clasista” temen la insubordinación de los indios y se muestran renuentes a concederles la prometida igualdad.

En realidad, iban a pretender negar los derechos políticos al conjunto de las capas populares, según lo patentizan los documentos de la repudiada Constitución de 1919.

En Vicente F. López encontramos una elocuente definición de la correspondencia social de las posiciones de Rivadavia, que en términos generales podría extenderse a los sectores no revolucionarios:

"La defensa de la burguesía y las clases acomodadas de la capital, casi podríamos decir de los intereses de clase, es decir de esos intereses económicos y políticos que caracterizan lo que entre nosotros se ha llamado siempre el vecindario, la gente decente: el conjunto de la opinión pública que opina juiciosamente (...) los hombres de peso y de pesos, los patricios o padres conscriptos del municipio." 74

En cuanto a los revolucionarios, sus ideas interpretan los intereses del conjunto de las capas populares de la sociedad, aunque de manera no necesariamente antagónica con las de la clase alta.

Sus principales dirigentes provienen en parte de la “gente decente”, pero por lo general no de las familias más encumbradas, lo cual los inclina a sobreponerse a la mentalidad conservadora de la elite y comprender las necesidades del “bajo pueblo” y las castas, en función de un proyecto integrador de la nación.

Es notable que entre los miembros de la Primera Junta de 1810, sólo Saavedra era descendiente por el lado paterno de una antigua familia hispano-criolla de encomenderos, caracterizado por un testigo de la época como “originario de una familia no común”, que “había disfrutado entre los españoles de una consideración que rara vez alcanzaban los naturales del país”75 .

Los demás integrantes de aquella Junta reflejan el fenómeno que observa Binayán Carmona76 de “reemplazo de las elites”, en el que se destacan apellidos no tradicionales y comerciantes de ascendencia catalana o de las repúblicas italianas, si bien unidos por matrimonio con linajes antiguos de la colonia.

Examinando la condición social de los líderes revolucionarios, advertimos que

Belgrano era hijo de un comerciante de origen genovés que había perdido su fortuna al ser procesado por un caso de corrupción en la Aduana 77 ;

Artigas era un jefe de gauchos que había roto lazos con la ciudad, ex contrabandista indultado para ser capitán de Blandengues 78

Moreno provenía del hogar de un funcionario de hacienda, medianamente ilustrado pero pobre de recursos;

San Martín era prácticamente un descastado, de origen mestizo según testimonios de la tradición oral, y

Monteagudo era otro mestizo de cuna humilde que había padecido impugnaciones por la condición de casta de su madre 79 ;

Dorrego provenía de una familia portuguesa, por ende sospechosos de ser judíos conversos;

O´Higgins era hijo natural de un ex virrey y una campesina criolla, que por ello no había podido ingresar al ejército en España.

Por un motivo u otro, ninguno de ellos entraba en el canon de posesión de fortuna y “pureza de sangre” que constituían los títulos de pertenencia a la aristocracia colonial y a los círculos de sus pretendidos sucesores.

74 V. F. López: 1 913 .

75 Núñez, 1 952 : tomo II, 11 .

76 Binayán Carmona 1999: 90-92.

77 Bravo Tedín, 2 003.

78 Chumbita, 2 000.

79 Chumbita, 2 005: 1 09-112 .

El desplazamiento del poder de los principales dirigentes de la corriente revolucionaria, que por causas diversas pero coincidentes desaparecen de la escena al cabo del período que consideramos, marca un debilitamiento del proyecto nacional y, al concluir la guerra por la independencia política, la eclosión de las contradicciones internas.

La continuidad del proyecto liberador presentará nuevas características, en tanto la lucha de intereses y de partido y el surgimiento de otra generación política le imprime sus rasgos, según veremos en la segunda parte de este trabajo.

HCH/

Libro "Proyecto Umbral. Resignificar el Pasado para Conquistar el Futuro"

Gustavo Cirigliano y otros.

Coedición SUTERH / SADOP.

Coordinación General:

SUTERH -Víctor Santa María - SADOP- Horacio Ghilini

CEPAG - Daniel Di Bártolo - IMA - José Luis Di Lorenzo.

Distribución Ed. Ciccus.