sábado, 8 de mayo de 2010




LA INSOPORTABLE LEVEDAD DE LAS CONVICCIONES


Si hay un hecho que puede caracterizar los tiempos modernos con mayor espectacularidad, es la velocidad con que se producen los cambios y las variaciones de toda índole. Desde las innovaciones que se verifican en el mundo del conocimiento científico y técnico, las comunicaciones, los intercambios comerciales, los sistemas productivos, las relaciones del trabajo, los nuevos usos y costumbres sociales, por dar sólo algunos breves ejemplos.

A estas observaciones sobre diferentes manifestaciones de la vida social, no es ajena la práctica política, si interpretamos a esta última como una integración de las relaciones humanas que abarca sus diversas expresiones con el fin de encontrar un ordenamiento que satisfaga los deseos de la comunidad.

Cambian las prácticas y comportamientos políticos así como cambian las teorías, las convicciones sobre las cuales aquellas se desarrollan, resultando difícil comprender cual de estas variables es la causa y cual el efecto.

En este sentido, pareciera evidente que se modifica la firme convicción de los actores políticos, cuando luego de un tiempo de haber obtenido un cargo representativo en virtud de una identificación de los electores con las propuestas, ideas y pensamientos de sus candidatos, estos cambian repentinamente sus programas de acción y adhieren a otros proyectos, de otras fuerzas políticas, que quizá representen intereses y visiones opuestas a las de los ciudadanos que les otorgaron su voto de confianza. Sin embargo, parece difícil descubrir las motivaciones de estas transformaciones; bien pueden obedecer a aquella dinámica acelerada de nuestro mundo contemporáneo o tal vez sea un imperativo propio de fuerzas subjetivas de nuestra individualidad, de la que no podemos evadirnos y que por alguna difusa razón nos conduce a variar nuestra opinión.

Para graficar esta idea dentro de una óptica estrictamente peronista, la transformación a la que aludimos podemos ejemplificarla cuando un compañero que se ha ganado nuestra confianza por hechos, comportamientos, conductas y discursos anteriores a un acto eleccionario, luego de alcanzar un espacio de poder merced al esfuerzo mancomunado de otros compañeros, militantes y mayoritariamente del conjunto de vecinos que simpatizan con las ideas que nos identifican como fuerza política, decide que la mejor manera de cumplir con sus responsabilidades es sumar su voluntad a otros espacios que claramente se encuentran en las antípodas de nuestro ideario, con identidades sociales, culturales, económicas, filosóficas muy distantes del pensamiento nacional y popular.

Ahora bien, no pretendemos con estos argumentos erigirnos en censores de estos comportamientos ni estigmatizar a quienes los realizan, porque posiblemente no logremos advertir la profundidad de los cambios sociales a que hacíamos referencia desde un principio; simplemente deseamos llamar a la reflexión y al debate para conocer con amplitud las diferentes opiniones que puedan aportar un poco más de luz a esta cuestión.

Los interrogantes que aparecen a primera vista ante estos dilemas conducen a preguntarnos, ¿es aceptable esta modalidad de acción política que provoca notables variaciones de ideales y convicciones? ¿es una visión compartida y aceptada por la militancia y por toda la ciudadanía? ¿merecen algún reproche estas actitudes o son una expresión corriente de estos tiempos? ¿qué impacto tienen en la legitimidad y la credibilidad del sistema político en su conjunto?

Pensamos desde este espacio que el debate y la discusión resultan necesarios, para arribar a una conclusión que nos permita la búsqueda de consensos que nos acerquen un poco más a la verdad y que, al menos, nos permitan una aproximación a una práctica política que resulte más adecuada a la convicción de las mayorías, que nos arriesgamos a intuir, no es tan variable como aquella que aflora en las superestructuras.