jueves, 6 de mayo de 2010


MARIANO MORENO Y LA REVOLUCIÓN NACIONAL*

Por Norberto Galasso

(1963)

En 1810 coincidieron todos contra el coloniaje.

La falta de apoyo a la contrarrevolución de Liniers, los pueblos incorporándose al ejército de Belgrano, el apoyo de los indios a Castelli, el levantamiento de las masas rurales uruguayas acaudilladas por Artigas y los gauchos de Güemes enloqueciendo a los ejércitos realistas con su lucha guerrillera, son elementos comprobatorios de que la revolución no fue el golpe de una minoría porteña, sino que todo el país concurrió a la derrota de los españoles.

Pero si todos coincidieron en luchar por la revolución nacional, cada uno lo hacía por motivos distintos.

Y cuando después del triunfo las fuerzas del litoral lo usufructuaron en

beneficio propio y sembraron la miseria en el resto del país, los pueblos del interior volvieron a levantarse en armas, ahora contra sus hermanos traidores.

Se levantaron no para reclamar la vuelta a la colonia, sino sosteniendo el derecho a tomar un camino propio, pero nacional y no porteño, al servicio del pueblo y no de minorías vendidas al extranjero.

Entablada así la lucha, los comerciantes y estancieros del litoral levantaron la bandera del liberalismo.

El liberalismo económico era el núcleo de su ideología.

Él les permitiría colocar sus productos en el mercado mundial e inundar el país de mercaderías importadas.

El liberalismo político y filosófico era su enajenación en la civilización y la cultura inglesa.

Principalmente fueron la burguesía comercial y sus personeros quienes proclamaron su amor por el liberalismo, primero en la expresión conservadora de Saavedra y más tarde bajo el vistoso ropaje del progreso rivadaviano.

Estos sectores sociales sólo pensaron en vender al mercado inglés y en

importar lujosos artículos suntuarios.

Se desarraigaron totalmente del país dándole las espaldas y prostituyéndose al extranjero por una miserable paga.

Traicionaron así el destino de Latinoamérica, la Patria Grande, renegando de su herencia indígena e hispánica, para abrazar embobados la causa del imperialismo británico.

El liberalismo que preconizaban era una ideología crudamente oligárquica y por eso recibieron en esa oportunidad y más tarde, a lo largo de toda nuestra historia, el repudio unánime de las masas populares.

Frente a ese liberalismo oligárquico y antinacional de las clases

dominantes litoralenses, los pueblos del interior se levantaron con

sus caudillos nacionalistas.

Pero si los liberales tenían un programa coherente para defender sus intereses vinculándose al capital extranjero, los caudillos no llegaron a comprender que debían jugar el papel de la burguesía industrial inexistente.

Por eso levantaron un nacionalismo más defensivo que ofensivo.

Las montoneras, los reclamos de proteccionismo, el rechazo de las concesiones de Famatina, etc., fueron contragolpes del nacionalismo provinciano al liberalismo porteño.

Pero no llegaron a constituir un claro programa de desarrollo nacional.

No llegaron a constituir un conjunto de ideas orgánicas dirigidas a impulsar un capitalismo nativo.

Tuvieron el sentimiento de solidaridad americana, y su nacionalismo, al resistir la presión imperialista, constituía un punto de partida imprescindible para desarrollar una dinámica capitalista con bases nacionales.

Pero los pueblos del interior y sus caudillos más representativos, no lograron crear ese programa, no lograron enunciar claramente un nacionalismo burgués y fueron derrotados una y otra vez por la oligarquía liberal.

Sin embargo, en el albor de la patria (en ese interregno de libertad en que, libre de España, nuestro país no era aún semicolonia inglesa), el programa económico y político del nacionalismo revolucionario fue expuesto nítidamente por un hombre que pagó con la vida su extraordinaria lucidez.

Un hombre cuyas ideas fueron ocultadas o tergiversadas sistemáticamente a lo largo de muchos años.

Era, por paradoja, un hombre nacido en Buenos Aires.

Se llamaba Mariano Moreno.